Azahara Ramos

Algunos hechos conflictivos marcaron el final de la Segunda República en Zamora. La situación se saldó con varios asesinatos, huelgas y manifestaciones que influyeron después en los hechos ocurridos tras el golpe de Estado, sobre todo en lugares con una larga tradición de asociacionismo obrero, como es el caso de Olivares.

Tras las Elecciones de 1936, el clima político se había radicalizado en todo el país y el final del período republicano dio lugar a una escalada de la violencia política entre grupos de izquierdas y de derechas. En Zamora, los conflictos estuvieron protagonizados por miembros de las Juventudes Socialistas Unificadas y falangistas o pertenecientes a Acción Popular, grupos minoritarios en la capital pero con reyertas continuas que fueron muy agresivas, y llegaron, en algunos casos, al uso de las armas. Sobre estos hechos ha investigado José Andrés Casquero, del Archivo Histórico Provincial de Zamora, quien dio una conferencia en la Asociación de Vecinos de Olivares, en relación a la agresividad de esos meses previos a la contienda. Según explica, hubo varios enfrentamientos, uno de ellos en Valorio. Otro acto trágico ocurrió el 17 de mayo de 1936, en Aspariegos, cuando un falangista mató a un obrero. El asesinato dio lugar a una reyerta y al día siguiente hubo una huelga general con un gran seguimiento. Al entierro se desplazaron muchos obreros. Benegiles también fue escenario de un choque entre fascistas y comunistas. En Zamora, el día 20 de ese mes se asesinó, en la esquina de la calle Ramos Carrión con Herreros, a un joven de Acción Popular de veintidós años, Francisco Gutiérrez Rivero, posiblemente en la búsqueda de alguno de sus hermanos falangistas. No se pudo demostrar la participación de los acusados. El día 21, hubo un incidente en Vallesa de la Guareña, con heridos de arma blanca, concretamente de hacha, y de bala. Además, en Morales de Toro se dio otro altercado.

Hasta el día 25, se habían producido dos muertes de personas de distintas ideologías. Esa misma jornada de desencadenó otro episodio violento en la plaza de los Ciento, el asesinato de Rafael Ramos Barba, alias "El Pelao", hijo de jornaleros de Olivares. El joven, junto a otros compañeros, estaba a la espera de alguien, se dijo que de Emilio de Lera García. En esos momentos, el padre de este, Manuel de Lera, le propinó un tiro en el pecho y otro en la nuca. Después lo llevaron a una clínica, pero no sobrevivió.

El 27 de mayo, el entierro, que salió de la calle Cavildo, fue multitudinario. Con el puño en alto y la bandera de La Internacional en el féretro, las Juventudes Marxistas Unificadas salieron y al regreso hubo una manifestación por el Puente de Hierro, la avenida de Portugal y Santa Clara, en la que primero iban los niños, luego las mujeres y detrás los hombres. A la altura de El Heraldo, periódico liberal, se lanzaron botellas incendiarias desde la manifestación, de lo que se acusó a las monjas de Santa Clara. El Gobierno Civil, a la altura de la actual Hacienda y a escasos metros del altercado, no dejó a los bomberos apagar el incendio. El obrero de derechas Martín Álvarez huyó hacia la plaza del Maestro, hasta que la multitud lo mató a palos y navajazos. Es posible que las autoridades presenciaran los hechos, pero el Gobernador Civil dejó que ocurriesen y las fuerzas del orden público no actuaron. Con su cuerpo muerto, la el cura y un guardia de asalto también fueron agredidos.

La reflexión de los historiadores es clara, "se pudo evitar por el Gobierno Civil, que actuó con cierta pasividad ante los hechos. Durante el Franquismo, se puso el nombre de Martín Álvarez a una plaza, lo que hace pensar que sí se vio el acto de su linchamiento y se conocieron los hechos" señala Casquero. Otros episodios de violencia sin muerte se sucedieron hasta el comienzo de la Guerra, y el orden público de la capital tuvo que ser reforzado por Valladolid.

El juicio se celebró el día 22 de junio. Venancio Hernández Claumarchirant, vinculado a la trama civil del golpe, defendió a Manuel de Lera. La mayor parte de los testigos serían represaliados posteriormente.

Comenzada la guerra, una de las víctimas fue el carpintero José Álvarez Luis, residente en la plaza de San Claudio de Olivares, barrio que sufrió una brutal represión en esos momentos, cuyo símbolo es la calle Abrazamozas. La hija de José Álvarez, Vicenta Álvarez Ruíz, que vive en Madrid, tiene muy presente su tierra natal y habita en la casa de sus progenitores cuando la visita. José Álvarez tenía casi cincuenta años cuando lo asesinaron, y dejó seis hijos huérfanos, Vicenta la más pequeña, quien recibió la triste historia por el testimonio de su madre, "lo mataron por una envidia suscitada por la buena relación que tenía en su trabajo con los clientes. Una amiga vivió una situación parecida", comenta. Tras el golpe de Estado, Álvarez fue trasladado a la cárcel, y después al cementerio, donde su cuerpo terminó en una fosa común. Su esposa, María Ruíz Arias, lo reconoció por el atuendo. Después la familia pasó años de hambre y calamidades en los que María trabajaba sirviendo y la abuela de Vicenta murió poco después, muy afectada por el asesinato del que era su único hijo. Los dos hermanos mayores acudieron a la Guerra, uno de ellos volvió enfermo. "Mi madre lo fue todo para mí. Trabajó mucho para dar de comer a sus hijos y siempre me gustaba preguntarle por mi padre, al que casi no conocí", recuerda Vicenta Álvarez. María Ruíz también se salvó años después, gracias a un intermediario, de ser asesinada por falangistas, cuando estos la sacaron de su casa, algo que sí recuerda su hija.

La familia consiguió recuperar el cuerpo de José, y lo llevaron a una sepultura, pese a que después no pudieron pagarla. Oficialmente, su muerte ha constado durante muchos años como natural, así como ocurrió en otros casos. En otras ocasiones, los descendientes de las víctimas de la represión nunca pudieron recuperar los cuerpos, muchos siguen en cunetas o en fosas comunes sin haber sido identificados.

Emocionada, Vicenta Álvarez se muestra satisfecha de que al fin su padre tenga un homenaje.