Son directas: "es terrorismo machista", "yo nunca me fiaría, de un hombre que haya maltratado, no confiaría en él. No se recuperan. Es una forma de ser, no es una enfermedad que se cure, tienen tan interiorizado el machismo que no creo que cambien". Hablan al unísono. Son dos jóvenes zamoranas, Lucía y Sara (nombres supuestos), víctimas de la violencia de género, en fase de "recuperar nuestras vidas", incapaces todavía de plantearse una nueva relación. Las heridas psicológicas tardan en curar. De eso saben estas mujeres zamoranas de 24 años y 38 años que sufrieron ese tipo de maltrato, tan potente como el físico, pero "muy difícil de demostrar ante los jueces", apuntan.

Quien las cautivó con promesas de amor incondicional y un sin fin de atenciones un buen día transformó su dulce voz en un auténtico arma de matar. De matar psicológicamente, viviendo "encerradas, controladas", bajo "vejaciones" de todo tipo, "también sexuales". El dominador, el controlador es insaciable, construye sus lazos deshilando los que unen a su víctima con sus amigos, con su familia. Los devora hasta dejarla aislada, sola con él, bajo "amenazas de muerte, insultos" y "aterrada", "en silencio, somos expertas", cuando les atrapan.

Les separan varias generaciones. Nada menos que 14 años, pero la historia se repite, se ha avanzado sí, pero queda mucho camino, aseguran. Mientras las mujeres mueren por romper las cadenas con sus maltratadores, la retahíla del violento machista se repite, terrorífica letanía: "si no es conmigo, con nadie", "te voy a arruinar la vida", "te voy a pisar el cuello", "¿ves esa?, la siguiente muerta serás tú".

Las conductas machistas están tan fuertemente arraigadas en la sociedad que la educación en la escuela, en la familia, a la ciudadanía en general, es esencial para romper esos roles, "el pensar que las mujeres tenemos que comportarnos, vivir de cierta manera. A mí mi expareja me llegó a decir que en un hombre era natural tener varias relaciones, pero en una mujer no", recuerda Sara. La educación para considerar a la mujer persona "es esencial", debe traducirse en que "pueda vivir su vida y su sexualidad como le dé la gana, que tenga libertad".

Educar en igualdad, destacan, "eliminar el lenguaje sexista, los chistes machistas, los comentarios despectivos, los refranes". "Hay que educar de otra manera, al margen de esos conceptos machistas, que no se culpe a la mujer, la culpa de todo es del machismo", concreta Sara, que por eso cree importante el feminismo, que "no es ser "feminazi", es defender nuestros derechos. Hay que "enseñar a detectar estos comportamientos, que los podamos identificar, será la forma de evitar" la violencia de género, "hay que introducir un pensamiento crítico para que se sepa qué es una conducta machista". Lucía recalca que "la mujer debe tener igualdad de condiciones en el trabajo y en casa, hay mucho mensaje machista que es preciso erradicar, el lenguaje es muy importante".

Ambos fueron conscientes del peligro que corrían solo cuando dejaron a sus exparejas y tras comenzar la terapia en la Oficina de Atención a Víctimas de Delitos de los juzgados y de la grupal en la Asociación de Víctimas de Violencia, inmensamente agradecidas por la labor desinteresada. Antes, "no eres consciente, normalizas la relación, crees que tiene que ser así y piensas que a ti no te pasará nada", coinciden en apuntar, a pesar de que "se llegaron a dar situaciones muy desagradables, era brutal", recuerda Sara, vecina de Zamora. Su experiencia es tan idéntica a la de Lucía que ambas podrían intercambiar su historia prácticamente sin matices: la única diferencia sería la identidad, la cara, de sus maltratadores.

El acoso llega a ser tal que el violento consigue "mantenernos encerradas en casa", destruir su autoestima, suplantar su personalidad. Dejaron de ser. "Me controlaba tanto que, cuando no trabajaba, me quedaba en casa, ya no salía para no tener broncas. Dejé de pintarme, de comprar ropa porque ¿para qué?, así evitaba broncas", añade Lucía, la más joven, residente en un pueblo de la provincia. Sara optó por salir solo con él y "mirar al suelo para no saludar a amigos o conocidos", el interrogatorio posterior era insoportable.

La sociedad les pide que abandonen el silencio. Ellas, que tuvieron esa valentía, que vivían "aterrorizadas", animan a quienes continúan bajo el yugo del violento: "hay que denunciar, hay recursos, mucho apoyo de instituciones", aseguran. Y, sobre todo, "el mundo está fuera no en casa, donde te encierra el maltratador", subraya Lucía.

Y exigen otro trato hacia la mujer inmersa en esta brutal experiencia, "pido tolerancia, que no nos juzguen", dice Lucía, "tienes miedo a que se sepa y te señalen con el dedo, a que te echen del trabajo". Y un mensaje, "a quien nos apunta y critica -"qué habrá hecho", "por qué no le deja"-, le diría que ojalá no tenga que pasar por esto, nunca creí que me ocurriría, tardas en darte cuenta porque ellos te van dirigiendo, poco a poco, sin que te des cuenta". Piden "que no se culpabilice a las víctimas, que ayuden con la denuncia".

Revierten la petición a la sociedad para que abandone también su silencio, "que si alguien observa en la calle, escucha a un vecino maltratar a una mujer, no mire a otro lado, que llame a la policía, al 112 o al teléfono 016. Solo tienen que contar lo que está ocurriendo".

La Ley de 2004, aprobada por el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, "cojea" no tanto en cuanto a su contenido -aunque sería bueno "que las órdenes de alejamiento no se queden en un papel, muchas que las tenían, han muerto"- como respecto de los hijos de maltratadas, a quienes no se les considera víctimas directas. "Sufren igual que sus madres, en muchos casos de forma física y, en todos, psicológicamente. No debería ser ni debate", señala Sara. "No concibo que un hijo pueda ir con el padre maltratador", sentencia Lucía, "les he visto felices con sus madres, los quieren, protegen..., van con el padre y regresan agresivos con ellas. Los utilizan para seguir machacando" a las víctimas".

¿Qué hacer con ellos? "Encerrarlos, que no vuelvan a salir porque volverán a maltratar". Echan de menos el reproche social hacia ellos, el aislamiento.