Si hay que destacar un dato de la programación flamenca de este año, ese es, el de la masiva afluencia de público acudiendo al coliseo zamorano. Poco o nada que ver con ediciones anteriores. Y lo más importante, mucho público joven. Por lo demás, como de costumbre, el personal del teatro, diez sobre diez. Por eso, desde estas páginas hay que felicitarlos a todos ellos, a cada uno por lo que le toca, con su eficiente y estimadísimo gestor cultural, Daniel Pérez, a la cabeza.

Como ya preveía, el del jueves se presentaba como el día grande del ciclo. De manera especial, cuando se precipitó el cambio del cuadro de baile por lesión de la genial Alba Heredia -a la que deseo francamente su pronta recuperación-, y en efecto, la velada no defraudó lo más mínimo, ni en la primera ni en la segunda parte.

Abre Alba Bazán por toná, marcando el compás del martillo sobre el yunque Manuel Lin, para cerrar con seguiriya de Manuel Molina. La sanluqueña se dirige al auditorio: "Es un placer estar aquí con todos ustedes en este teatro tan precioso, espero volver más veces" para desgranar cantiñas, concretamente, alegrías de Córdoba, cantiñas, cantiñas del Pinini, romera y alegrías de Cádiz. Continúan con media granaina y granaina (aunque ella, como la mayoría de los artistas las confunden, llamando granaina a la media, o sea, a la de preparación para atacar la de mayor bravura y alargamiento de los melismas). También muy aplaudidos. Abordan tangos con recuerdo final de Pastora y Ramón El Portugués. Siguen con bulerías y canción por bulerías, para terminar con fandangos de El Niño Gloria, Manuel Vallejo y, al aire, de José Cepero. Calurosos y prolongados aplausos con parte del respetable puesto de píe. Descanso.

Turno para el baile con el grupo por delante. Pepe de Pura y Eva Ruiz, La Lebri, al cante, Borja Pérez a las palmas y el genial y virtuoso Rafael Rodríguez al toque. Sin ninguna duda este último fue, de lejos, lo mejor de la noche y por extensión de todo el Ciclo. Lucía Álvarez La Piñona, interpretó taranto, con letras muy escogidas, varias de ellas premiadas en el concurso poético de La Unión. Su academicismo, sumado a las innegables dotes para la danza, proporcionaron una actuación nada reprochable pero ligeramente distante de lo mucho que La Piñona puede dar de sí misma. Hecho confirmado claramente al no atreverse con la bata de cola en la segunda puesta en escena para interpretar soleares. Pese a todo su paso por Zamora ha merecido la pena, el de ella y el de su grupo. Que aprovechó el paso de la bailaora por camerinos, en el preceptivo cambio de vestuario, para deleitarnos con una muestra de preciosas cantiñas.

En resumen, ciclo con excelente respuesta del público, artistas debutantes y reencuentro de otros ya conocidos. ¡Buena añada!