Apuesta por la integración de la educación emocional en el currículo académico para el mayor bienestar de los alumnos. La psicóloga Begoña Ibarrola estará esta mañana (12.00 horas en el paraninfo del Colegio Universitario) de la mano de Disfam Zamora, la asociación local de familiares de niños con dislexia, para descubrir todos los beneficios de aprender a gestionar las emociones.

-¿Por qué han estado las emociones durante tanto tiempo en segundo plano en el ámbito educativo?

-Tenía su motivo. De las emociones se sabía muy poco, porque las investigaciones sobre el cerebro estaba en mantillas y solo a partir de los 90 han aparecido elementos tecnológicos que mostraban el interior del cerebro y se ha podido investigar qué es lo que sucede cuando sentimos una emoción, qué efectos tienen y cuáles potencian el aprendizaje. Antes realmente solo se conocía que los seres humanos tenían emociones, pero al no saber cuál era el mecanismo de funcionamiento interno de ese proceso emocional, ni se podía educar ni decir cómo manejarlas. También es cierto que la dimensión cognitiva siempre ha estado más presente como objetivo educativo y ahora la educación emocional se incorpora porque la neurociencia reconoce que las emociones afectan al aprendizaje.

-¿Qué beneficios tiene que ahora esté ya presente?

-Sentir y pensar son dos procesos complementarios, así que cuando los niños se dan cuenta de que hay emociones que les ayudan a concentrarse, a prestar atención, a memorizar contenidos, a comprender, y que hay otras emociones que no, también aprenden a regular y cambiar su estado emocional, saber que algunas emociones ayudan a comunicarse con los demás y otras a entrar en su mundo interior.

-¿A qué edad se puede comenzar con ese aprendizaje?

-Se ha demostrado que desde los tres o cuatro años ya da unos resultados impresionantes, como que por ejemplo disminuye los problemas de conducta en las aulas, hay una mayor concentración y capacidad de atención y una posibilidad de ser empático, con lo que hay menos problemas de convivencia en las aulas. Además, muchas investigaciones avalan que mejora también el bienestar físico.

-¿Los profesores tienen que aprender a enseñar a gestionar las emociones?

-Al profesorado en su formación no le han hablado de estas herramientas y lo que están haciendo desde hace veinte años es formarse dentro de su proceso de formación continua en cómo desarrollar la inteligencia emocional de los alumnos. Cada vez más centros demandan este tipo de formación, no es una moda pasajera, es una necesidad.

-¿Sería necesario que se incorporara a sus planes de estudio?

-Los profesores lo están pidiendo y creo que poco a poco, con todo el descubrimiento de la neurociencia, la neurodidáctica y la neuroeducación, acabará entrando en los planes de estudio.

-Llega a Zamora gracias a Disfam, ¿esta educación está aún más indicada para niños con necesidades especiales?

-Para ellos mucho más, porque cualquier niño cuando tiene una dificultad de aprendizaje sufre emocionalmente, así que es bueno que tanto niños como padres conozcan elementos de educación emocional que les pueda ayudar a aceptar su dificultad y abordar su día a día con un optimismo y salud emocional, no con un estado de sufrimiento que les lleva a un malestar generalizado y baja su autoestima. O que no se quieran esforzar porque están desmotivados y piensan que no van a conseguir nada. Hay una serie de consecuencias emocionales asociadas a las dificultades de aprendizaje que conviene hablar de ellas, no solo centrarse en los problemas cognitivos.

-¿Los padres también tienen un papel destacado?

-Hay padres que se preocupan por asistir a charlas y cursos, porque una cosa es el amor incondicional, que lógicamente se tiene a los hijos, pero a veces tienen dudas de cómo ponerles límites, de cómo potenciar el esfuerzo y la constancia, o si su empatía es suficiente para entenderlos.

-¿Primero deben ellos quizá aprender a gestionar sus emociones?

-Son aprendizajes un poco simultáneos. Lo ideal sería que los profesores tuvieran esa formación antes de impartirla a sus alumnos, pero se está dando el caso de profesores que están formándose y trabajando a la vez. Los padres lo son cuando tienen un hijo, así que aprenden de la experiencia y del error, porque también hay que entender que el error es un factor de aprendizaje y no hay que demonizarlo. Raro es el caso de un padre que sabe educar a su hijo antes de tenerlo.

-Como autora de cuentos, ¿son también una herramienta útil para este cometido?

-Yo escribía cuentos antes de que me los publicaran, lo hacía para los niños que tenía en proceso de terapia y veía cómo el cuento provocaba que ese niño sintonizara con su problema a un nivel muy diferente a si se trataba directamente. Veía a través de los personajes soluciones a conflictos que tenía en primera persona. Escribo desde la práctica, desde el ver que estaba funcionando. Es una forma de orientarle sin darle una retahíla de consejos, con lo que aprenden sin darse cuenta.

-Con la próxima oportunidad de que se llegue a un pacto educativo, ¿sería un buen momento para introducir la educación emocional en las aulas?

-De hecho, he colaborado en una iniciativa, Gestionando Hijos, una empresa dirigida por Leo Farache, que ha diseñado una especie de pacto previo entre profesorado y familia y ahí hemos introducido esa propuesta. Otra cosa es que a nivel de organismos oficiales lo tengan después en cuenta. Nosotros ya lo contemplamos porque nos parece fundamental, se trata de una piedra muy importante en el aprendizaje exitoso, pero también se trata de un elemento de prevención de bullying muy potente y de mejora del rendimiento académico. Por otra parte, previenen mucho los problemas que hoy día tenemos en las aulas, así que pienso que se va a decantar esa necesidad de educación emocional dentro de los espacios educativos. Y espero que cuanto antes.