Durante años, el periodista madrileño Sergio del Molino partía cada madrugada a la búsqueda de historias auténticas en los pueblos aragoneses como periodista de El Heraldo. Lo que descubrió con sus propios ojos fue dejando un poso que ha compartido en "La España vacía" (Turner), todo un hallazgo que la crítica sitúa entre los mejores libros de 2016. Su lectura parece retratar vivamente provincias como Zamora.

-¿Cuándo siente la necesidad de compartir sus reflexiones sobre la España más despoblada?

-Son reflexiones que surgen a lo largo de los años, con el trabajo y el contacto diario. En mi anterior novela, "Lo que a nadie le importaría", hablo de la relación del protagonista con el paisaje y es la propia editorial, Turner, la que me invita a escribir este ensayo. Echaba de menos un tipo de ensayismo, no tanto que fuera por la parte ruralizante de búsqueda del mundo perdido ni un libro de viajes, sino reencontrarme con una tradición literaria de reflexión sobre el propio país. La contradicción entre campo y ciudad y el abismo demográfico que nos hace un poco raros con respecto a Europa eran un buen eje para contemplar el país sobre unas coordenadas diferentes.

-De la lectura de su libro se desprende que es el análisis el que prima por encima de otros aspectos, como un hipotético lamento por la situación que describe.

-Absolutamente. Prima el análisis desde un punto de vista diletante, muy transversal, no es un ensayo sociológico ni demográfico. Busco la visión de la España cultural y cómo se va mostrando en diversas manifestaciones y en la propia geografía humana desde una perspectiva periodístico.

-Ha inventado el término "España vacía", pero en poco tiempo la expresión le ha superado a usted mismo y cada día son más los periodistas, columnistas o políticos que la utilizan?

-?Hasta el Gran Wyoming esta semana. Se dice con una naturalidad que ya no está asociada ni a mí ni al libro. Lo he recibido con un poco de pasmo, porque no esperas que una expresión se considere tan apropiada para describir la situación. Estoy contento, pero también preocupado, porque la "España vacía" no responde al sentido que se le está dando en muchos casos, pero eso escapa ya a mi control. En la última conferencia de presidentes autonómicos, varios dirigentes la utilizaron como arma política. Parece que el término tiene un poder catártico y casi militante, porque se usa como medida vindicativa, quizá debido a que muchos habitantes hacían visto laminada su autoestima.

-Los viajes que durante años ha realizado como periodista le han ayudado a trazar una frontera imaginaria y un mapa dentro de otro, ¿no es así?

-Es una frontera caprichosa que la marco yo basándome en mis lecturas y en mi experiencia. Son regiones que, dentro de sus enormes diferencias, comparten la misma característica: poquitos habitantes y muy dispersos. Sus problemas son radicalmente distintos a los que aparecen en el telediario, donde son protagonistas los de la España llena. Tienen otra agenda política y funcionan de una manera distinta a Madrid, Barcelona o Bilbao. La gente que habita desde Zamora hasta Despeñaperros comparte muchas cosas, a pesar de las abismales diferencias culturales. Existe un sentimiento de comprensión porque todos están en el lado oscuro del discurso, casi un idioma distinto.

-Los datos de ese atlas imaginario son abrumadores: una región más grande que muchos países europeos y, sin embargo, con una población escasísima, ¿verdad?

-Es una rareza en la Europa occidental, con densidades de población propias del Ártico, de Laponia. Una circunstancia fruto de nuestra Historia y que nos separa de la normalidad europea. No me parece tan llamativa esa rareza, sino las pocas veces que se repara en ella. Durante toda la etapa franquista hubo una obsesión por industrializar el país, cuando se produjo lo que yo llamo el "Gran Trauma", el último éxodo rural que modifica el mapa demográfico. Cuando sucedió solo algunos autores como Delibes se interesaron en contar lo que estaba pasando. Unos luchaban contra la dictadura y los de la dictadura estaban empeñados por homologar España a la modernidad económica. Tras la muerte de Franco, la obsesión se trasladó a ser los más avanzados y los más ricos. Por eso se da un doble olvido y una especie de maldición. En el discurso literario estaba mal visto tratar estos temas. Cuando Julio Llamazares escribe "La lluvia amarilla" en 1988 recibe acusaciones de aldeano, garbancero y paleto. Todavía hoy autores como Muñoz Molina escuchan insultos por abordar esos aspectos. El afán por avanzar está ahí, pero no hay que olvidar que se ha dejado en la cuneta a una parte de la población. Por eso no me deja de sorprender que haya tenido que llegar yo en el año 2016 para escribir este ensayo, cuando es un trabajo que debió haberse publicado hace tres décadas.

-Seguro que pronto le copiarán también la expresión del "Gran Trauma". Una de las víctimas del desarrollo pretendido por Franco fue la creación de numerosos embalses, muy reconocibles en Zamora, que sepultaron pueblos enteros bajo el agua. ¿Fue una especie de ceguera colectiva?

-Aquello se hizo con una gran brutalidad. La concentración urbana es un fenómeno normal en cualquier economía en desarrollo, pero hubo problemas que agravaron la situación de España. Si se hubiera hecho de una forma ordenada, ese "Gran Trauma" no hubiera existido. La dictadura forzó la destrucción de los pueblos y eso no hubiera sido posible en un régimen democrático. El éxodo rural se produjo mucho más tarde que otros países. En Reino Unido, por ejemplo, tuvo lugar hace un siglo. En España es tan reciente que sus huellas son muy visibles. Muchas de las personas que lo vivieron, así como sus hijos, están vivas todavía. Esta situación marca la convivencia actual.

-El pasado nueve de enero, el pueblo de Ribadelago conmemoró los 58 años de la tragedia de la rotura de la presa. Parece el ejemplo macabro de cómo la modernización de la que habla se llevó por delante los propios pueblos. ¿Cree que los habitantes del mundo rural fueron "engañados" para abandonar el medio y trasladarse a la ciudad, como sostienen los autores de un atlas de la cultura de Castilla y León que acaba de presentarse en Valladolid?

-Previamente a ese éxodo, la política económica ya se había encargado de destruir cualquier posibilidad de desarrollo agrario de ciertas zonas. La agricultura extensiva de hoy ya se fomentaba con Franco y las pequeñas propiedades tenían imposible salir adelante. Les prometieron el oro y el moro para ir a la ciudad, pero fue una absoluta mentira. Acabaron en chabolas. Es verdad que muchas personas estaban mejor malviviendo en los pueblos que mendigando en la ciudad, pero también es cierto que las zonas rurales ya eran tierra quemada. No podían hacer nada. Todo el tejido económico estaba destruido. La única salida era el extranjero. Había prisa por acelerar el éxodo y acabaron con las fuentes de ingresos para que nadie tuviera la tentación de seguir allí.

-Muchos años más tarde vivimos un segundo éxodo, el de los jóvenes de las ciudades a otros países. ¿No le sorprende ese paralelismo?

-El éxodo rural de los cincuenta y sesenta no se ha detenido, aunque ha reducido su intensidad. El último informe del INE, que ha afectado mucho a Zamora, ha sido brutal en Teruel, con una pérdida de 10.000 habitantes, casi el 10% de la población. Todavía no se ha cerrado el grifo. La marcha de los jóvenes al extranjero está un poco sobredimensionada, porque no salen tantos como parece, aunque sí los mejores. Y eso es un problema para un país: nos quedamos los más tontos. No lo sería si vinieran los listos de otros lugares, como en otras economías desarrolladas. Aquí se nos va la elite y no viene ninguna a sustituirla.

-Antropólogos de Castilla y León sostienen que España se equivocó al maltratar el medio rural, porque los países europeos que han progresado han apostado por lo contrario, ¿está de acuerdo?

-La situación del resto de países europeos era sensiblemente mejor que la española. Sus políticas paliativas tuvieron mucho mejor efecto que los fondos Feder y el programa Leader en España. Se invirtió más dinero y los resultados fueron mucho peores. No creo que haya habido una apuesta por el medio rural, sino que allí verdaderamente existía y había algo que rescatar. Aquí nos encontramos tierra quemada y solo valdrían ya prácticas de resurrección. El abandono resultó brutal y despiadado, pero las políticas de industrialización no fueron muy distintas a las de otros estados, solo que allí eran más numerosos y con mayor densidad de población. También había otra circunstancia: las colonias. Quienes fueron a trabajar a las fábricas en Francia y en el Reino Unido no era la gente del campo, sino la que procedía de las colonias. Cuando se descolonizó el mundo tras la II Guerra Mundial, el flujo migratorio vino de los antiguos territorios. El papel que aquí hicieron extremeños, andaluces y castellanos, allí lo desempeñaron los retornados de ultramar.

-En "La España Vacía" describe de una manera muy clara la diferencia entre las zonas rurales de España y Francia, ¿puede compartirla con los lectores?

-Cuando vas conduciendo por los pueblos franceses, apenas hay separación entre unos y otros. En Zamora, por ejemplo, tienes que viajar con el depósito lleno porque no sabes a cuántos kilómetros se encuentra la siguiente gasolinera. Me parecía una forma muy gráfica de plantearlo. Cuando un país está muy poblado, eso salta a simple vista.

-Existe una preocupación enorme en Zamora sobre el futuro de la provincia, la despoblación y la dispersión de los habitantes. ¿Qué se puede hacer con esas personas que están echando el cierre a los pueblos? ¿Vamos a esperar a que desaparezcan sin más?

-El problema está por encima de la acción política. Las cosas que se han hecho, el dinero gastado, no ha servido para nada. La situación es tan grave que ha pasado a ser estructural y dudo que las administraciones puedan hacer algo para mitigarla, más allá de aplicar medidas en lugares concretos. Es tal el desánimo que cuando una región da unos mínimos síntomas de recuperación, de brotes verdes, eso se magnifica y se oculta que la comarca de al lado ha perdido población. He encontrado incluso a gente que ha tenido responsabilidades en Bruselas, que conoce la situación a la perfección, y está convencida de que el poder público ya no puede hacer nada. Es muy duro. Al Estado solo le queda no permitir que sus ciudadanos se sientan de segunda, hacerse notar, que nadie se queje de que tarde una ambulancia, que no haya problemas en la recogida de basura? Que los ciudadanos de Rihonor de Castilla vivan igual que los de Madrid.

-Parece describir la situación de nuestra provincia: quejas por retrasos en ambulancias, zonas de sombra en la señal de televisión, Internet casi inexistente?

-El Estado sí que puede obligar a las operadoras a invertir en banda ancha en los pueblos y es una vergüenza que todavía haya zonas sin Internet. Otra cosa es dinamizar económicamente esos territorios, algo muy complicado.

-Su libro rescata también el debate sobre las diputaciones, ¿qué le parecen las instituciones provinciales?

-Generalizar sobre las diputaciones cuando cada una es de su padre y de su madre? no tiene sentido. Creo que son necesarias y si han sobrevivido todo este tiempo -son las instituciones más antiguas- es porque son funcionales, necesarias. De lo contrario, nos las habríamos cargado hace tiempo. Resultan fundamentales a la hora de prestar servicios básicos a municipios muy aislados, pero tienen un gravísimo déficit democrático en su constitución. Han sido focos de caciquismo, de clientelismo, muy graves debido a que se eligen por sufragio universal, y eso hay que cambiarlo.

-La última polémica sobre la "España vacía" tiene que ver con la construcción de una estación del AVE en Otero de Sanabria. Algunos aprovecharon la escasa población de este núcleo para obviar que se trataba de un servicio clave para toda la comarca de Sanabria. ¿Qué opina sobre la implantación de la Alta Velocidad?

-Polémicas aparte, el AVE para todos no es una solución. Es un medio de transporte para grandes distancias que no puede sustituir a la red ferroviaria convencional, que nos la hemos cargado. Prestaba un buen servicio en muchas zonas allí donde existía. La Alta Velocidad es elitista, solo funciona para empresas y es muy caro para el usuario, que no lo puede coger todos los días. Si hubiéramos invertido en la red convencional, habríamos evitado la despoblación de muchas zonas.

-Hace un par de meses, el cineasta Carlos Saura expuso en Zamora las fotos del país que descubrió en los años cincuenta. En Sanabria reconoció Las Hurdes de Buñuel. Usted dice que el panorama que pintó el director surrealista no era fiel a la realidad?

-Las Hurdes no fue una comarca tan distinta de otras comarcas españolas, sino una norma en el campo español. Se vendió aquella comarca como la última zona subdesarrollada del país, pero en Aragón había regiones muy similares. Buñuel quiso hacer una película de propaganda, y eso le obligó a exagerar y distorsionar una realidad que era brutal, pero que escenificó. Gregorio Marañón le reprochó que el Estado ya estaba invirtiendo allí y que el cineasta buscó lo más crudo.

-Si seguimos su argumento, quizá la capital de la España vacía sea el núcleo más despoblado?

-Si lo juzgamos como una competición podríamos hacer una liga para ver quién gana...

-¿Y quién ganaría según usted? ¿Quizá Zamora?

-Teruel tiene muchas papeletas, pero quizá Soria, por debajo de cien mil habitantes, con una capital muy pequeña sea la más adecuada. Está más aislada y peor comunicada que Zamora. A Soria hay que ir.