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-Supongo que la cultura democrática es una forma de corregir el clientelismo. ¿Con personajes como Trump o Le Pen vamos para atrás a sistemas mas autoritarios?

-Es un momento un poco complicado para hacer análisis de ningún tipo sobre la evolución de la democracia. Habría gente que diga que estamos al borde de un abismo o en una línea de falla, pero me voy a abstener de hacer una predicción. La cultura democrática española, aunque haya mecanismos clientelares que todavía actúan en ella, estaría mucho mas avanzada que la cultura política de Méjico. Méjico no hay que olvidar que durante 70 años ha tenido lo que se llama la dictadura perfecta. Durante este tipo un solo partido, en esa estructura oculta en la penumbra, ha cometido hasta asesinatos para llegar a la cumbre. En cambio nosotros hemos tenido una cultura de transición de 30 o 35 años, en la que ha habido una cierta alternancia y yo creo que eso va avanzando. Casos como las elecciones que ocurrieron después de los atentados de Madrid demuestran que la gente cuando quiere es capaz de cambiar las cosas y rompe un poco la idea de que no hay alternativa, ese pesimismo, ese al final acabarte sometiendo y votar a la propia mano que te está hundiendo.

-¿Qué puede enseñar el estudio del clientelismo?

-Una de las conclusiones importantes es que cuando se establece una cultura y este tipo de estructuras es muy difícil romperlas. Al cacique, como posición personal, se le puede llegar a desbancar, pero que es que a los pocos días esas redes clientelares simplemente cambian de patrón. En el distrito que estudie tras décadas del PRI hubo una legislatura con un gobernador de otro partido y las cosas se mantuvieron igual. E hicieron alguna cosa que aquí no hemos hecho que es aceptar los métodos consuetudinarios de elecciones locales. Es decir, la mayoría de los ayuntamientos del distrito no tienen partidos políticos, se organizan entre los pueblos. Esas mismas personas al final han adaptado la misma lógica y han acabado explotando las redes clientelares. Es la conclusión pesimista.

-¿La hay optimista?

-La conclusión optimista es pensar que como toda cultura, que se transmite y aprendemos, tenemos una capacidad de cambiar. Que puede ir desde denunciar un caso en que tu creas que hay corrupción a que cuando hay una corrupción flagrante, cambiar el sentido de tu voto. Mucho cuidado con la cultura cuando se ha establecido e instalado. Pero por otro lado ahí está el individuo para tomar decisiones y poco a poco ir cambiándolo.

-¿Nuestra forma de ser profunda tiende a la libertad o a buscar un líder aunque sea el cacique?

-Depende del lugar y de cada momento en la historia. Ahora mismo creo que en España estamos acostumbrados a una cultura gregaria y a una cultura bastante pasiva, porque siempre esperamos que el Estado sea quien nos solucione los problemas. Nosotros los problemas simplemente los criticamos, pero siempre estamos esperando que venga alguien a solucionárnoslos. Esa no es una cultura que enlace con la capacidad del individuo. Las generaciones nuevas, que están subiendo, seguramente tendrán una experiencia de la política diferente y a lo mejor dentro de 20 o 25 años la respuesta a esta pregunta sería muy diferente. Por lo tanto no hay una naturaleza humana que tienda hacia la libertad o hacia la opresión. En la historia vemos ejemplos de todos los casos.

-¿Las redes clientelares son en definitiva un cáncer social?

-Si, porque también desvían recursos, explotan recursos y trabajadores. Por ejemplo en los ámbitos rurales había intereses externos de empresas y oligarcas, por ejemplo la madera de algunas comunidades, que se explotaba con trabajo de los comuneros pero al final el beneficio iba todo al cacique. Y además el cacique era capaz de explotarlo a un sueldo inferior al de la reposición física, al alimento que necesitaban estas personas, porque sabía que esas personas tenían una agricultura de subsistencia y en el fondo era un trabajo semiesclavo, una extracción de rentas de la parte no capitalista a la capitalista.