"Ndapandula" es la palabra que más han escuchado durante los 43 días que han estado de misión. El sacerdote Jesús Campos, profesor de Magisterio, junto con su alumna Lara Calvo y Marta Ferrero, estudiante de Enfermería, escuchaban cada día en varias ocasiones la expresión que se utiliza en Lobito (Angola) para decir "gracias", ya que allí la mayoría, aparte del portugués, también se comunica con el umbundu, su propio dialecto.

Esta ha sido la primera experiencia como misioneros, gracias a la Pastoral Universitaria y a la ONG Misevi (Misioneros Seglares Vicencianos), que les ha llevado hasta esta localidad de la costa angoleña durante más de un mes, que se les ha pasado en un suspiro.

Aunque compartían casa en el barrio de Compao, cada uno se ha centrado en proyectos distintos, la mayor parte de ellos desarrollados por las hijas de la caridad. "Su milagro es poder hacer tanto con nada", asegura el padre Jesús Campos, quien se ha dedicado al ministerio de la escucha. "Llegar a las casas, oír sus problemas, apoyar a las familias, bendecirlas e incluso confesar", enumera. "Las tragedias que me contaban eran las mismas en todas las casas", reconoce, al tiempo que afirma que incluso los no católicos -ya que en esta sociedad hay varias creencias- le han abierto la puerta de sus casas.

Recién graduada en Magisterio por Primaria, Lara Calvo apunta que sus esquemas cambiaron el primer día que acudió a trabajar a la "escolinha", centros para menores de seis años. "Había acabado mis estudios y pensaba que podría aportar algo, pero han sido ellos que me han enseñado a mí. He aprendido que con cero recursos se puede hacer todo tipo de actividades educativas y hasta juguetes", destaca. A estas escuelas acuden los hijos mayores de las familias, donde se les enseñan, aparte de leer y escribir, higiene, aprender a ser responsables y crear una serie de hábitos que luego ellos trasladan a casa, "así aprende poco a poco toda la familia", valora la maestra, quien también trabajó con algunas madres de estos niños en las escuelas de alfabetización, donde acudían mujeres desde treinta hasta 70 años. "Han perdido la vergüenza y tienen mucha valentía y ganas de aprender", destaca.

En el dispensario

La rama sanitaria es en la que se ha movido Marta Ferrero, gracias a sus estudios de Enfermería. "Es una realidad completamente diferente. En el dispensario del barrio de Cassai he visto en un día más niños que en todas las prácticas del curso", compara. Allí ha recetado medicamentos para enfermedades que en Europa ya están olvidadas, como la malaria o el paludismo. "Había niños de dos años que pesaban menos que bebés de meses aquí", describe. Una labor que se ha completado con la enseñanza de pautas básicas de higiene para evitar las habituales infecciones, puesto que son barrios donde la basura está en cada esquina.

A pesar del intenso trabajo diario, los zamoranos también han tenido tiempo para visitar otros proyectos, como una residencia de ancianos o la cárcel, "atestada de jóvenes", describen.

Hace ya varios días que regresaron de esta gran experiencia, aunque los tres coinciden en reconocer que el proceso de adaptación a Lobito "fue más sencillo que el de volver a la rutina en Zamora". En su mente continúan los recuerdos de las experiencias vividas. "Nos han dado una auténtica lección de vida", finalizan.