Los zamoranos que emigraron a la Perla de las Antillas lo hicieron en barco. Gijón, Santander, Bilbao, La Coruña, Leixões (Oporto) y, fundamentalmente, Vigo, fueron los puertos desde los cuales comenzaron su aventura ultramarina. Antes de embarcar tuvieron que realizar numerosos trámites y recorrer los cientos de kilómetros que separaban sus pueblos de los puertos que miraban al Atlántico. La prensa de la época denunciará las malas prácticas de los «enganchadores» y el drama de los repatriados al tiempo que publica los anuncios de las agencias y las navieras. La atractiva publicidad no reflejaba las dificultades a las que se iban a enfrentar los emigrantes. La salida del pueblo implicaba para éstos contar con documentos y permisos en regla, tanto administrativos como sanitarios, que suponían un desembolso a sumar al coste del pasaje. Estas gestiones se dejaban en mano de las agencias de emigración que no siempre hacían correcta y lealmente su trabajo.

La espera en puerto era frecuente, a veces durante semanas, lo que acarreaba a los emigrantes más gastos, preocupaciones e incertidumbres que se sumaban, en muchos casos, a las deudas contraídas para abordar esta aventura. El embarque suponía, de facto, nuevas inspecciones y trámites. El engaño de los «enganchadores» y la arbitrariedad de algunos funcionarios obligaba a muchos emigrantes a tener que atender nuevas peticiones dinerarias o correr el riesgo de quedarse en tierra durante más tiempo. Incluso los emigrantes clandestinos debían costear muchos de esos gastos, como el viaje en las diligencias, coches de línea o ferrocarriles que conectaban la Meseta con la costa. Los ahorros que tantos y tantos zamoranos llevaban a la emigración se veían así mermados. En sus maletas y pequeños fardos, los ahorros restantes se unían a unos pocos enseres personales. En este te exiguo equipaje el mayor de los tesoros serán las fotografías familiares, antídoto „junto a la memoria„ contra el olvido y la añoranza. A pesar de todo, en el momento de partir hacia América, frente al inmenso océano, se aspiraba a llegar a la tierra de los sueños, el sueño de muchos.

Después de semanas de travesía con pasajes de tercera, hacinados en bodegas y pasillos de grandes vapores transatlánticos, el Nuevo Continente se presentaba como la «tierra prometida». Sin embargo, la llegada implicaba afrontar, de nuevo, la dura realidad de la emigración. La Habana fue el principal puerto de acogida en Cuba para los zamoranos. La llegada implicaba nuevos trámites: control de pasajeros, inspección de equipajes y expedición de nuevos documentos de identidad. Ante el importante flujo migratorio, las autoridades norteamericanas que gobiernan la Isla tras el 98 proceden a habilitar el antiguo lazareto de Triscornia con el fin de organizar la entrada y aplicar una cuarentena sanitaria ante enfermedades como la fiebre amarilla. Este constituía el primer hogar de aquellos emigrantes que o bien no contaban con familiares directos, o no tenían el dinero necesario para mantenerse hasta encontrar trabajo. Allí permanecían hasta que alguien los requería para trabajar o alguna asociación de emigrantes hacía los trámites para reclamarlos. El paso por la «Estación de Detención» de Triscornia, su denominación oficial, suponía un primer desengaño para unos emigrantes que habían llegado llenos de esperanza y querían iniciar su nueva vida cuanto antes.

La gran mayoría de los inmigrantes zamoranos era gente de campo. Su incorporación a la vida social y laboral de Cuba no fue fácil y, por ello, los recién llegados buscarán la protección de sus redes familiares y de paisanaje. Además, muchas de estas vinculaciones habían sido determinantes en la decisión de emigrar. Esto responde, de hecho, a una estrategia de vida perfectamente definida, a través de una planificación que se expresa en las denominadas «cartas de llamada». Un familiar o un paisano promovían la inmigración de su pariente o amigo a través de uno de estos documentos que, efectivamente, facilitaban enormemente su llegada y acomodación para su nueva vida en Cuba. En no pocas ocasiones el inmigrante procedente de Zamora viajaba con su familia, pero un gran porcentaje de inmigrantes eran hombres jóvenes solteros. Con el tiempo estos formalizarán relaciones de noviazgo establecidas antes de partir incidiendo así en el efecto llamada. Otras muchas jóvenes zamoranas también viajaron por motivos laborales, acogidas por sus parientes. Muchos de estos jóvenes inmigrantes buscarán la formalización de relaciones de pareja dentro y fuera de la amplia colonia española para crear su propia familia. Pronto llegarán sus hijos, nacidos en Cuba, que a estas alturas ya era una segunda patria para la mayor parte de los inmigrantes zamoranos.

El zamorano, como todo inmigrante, perseguía labrarse un futuro mejor del que podía esperar en su tierra. A pesar de proceder de un medio rural duro y subdesarrollado, nuestros paisanos se incorporarán pronto a los sectores económicos donde las posibilidades de progreso eran mayores. Su principal destino será La Habana, pero también se extenderán por el resto de ciudades y provincias de la Isla. Las redes familiares y de paisanaje, pero también los espacios de sociabilidad conformados por los emigrantes, determinan muchas veces los principios de la vida familiar y

laboral de los recién llegados. En los negocios de los parientes y paisanos y, también, en las asociaciones se desarrollaban las relaciones personales y la actividad social. En estos ámbitos el inmigrante podía obtener el contacto o la ayuda puntual para encontrar alojamiento y lograr un trabajo.

El comercio en sus distintos ramos „textil, ferretería, mueblería, alimentación, joyería y hostelería„ será el sector donde van a triunfar los inmigrantes zamoranos, debido fundamentalmente a la enorme capacidad de trabajo y ahorro de estos antiguos campesinos. Otros muchos trabajarán en las minas, el ferrocarril, la construcción de carreteras y diversas actividades agropecuarias, destacando el alto número de los que tendrán que sufrir las duras condiciones de los «centrales» azucareros cubanos hasta que encuentren un trabajo mejor o se vean obligados a retornar a su tierra.

(*) Comisario de la Exposición y Director de la UNED en Zamora

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