Sabemos que la actividad humana produce un fuerte impacto sobre el medioambiente, principalmente debido al consumo excesivo de los recursos naturales. El agua es uno de los elementos más afectados y la escasez de agua dulce se ha convertido en uno de los problemas más graves a los que hemos de enfrentarnos, tanto por su intensidad como por su extensión: cada día son más y mayores las zonas del planeta donde el acceso al agua es muy limitado y dificultoso, debido principalmente al cambio climático, el incremento poblacional y el consecuente aumento de la presión sobre los recursos hídricos.

Para hacer frente a esta gravísima situación necesitamos optimizar la gestión de este recurso y hacer de ello un objetivo prioritario e irrenunciable en el camino hacia un desarrollo sostenible y racional.

En este contexto, el concepto de huella hídrica resulta imprescindible para saber dónde y cómo se utiliza el agua, que es el punto de partida para actuar de forma responsable y efectiva. La huella hídrica es el total de agua necesario para obtener un producto o para llevar a cabo un servicio, teniendo en cuenta el proceso de producción o desarrollo y el consumo en cada fase, tanto directo (durante el proceso de fabricación o incorporado al producto) como indirecto (el necesario para producir las materias primas utilizadas).

Incorporando este concepto podemos evaluar y mejorar las actividades y procesos que inciden en el uso del agua en las empresas, identificando aquellos puntos de la cadena de producción donde la huella hídrica tiene más relevancia y actuando en consecuencia; además, la dimensión temporal y espacial de la huella hídrica, asociada a un tiempo y una zona geográfica concreta, permite evaluar su evolución y con ello la incidencia y eficacia de las actuaciones llevadas a cabo.

Ahora ya es posible conocer el consumo real de agua de una persona, empresa, ciudad, comarca o país. Se trata de la cantidad total y por ello, a la que utilizamos para el consumo directo personal (beber, cocinar, lavar, ?) y colectivo (limpieza de calles, fuentes públicas, riego de parques y jardines, ?), hemos de sumar la necesaria para producir bienes y servicios. Esta última apenas es percibida por la ciudadanía y se conoce como agua virtual; sin embargo, lejos de ser un consumo imaginario resulta muy real y especialmente importante.

El concepto de agua virtual fue desarrollado en 1993 por el investigador británico John Anthony Allan que ideó un método de cálculo del agua necesaria para fabricar un producto. Veamos algunos datos: para obtener un vaso de zumo de naranja se necesitan 170 litros de agua, para una taza de café 140, para una cerveza son necesarios 75 litros y para 100 gramos de pollo 390 litros; la fabricación de unos zapatos de piel requiere 8.000 litros de agua y la de un coche 30.000 litros.

Según la organización internacional de la huella hídrica (Water Footprint Network), fundada en 2008 para resolver la crisis de escasez de agua en el mundo a través del uso justo e inteligente del agua, España tiene una de las mayores huellas hídricas del mundo (alrededor de 6.700 litros por habitante y día); el sector agrario es responsable del 80% del uso total del agua, mientras que el industrial se sitúa en el 15%.

El conocimiento del uso efectivo del agua debería contribuir a desarrollar una mayor conciencia social de las graves consecuencias a que da lugar la creciente presión humana sobre este recurso. Al ser de carácter global, requiere una política y acuerdos mundiales, pero también cada uno de nosotros puede y debe comprometerse activamente: además de la implicación de los gobiernos y organismos internacionales, también los ciudadanos y las empresas tenemos que contribuir a una mejor gestión y uso de este bien tan necesario y preciado.