Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) es uno de los novelistas españoles más importantes de las últimas décadas, reconocido tanto en el extranjero como en nuestro país. Autor de una treintena de novelas y de obras de otro carácter, Vila-Matas ha sido traducido a numerosas lenguas y ha recibido los premios más importantes que un escritor puede desear tanto en España como en Francia y otros países, sobre todo de Latinoamérica.

Una de las más atractivas novelas de este escritor es París no se acaba nunca, publicada en 2003 y con varias ediciones posteriores. No es nuestra intención detenernos en ella, dado que son otros los intereses que ahora nos guían y porque el lector interesado en esta obra puede acudir a numerosos trabajos consagrados en general a Vila-Matas o en particular a este texto.

Ya avanzada la lectura de París no se acaba nunca aparecen unas páginas dedicadas a la muerte de Franco y Vila-Matas relata la doble muerte del dictador vivida durante su estancia en París, donde transcurre, por otra parte y como el título anuncia, toda la novela. Maravilloso colofón de esta experiencia es el recuerdo que a unos versos de Claudio Rodríguez dedica Vila-Matas, versos de Don de la ebriedad y de la sección titulada «Canto del despertar»:

«Cuando la primera de las dos muertes de Franco —porque hubo dos— yo estaba tan tranquilo en mi buhardilla leyendo poesía. Agonizaba el dictador en la clínica de Madrid cuando un falso rumor llevó a Santiago Carrillo, el dirigente comunista español en el exilio, a anunciar por Radio París, antes de tiempo, la muerte del dictador […] En el momento de enterarme de la muerte de Franco, yo leía poesía. Pero nada más saber que había muerto el general asesino, dejé de leer y salí a la calle en busca de algún amigo para celebrarlo y me encontré con Javier Grandes, que no sabía nada de la muerte del dictador y me abrazó con fuerza y nos abrazamos mucho y saltamos con tanta alegría y de forma tan bestial que acabé torciéndome un tobillo. Una hora después, con el pie vendado, me enteraba de que Franco no había muerto y maldecía a Santiago Carrillo. En los días siguientes, medio inmovilizado por el accidente, regresé a la lectura de poesía. Y entonces, un día, volvió a morirse Franco, volvió a decirlo la radio del vecino negro, y esta era verdad, pero ya no podía saltar de alegría, pues de alguna forma ya lo había celebrado y, además, mi tobillo no respondía. Volvió a llamar a la puerta el negro y volvió a llamarme tubat. Tuve por unos momentos la impresión de que cada vez que se moría Franco, a mi me llamaban tubat. La segunda muerte del dictador me encontró también leyendo poesía. En esta ocasión, leyendo Canto del despertar, unos versos de Claudio Rodríguez: «Como si nunca hubiera sido mía/ dad al aire mi voz y que en el aire/ sea de todos y la sepan todos/ igual que una mañana o una tarde». Abrí la ventana de la buhardilla. Había muerto un dictador, el gran asesino y, aunque no podía decirse que, como decía Claudio Rodríguez en su poema, fueran míos el viento o la luz, me dije que tal vez pronto mi voz estaría en el aire y sería de todos. En un primer momento, me dio por pensar que el acontecimiento de la muerte de Franco era un hecho histórico muy importante, tenía algo de ese canto del despertar del que hablaba Claudio Rodríguez. Y me puse solemne. Me dije que tal vez se iniciaba una nueva etapa para mí y para el viento y para la luz…»

El respeto y la admiración de Vila-Matas por la poesía de Claudio Rodríguez no se muestra solo en este texto. Leyendo la obra del novelista me encontré otro acercamiento al poeta años antes, diciembre de 1997, en una reseña que publica Vila-Matas en Revista de libros sobre Relatos de Samuel Beckett. Colofón también de este texto son estas líneas:

«Axfisiado en la penuria voluntaria de sus letras, Beckett sintió siempre la necesidad de acabar —o de empezar, como se prefiera— de desposeerse de todo —hasta de la literatura, cuestiona la posibilidad misma de ésta— y de seguir viviendo en la esperanza de morir expulsado por sus textos para nada que nadan en su propia nada, que a fin de cuentas —y lo digo para acabar —es la de todos. «Al final es mejor fatiga pérdida y silencio. Es como has estado siempre. Solo’. Escritura de la penuria y de las palabras muertas pero, como dice Claudio Rodríguez, miserable el momento si no es canto».

Se trata de un verso de El vuelo de la celebración, verso importante para entender no solo los que le rodean en ese libro sino su práctica poética en general.