Aguirre nunca fue hombre de medias tintas. Se volcó en lo que hizo y, a veces, no supo parar a tiempo. Su entrada en política fue su perdición sindical porque hasta sus compañeros de Asaja regional y nacional cuestionaron sus ambiciones y le hicieron la cama, minando su prestigio, que lo tuvo.

Se movía con habilidad por los cenáculos rurales y llevó a los políticos a las bodegas, donde las posiciones se ablandan lo mismo que el pan. Nunca contestó su fama de maquinador porque sabía que el aura de un hombre público se alumbra con mentiras y mitos.

Nadie podrá discutirle su defensa del sector agrario en unos años difíciles. Sin él, sin duda, la diáspora del ámbito rural a la ciudad hubiera sido más difícil, más sangrante. Llegó tras Modesto Alonso Pelayo y dejó el sindicato en manos de Vicente Calzada.