La religiosa Rosa María de los Reyes, que trabaja desde 1989 en la República Democrática del Congo, ha aportado su testimonio en la presentación de la nueva campaña de Manos Unidas, que mañana viernes celebra el Día del Ayuno Voluntario en la plaza de Castilla y León.

-En la comunidad en la que usted trabaja ¿de qué forma recibe la ayuda de Manos Unidas?

-Manos Unidas es como un iceberg en el que vemos la punta que es la solidaridad que las voluntarias generan en España y que en realidad tiene detrás a prácticamente todas las congregaciones religiosas que sacan adelante obras gracias a esa ayuda. A mi congregación, por ejemplo, la han ayudado en Perú y en África. Ahora donde trabajo, un centro de la obra salesiana para niños de la calle que recibe a todos los menores que, por distintas razones, han terminado en los mercado robando y ahora tenemos hasta bebés abandonados, Manos Unidas acaba de aprobar un proyecto para realizar una enfermería. Si no fuera por la ayuda de Manos Unidas esa iniciativa no hubiera salido adelante.

-La crisis económica ha afectado a la solidaridad?

-Sí, realmente se ha notado aunque yo no lo he percibido en el sentido de que lo que hemos pedido nos lo han concedido. El apoyo más fuerte corresponde a la iniciativa para construir un centro de salud para los niños abandonados que vienen con malnutrición, tuberculosis y sida. Son unos cuadros clínicos que tenemos que afrontar en una sala que sirve para todo. Vimos que era urgente tener un centro de salud allí. Al pedirlo a Manos Unidas sabemos que son exigentes en el protocolo para otorgarlo, pero es lógico porque garantizan que el dinero se invierte en lo pedido, de hecho van a conocerlo sobre el terreno. Nos dan confianza, son tantas necesidades y no todas las ONGs están a gusto con trabajar con la Iglesia. Desde el año 89 que trabajo en la actual la República Democrática del Congo he visto que hay ONGs que tienen reparos a trabajar con las congregaciones cuando el dinero que llega va destinado siempre a la población.

-¿Por qué cree que sucede?

-Quizá porque no se sienten cómodos. Yo tengo ciertas reticencias con grandes ONGs. En determinados momentos ha habido una intervención necesaria, por los enfrentamientos que han provocado muchos refugiados, han venido chicos jóvenes que dan una serie de meses o bien unos años de su vida, que proceden de una cultura muy distinta y que no traen ninguna preocupación por involucrarse en el pueblo al que van a ayudar. Vienen con grandes medios, salvan la situación de la urgencia y luego se marchan frente a la congregación religiosa que se implica socialmente. Nosotros construimos algo y vivimos como ellos en la medida que es posible. Ahora tenemos la dificultad de ver cómo vamos a seguir con un déficit de un relevo humano.

-¿De qué manera les afecta?

-Todo necesita un relevo humano. Yo colaboro con un centro salesiano porque las órdenes tenemos que empezar a sumar fuerzas. Vienen jóvenes a ayudarnos por tres o cuatro años pero cuando les preguntas por qué no se quedarían de por vida, te dicen que no porque el compromiso conlleva una renuncia a una familia y a unas comodidades.

-Cuando lanza este mensaje a los jóvenes que visita en centros educativos de Zamora ¿cómo reaccionan?

-Hacen un gran silencio, lo que me provoca un gran dolor porque piensan que tras esa renuncia hay sufrimiento. Yo soy feliz y vivo sin agua, sin electricidad, sin carreteras y sin Internet. Yo colaboro con profesores y ayudo en la diócesis donde resido, pero lo que me ha robado el corazón es el centro para niños de la calle. En la zona la población trabaja en las minas de diamantes de manera artesanal, es donde se producen un cuarto de los diamantes del planeta, y los niños trabajan desde los cinco años, soportan una sensación térmica de 45 grados centígrados porque la humedad es muy elevada. El mayor sufrimiento es la carencia de agua que tiene un precio prohibitivo. Una garrafa de 20 litros de agua no potable es medio dólar cuando el sueldo medio de un maestro oscila entre 80 y 120 dólares al mes. Tras explicarle eso ha habido reacciones como la de un niño que se acercó a mí para darme el dinero que tenía para esos niños.

-Desde su punto de vista, ¿cuál sería la mayor carencia que tiene la zona donde usted trabaja?

-La falta de agua, electricidad y trabajo. La población, en su casi mayoría, vive de la búsqueda artesanal de diamantes. Salen por la mañana con su pala y su tamiz para buscar estas piedras preciosas. La tasa de paro es exagera y el futuro de los jóvenes pasa por perder la vida en una mina de diamantes. Existen muchas enfermedades por lo tanto llegar a los 60 años resulta muy complicado.