Santiago de Compostela fue antes del verano la meta de un viaje muy especial, el que realizó el zamorano Daniel Satué Lantarón, con tan solo una mochila a cuestas, donde llevaba apenas lo necesario para sobrevivir el día a día. Desde un primer momento, tuvo claro que el dinero no iba a ser su compañero de viaje. "Era parte de la experiencia y con el tiempo se desarrolla una técnica inconscientemente que hace que el gasto diario baje más y más hasta límites increíbles. Uno de los méritos ha sido estirar el dinero infinitamente, que se consigue con un esfuerzo diario de austeridad, de no caer en tentaciones cómodas y abstinencias varias, como comida cara, cerveza o chocolate", enumera.

Han pasado ya varios meses, pero todavía tiene muy presente su experiencia. "El no saber qué haría o dónde dormiría cada noche se integró en esta rutina y, de hecho, era un aliciente de la aventura, así como lo era el sortear los peligros inherentes a lo que se supone adentrarse en solitario y pernoctar en la jungla, montaña, bosque, islas, ruinas místicas o, por qué no, barrios inhóspitos de ciudades monstruosas", pone como ejemplos.

A priori, este zamorano tenía una vida cómoda en Barcelona, donde trabajaba, pero el resorte que le hizo dar un giro a su vida fue el querer "evadirse" de esa vida ordinaria. "Sentía que el tiempo pasaba vertiginosamente, especialmente con la jornada completa de oficina, que mi juventud se me escapaba de las manos, que mi camino no era el que yo elegía", razona.

Este impulso le hizo viajar primero a México, con la intención de conocer el Caribe y viajar al sur recorriendo Hispanoamérica. "Tardé algo más de dos años y de ahí me lancé en pequeños veleros al Pacífico". Sus siguientes destinos fueron la Polinesia, Samoa, Fiji, Nueva Zelanda, Australia, Indonesia, Birmania, Nepal, India y Medio Oriente hasta llegar a Europa. "Cuando llegué a la frontera española por Irún empecé el Camino de Santiago para cerrar la experiencia con calma", completa.

Sin duda, reconoce que la hospitalidad de la gente con la que se ha cruzado ha sido esencial en su largo viaje. Destaca especialmente en este aspecto al pueblo musulmán. "Considera al invitado como a dios y no hay otro lugar donde me hayan dado más soporte en manutención, alojamiento y transporte. En países como Irán o Turquía, no solo no me dejaban pagar nada nunca, con riesgo de enfado, sino que no paraban de insistir hasta que me lavaban la ropa. Tuve que rechazar hasta dinero", pone como ejemplo.

De hecho, esta experiencia le ha provocado un despertar de su fe "y un gran sentimiento de gratitud", añade. "No es posible dar la vuelta al mundo en solitario durante cuatro años sin que el viaje gire hacia lo espiritual. Me he sentido guiado y ayudado por una fuerza especial, incluso protegido", asegura, teniendo el budismo como referencia. "La religión tiene hoy para mí un significado diferente al que posee en occidente y diría que mi práctica es una mezcla de las varias cosas que me han parecido absolutas en diferentes situaciones con diferentes devotos. El budismo ha sido protagonista desde el principio, porque encajaba perfectamente con mi visión agnóstica previa al viaje, me daba un camino moral y una ciencia espiritual que podía practicar y sentir sin necesitar a un dios de por medio", argumenta.

Todo un aprendizaje

También le ha hecho reflexionar sobre la condición humana. "Mi impresión ahora es de que el mundo es un lugar mucho mejor de lo que nos hacen pensar mediáticamente, de que hay muchísima más gente buena que mala, menos peligro y más bienestar y felicidad, allá donde no necesitan nuestras opulencias", resume.

Al decidir no llevar teléfono móvil en su recorrido, optó por escribir un singular blog de viajes (www.yomelargo.com) para que tanto la familia como los amigos supieran en todo momento dónde se encontraba. "Ha sido como una ventana abierta a mi viaje e incluso a mi interior. Me hizo descubrir mi afición por la escritura y en mis ratos libres siempre lo hacía con pasión. Tenía material y motivación de sobra", asegura.

Tras cuatro años descubriendo mundo, toca parar, respirar y meditar sobre su futuro inmediato. "Sé que la vida no puede ser tan intensa siempre, pero ahora me importa tener tiempo, y no dinero. Y quiero que la calma interior no se vaya nunca", asegura. Esa calma pretende mantenerla en el campo. "Todo lo que he aprendido, tanto en lo práctico como en lo social y lo espiritual, quisiera aplicarlo para vivir de forma independiente y lo más autosostenible posible, pero desde un plan realista", explica. En definitiva, un viaje que ha cambiado su visión de la vida. "Quiero creer que ahora estoy más preparado para hacer frente a lo que venga y para aceptarlo, sea lo que sea, cuando antes las dudas provocadas por la multiplicidad de opciones me paralizaban y me hacían creer que sería un hombre frustrado. Quisiera construir mi vida al fin en armonía con mi interior, con los demás y con la naturaleza; creo que ahí esta la Calma que busco", finaliza.