Los mecanismos que favorecen el clientelismo y el caciquismo no son exclusivos de las sociedades del Tercer Mundo, sino que tienen rasgos que se pueden apreciar, también en sociedades avanzadas como la española, y además, no sólo en el ámbito local, sino en niveles cada vez más altos de las instituciones. De todo ello reflexiona el antropólogo social Ignacio Iturralde, que esta semana ofrecía una conferencia en el Colegio Universitario.

-Habla de "favores que encadenan, temores que amenazan. ¿Cuál es la lógica cultural del clientelismo?

-La idea fundamental es analizar los mecanismos que hacen que la gente se someta a un patrón, un cacique o un líder corrupto. Hay una serie de mecanismos de tipo cultural, como puede ser el pesimismo, la idea de que no hay otra alternativa al modo que tienen de funcionar las cosas. Funciona también por ejemplo el fraude de la protección, que consiste en crear la inseguridad para que luego ese líder emerja como la persona que la puede solucionar. Pero resulta que él es la causa, y al final eso le sirve para reforzar su papel someter a la gente.

-Usted ha trabajado sobre todo en Méjico, pero el clientelismo se da en otro tipo de sociedades también.

-Yo he analizado unas comunidades indígenas del sur de Méjico muy pobres con una idiosincrasia identitaria, étnica, política muy concreta. De ahí a hacer grandes generalizaciones es algo que nos cuesta mucho a los antropólogos.

-¿La gente se somete a los caciques porque cree que así le puede ir mejor?

-Muchas veces cuando se habla del clientelismo se suele tener una imagen del cliente, sometido, alguien pasivo; el cacique lo decide todo por él. Pero de alguna manera el cliente también tiene una capacidad de elegir y unas expectativas a la hora de someterse: sacar un beneficio, algún favor. A lo mejor buscas que un hijo entre a trabajar en el Ayuntamiento, y el cacique, aunque no esté dentro, a lo mejor puede mover los lazos para conseguirlo. A partir del momento que le pides el favor al cacique entras en su clientela, estas obligado a hacer lo que quiere que tu hagas a nivel político. Esa es la idea.

-¿Siempre hay alternativa?

-A veces el cliente no la tiene. En una comunidad agrícola pobre, ante una mala cosecha no hay posibilidades de pedirle crédito más que al cacique y cuando le debes algo ya están dentro de su clientela. Los mecanismos son muchos pero hay que tener en cuenta la posibilidad de elegir del cliente e incluso de someterte a varios caciques, elegir entre dos cuando están en liza, aunque normalmente quedará solo uno y hará una purga de los que estaban en la clientela equivocada.

-¿Estas redes clientelares han funcionado también en España?

-Antes de irme a Méjico analizo toda la teoría antropológica. Y descubro que Joaquín Costa, en 1902 refiriéndose a España había hecho una investigación de tipo cualitativo que se llama "Oligarquía y caciquismo" en el que anticipa muchas de las cosas que los antropólogos diremos 70 años después.

-¿Las diputaciones han sido quizá las instituciones más acusadas de clientelismo?

-Son instituciones con una larga historia y no tengo datos para afirmar algo tan categórico. La figura del cacique y las relaciones clientelares yo lo que noto es que van subiendo en la escala. En un primer momento y donde se establece este tipo de sometimiento es en el nivel más bajo y los caciques están en el pueblo. Y conforme el Estado va penetrando y cada vez hay más instituciones muchas veces absorbe, coopta a esos líderes y los va metiendo para arriba. Ese pacto digamos corrupto va subiendo para arriba.

-¿Este tipo de pensamiento clientelar estaría invadiendo todas las estructuras?

-Una de las conclusiones, que también apunta Costa pero que yo desarrollo es que el clientelismo funciona como una especie de carcoma que mantiene la fachada de las instituciones pero por dentro las va transformando. Y lo que en un principio son responsabilidades jerárquicas muy establecidas, incluso por ley, a través de recibir favores, dar favores y que la gente tenga deudas de lealtad hacia ti, tú lo que haces es transformar esa institución, mantenerla con un aspecto, un ropaje democrático, pero por dentro seas tu el que digas, cortes, hagas y deshagas. Y volviendo a la analogía, lo hemos visto por ejemplo con todo el tema de las adjudicaciones, con el tema de los sobres que tanto se daban en el caso de Bárcenas como en el de Millet, Prenafeta y otros de Cataluña.

-En Zamora se dio el caso Antorrena, similar a lo que sucedió años después en Madrid, casos de presunta compra de votos.

-Esa compra de votos, comprar los votos a las personas, hoy en día es muy difícil, me refiero a un voto particular. Pero comprar un voto a una persona que puede hacer que la comunidad de Madrid pueda ir a un lado o a otro es otro nivel. En ese sentido sube. En Méjico, el 2012, que es cuando se realizaron las últimas elecciones presidenciales que ganó Peña Nieto, la creatividad que aplicaron en la compra de votos me dejó patidifuso, estupefacto. Si esa creatividad la aplicaran para otro tipo de cosas, como crear empresas, seguramente no estarían en esa situación económica.

-El PP, se dice en broma, ha estado a un escándalo de la mayoría absoluta. ¿Estamos ya curados de espanto, hemos bajado el listón con respecto a los casos de corrupción?.

-Ahí ya nos moveríamos fuera de la antropología, más en filosofía práctica o ética. ¿Por que no sancionamos comportamientos así?. Hay un mecanismo, la idea de que no hay alternativa, que viene de la época del thatcherismo y Reagan pero que al final ha funcionado mucho por aquí. Tengo una inseguridad pero el que me va de alguna manera a proteger mejor al final es el mismo que me ha metido en el hoyo. Y al final dices, ¿a quién voy a votar?. Es que los nuevos partidos, es que el PSOE, es que el otro y al final digo no hay otra alternativa, acabo votando al PP y de alguna manera perdono una parte de estos comportamientos.

-¿Tenemos el nivel de tolerancia más alto?

-Si y también hay un tema de la cantidad de casos que aparecen y la cantidad de tiempo que pasa. Al final se instala un pesimismo en la sociedad: no puedo hacer nada, esto siempre ha sido así, mejor que nos roben los que siempre nos han robado, nos robarán menos. Lo que está en la mente de muchas personas tiene que ver con esa lógica cultural del clientelismo.

-¿Lo llevamos en los genes?

-Los antropólogos estamos más por el ambiente y el entorno social y cultural. En mi tesis abarco cien años en el que un distrito, lo que podría ser una región aquí en España ha sido sometida por diferentes caciques, con distintas ideologías pero al final con unas estructuras de poder muy parecidas. Después de cien años se instala el pesimismo del que le hablo. Y después de tantos años se va incorporando una cultura en la que hay un nivel formal donde las cosas son oficiales pero no pasa nada y hay un nivel informal que es donde está el poder. Tu propia conciencia te dice que yendo a lo oficial no vas a hacer nada. Y lleva también a esa idea del pesimismo, pensar, yo no puedo cambiar esto. Hay veces que gente muy de izquierdas accede a los puestos de los caciques y se convierten en lo mismo en muy poco tiempo.