La monumental artista zamorana acaba de firmar recientemente su testamento para el Olimpo eterno. Cierto es que su excepcional y exclusivo arte viene de lejos. Tan de lejos, que tenemos que traspasar el tiempo e irnos al zamorano barrio extramuros de Cabañales. Ahí surge la monumentalidad flamenca de Soledad Luna, en una familia, como tantas otras, en las que se respira, se piensa y se siente el flamenco y lo flamenco. La Zamora Flamenca en su magna extensión. La decidida vocación hacia el excelso arte prolongado desde la segunda mitad del diecinueve hasta el presente. Y lo que toque.

El alma flamenca de Soledad Luna traspasa el epicentro de lo flamenco para inyectarse por momentos en la medular jonda haciendo lo que haga. Da lo mismo. Su torbellino de voz y de saber estar entronca, aunque sea de refilón, con Los Sonidos Negros, incluso con la Razón Incorpórea, aunque ella no lo sepa. Incluso aunque no lo llegue a saber nunca. Que también es posible.

Como he dicho, octavo disco y, como es habitual, variado, rumba exquisita, "Tu camino y mi camino". Balada entrañable, "Soñar contigo". Reafirmación zamorana donde las haya con nuestro río como protagonista mediante pasodoble personal, "Paseando junto al Duero". Sevillanas, "Que la Virgen no se cae". Balada, "Recibirás tu castigo". Rumba, "Dejé mis sueños varados". De nuevo sevillanas, "Madrugá de luna llena". Canción-balada, "Deja que llore mi pena". Nuevamente rumba "No puedo vivir sin ti". Tangos por bulerías que dan el título al disco, "Tenía mi alma dormida". Terceras sevillanas, "Paisajes de primavera" y, finalmente, para marcar territorio, fandangos de Huelva. Un disco para el disfrute, donde se mezclan de forma inteligente el flamenco con la copla al más puro estilo de esta universal zamoranas. Recomendable, incluso diría imprescindible, para los amantes de estos ritmos tan genuinamente hispanos.