Junto al testimonio gráfico de las fotos de Saura y los escasos minutos salvados del rodaje de Juan Julio Baena y Eduardo Ducay, existe un testimonio gráfico de mano de este último, que recopiló en forma de diario durante aquellos días de diciembre de 1954 mientras preparaban «Carta de Sanabria» y que publicó años más tarde en la revista «Secuencias». Aquellos tres jóvenes cineastas, influenciados por el neorrealismo italiano, encontraron en el rodaje de la producción encargada por Moncabril la ocasión de realizar un documental, ya que la empresa «no parecía tener una idea muy clara de lo que se podía hacer, y dejaba el tema en nuestras manos sin otra exigencia que la que sus obras aparecieran bien presentadas en pantalla».

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La casa del señor cura

Don Lauro, «un bruto. Un hombre alto, bien plantado, con hablar farfalloso. Nos acompaña a la iglesia (de Vigo de Sanabria), que nos enseña con aire rutinario, sin que le importe demasiado el arte porque en eso, dice, él "es profano". Lo parece en todo, dando a la palabra profano su peor sentido. En realidad lo que más le interesa es que tomemos en su casa una copita que no aceptamos. Tenemos que ver su casa y la visita resulta interesante, porque es magnífica casa, limpia, bien amueblada, donde hay lo menos seis habitaciones con buenas camas, con buenas ropas, vacías, en las que nadie duerme. Me acuerdo de la casa del maestro (de Vigo). Y este señor, el cura, tiene dos casas: la parroquial y ésta, que es suya particular». Eduardo Ducay. Diario. Foto Carlos Saura

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Como referencia previa de Sanabria, Ducay solo contaba con unos cuantos datos geográficos, entre ellos que solo media docena de pueblos contaban luz, y las referencias de Miguel de Unamuno contenidas en el prólogo de «San Manuel Bueno, mártir», quien se refirió a la comarca como el escenario de una «desolación tan grande como la de las alquerías ya famosas de Las Hurdes». Un paisaje de miseria relatado así casi un cuarto de siglo antes por el escritor en el que sus habitantes habían llegado a atisbar cierta esperanza en octubre de 1934, cuando allí recaló, con idénticas sensaciones, el equipo dirigido por el escritor Alejandro Casona (oficialmente Alejandro Rodríguez, maestro e inspector de enseñanza) en las Misiones Pedagógicas. Casona se declaró igualmente impresionado por las extremas condiciones de vida en las que vadeaban su existencia los habitantes de los pueblos más cercanos al Lago de Sanabria: Ribadelago, Vigo, San Martín de Castañeda...

Cuando arriban Ducay y su equipo, veinte años más tarde, el «espejo de soledades» unamuniano contemplado por las gentes de Casona, seguía intacto. Los sanabreses de los pueblos de la montaña habían rogado a los componentes de la Misión: «Digan en Madrid cómo vivimos aquí, que lo sepa el Gobierno». No contaban con que una guerra y una posguerra sepultarían otros cuatro lustros aquella débil luz prendida con las actividades pedagógicas.

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El origen del título de la película que no pudo ser «Titulé al frustrado documental "Carta de Sanabria" porque aquella era una región de ausencias, y las cartas, cuando las había, eran el único nexo de unión entre los que quedaban y los que se habían ausentado. (€) En la escuela de Lobeznos conocí a una niña, Inés. Tenía una carta de su madre escrita desde Barcelona. (...) Olvidé devolvérsela y aún la guardo.Señorita Inés Rodríguez.Querida hija: recibí tu carta y por ella veo que estás bien de cuanto me alegro.Tu hermanito y yo bien G. a D.Inesita. Veo que se te ba olvidando de escribir ¿estudias poco? tienes que estudiar mucho, si no, no podrás venir a Barcelona nunca.Me dices que no puedes llevar pendientes, pues; en cuanto cobre yo este mes verás si los llevarás, te mandaré unos de oro para que no se te infecten las orejitas.Bueno guapa en otra haber si puedo mandaros la foto del niño que aún no se la han hecho, y ahora quedara feo porque le salió una pupita y le cortaron el pelo al cero.Bueno inesita besos a tu abuelita y a todos y de tu mamá un fuerte abrazo.CarmenComo no tenía más papel he cojido esta minuta francesa.El reverso de la carta es la minuta, en francés, del Hotel Habana de Barcelona. Su fecha, 17 de agosto de 1955. Por esa cara una mano infantil había garabateado algunas letras, una vasija con flores y algo que podría ser un televisor. Foto Carlos Saura.

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Las semejanzas entre lo descrito por Casona en su memoria y lo encontrado por el equipo de Ducay, Baena y Saura son tristemente abrumadoras. Y en ambos casos, los visitantes recurrirán a los versos de Unamuno, que en 1930 quedó igualmente impresionado por el paisaje de dolor que transmitían los habitantes de aquellas aldeas donde la leyenda situaba su «Valverde de Lucerna, hez del lago de Sanabria», que serviría de base a «San Manuel Bueno, mártir».

El diario del director del documental que él creyó perdido en su integridad para siempre, comienza un lunes 13 de diciembre de 1954, con la llegada a la capital zamorana, «una ciudad llena de viejas enlutadas y curas», «vacía y polvorienta, en la que el tiempo se ha detenido». Toman el tren de las siete de la mañana para llegar a Puebla dos horas y media más tarde, donde nadie los espera. Acaban con unos muchachos que los acompañan a una cantina sin luz, donde huele a leña quemada «con un humo que irrita los ojos. Aquello es frío y triste».

Pasan la noche ya en la residencia de Moncabril y al día siguiente saludan al ingeniero, «un chico joven que parece desesperado de estar aquí». Visitan Ribadelago: «Todo me recuerda algunas fotografías del film de Buñuel en Las Hurdes. Las calles son un cenagal intransitable (…) Algunos niños tienen una expresión extraordinaria, a la que contribuyen las greñas y la mugre en que están envueltos. Por estas calles la luz del sol (…) se filtra haciendo más violentos los contrastes y más espeso el color del fango. El río pasa junto al pueblo y lo divide en dos partes. El pueblo es un buen temario para un fotógrafo». Así lo demuestra la colección de Carlos Saura, parte de la cual ha estado expuesta en octubre en la Alhóndiga.

Esa misma tarde suben a San Martín de Castañeda, «un pueblo más estético que Ribadelago, aunque con el mismo fango perpetuo. Aquí no hay luz, y conforme va anocheciendo se va haciendo más difícil dar un paso por las calles (…) Al subir a ese pueblo hemos visto el lago, de un color púrpura morado. Los chopos bajos, con la hoja seca, dan al paisaje un color ocre rojizo. El cielo era violeta, un panorama hermoso, pero hosco y pobre».

Al día siguiente Ducay inicia el reconocimiento de escenarios. Suben a la presa de Vega de Tera, en construcción, a través del plano inclinado construido por el que se salva el desnivel de la montaña y revelan las penosas labores de los obreros, para los que, paradójicamente, aquel trabajo representaba la seguridad de un salario, mísero pero regular, que llevar a sus hogares. Aquella explotación era percibida como una oportunidad de progreso, arrancar frutos a esta tierra ingrata costaba aún más sudor y lágrimas.

En 1934, Alejandro Casona describía las miserables condiciones de vida de aquellas mismas gentes, los padres o abuelos de los obreros que ahora trabajaban, en nombre del progreso, para la maldita presa de Vega de Tera. Casas con tejado de paja, sin chimeneas, la presencia de enfermedades endémicas como el bocio, la ausencia de sanidad y educación. La primera acción de aquellas Misiones Pedagógicas en San Martín de Castañeda tuvo como objetivo, precisamente, el arreglo de la escuela del pueblo. El maestro, «no tiene casa-habitación; la cama y el elemental ajuar que ha podido traer consigo está en la misma clase; un local sucio, viejo, oscuro y bajo de techo».

Al marcharse la Misión, tanto la escuela de San Martín, como la de Ribadelago y Vigo habían sido adecentadas. Se instalaron comedores escolares y se dotó de material didáctico y botiquín de medicinas. Todo ello, veinte años después, aparece como un sueño en la memoria de los más mayores, en los que aún perdurarán las representaciones teatrales, los romances, los juegos y la música nacida del gramófono. Los vasos de cristal, el menú diario de comida humilde pero nutritiva, las nociones de higiene, la necesidad de acudir a la escuela para adquirir una educación, fueron borradas del mapa en una tierra ahora dominada por los caciques de posguerra y por clanes de usureros que prestan el dinero al 30% de interés, donde el miedo a la represalia amordaza las lenguas de los vecinos.

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Un sueldo por metro de piedra perforado

«Cruzamos unos obreros, que se apoyan junto a la pared y nos miran pasar con una cara empolvada y blanca. A lo lejos se ve una nube de polvo y trepida una perforadora a la que el capataz manda detener. Ahora resuenan unas toses secas y entrecortadas. Estamos en el final de la perforación. Los obreros (dos) están perforando la piedra para colocar barrenos. Aquel es un trabajo realmente infernal. Llevan una especie de caretas de esponja que cubren boca y nariz y que deben hacer la respiración difícil y angustiosa. Hablamos con aquella gente. Jornada de trabajo, ocho horas. Se trabajan ocho horas diarias. Se gana según lo perforado, por metro. Los sueldos va de 25 a ocho pesetas. Hay días que se dan mal. Los barrenos levantan poca piedra y entonces se cobra poco. Esto es sobrecogedor. Los hombres sudan, hace calor, respiran mal, tosen. A todos les acecha una silicosis (€). Se adivina que estos hombres son explotados. La empresa no paga la comida, la empresa paga a destajo, la empresa€». Diario de Eduardo Ducay. Foto Saura.

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El equipo de Ducay topa con el maestro de Vigo de Sanabria. «Vive en una choza, sucia, pequeña, angustiosa y ahumada». Ni rastro de aquel rico material depositado con la osada idea de que la Diputación de entonces mantuviera vivo el rescoldo de la cultura en este rincón apartado del mundo. En Ribadelago, el contacto con el maestro de los niños resulta todavía peor, no ya por las terribles condiciones de la escuela, sino por el maestro, «un hombre de unos 40 años, bastante zafio, que parece harto de estar en este pueblo y a quien la escuela debe de importarle muy poco (€) Se acusa aquí el terrible retraso en que ha vivido Ribadelago» (€). Al mediodía, los chicos reciben un vaso de leche de la «ayuda americana», «a la que él llama concordato y que cree limitada solo al envío de barriles de leche en polvo». Moncabril también ayuda, pero solo a la escuela masculina «porque esperan que un día serán obreros al servicio de la compañía». Distinto, por fortuna, es el panorama de la escuela de las niñas, a cargo de una maestra muy joven, llamada Carmina a la que Ducay encuentra que «se parece horrores a María Pía Casilio, la actriz italiana. Las niñas nos miran con curiosidad. Hay una muy sucia pero muy graciosa que se llama Dulcinea. La maestra dice que debería llamarse Aldonza Lorenza».

El recorrido los llevará, durante aquella semana también a los pueblos situados al otro lado de la sierra, algunos de ellos más prósperos como Quintana o Trefacio, donde hay luz, telégrafo, taberna y hasta un coche en un huerto. Allí, narra el cineasta el encuentro con Celestino Escudero, emigrante retornado de Estados Unidos. Volvió en 1935 porque su mujer estaba enferma de gravedad y cuando ya llegaban al pueblo, de noche, sobre una mula, la mujer se le murió. Por demorar el regreso allá, perdió la residencia, el trabajo en la fábrica Good Year y tuvo que quedarse. «Cuando pensaba que no podía volver -dice-, se me saltaban las lágrimas». Después empezó la guerra «y desde entones estamos en guerra». Celestino esboza una sonrisa satírica, para, a continuación, narrar las miserias del lugar. Una especie de epidemia de pobreza sin fin que hará preguntarse a otro de los personajes de su periplo, Encarna Tosa, «¿Hasta cuándo va a durar eso?», y estos jóvenes cineastas tratan de aportar algo de esperanza ante un panorama tan umbrío. «JJ le dice que eso no durará siempre, porque no puede ser, pero ella tiene su propia idea: ¿Qué me importa a mí que se arregle dentro de cincuenta o sesenta años -dice-, si yo ya no lo veré?». Escepticismo y resignación, como la de los hermanos Máximo y Casimiro San Román Fernández, enfermos, caminando sobre muletas. El primero de ellos cobra 12,60 pesetas de retiro, el segundo nada porque le deniegan la ayuda, al considerar que puede ser apto para el trabajo después de una operación que lleva años esperando: «¡Es la vidita, amigo!».

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De compras, ventas y tratos en El Puente

«-¿En cuánto va la oveja rapaz?-Lo de antes, ya dije.-Tú estás loco.-Dios no me vuelva.-Doy tres medallas (duros), y ganas media.-Una más, y para mí la piel.-Es un pellico.-En Galende me mandaron dieciocho.-¿Y por qué no cerrásteis?-Vale más.-¡El demonio! Tiene tres años y nunca parió. En fin, ¿cuánto quieres de repente?-Ya dije.-Dijiste, dijiste€ Vamos a ver si interpretamos: subo una.-Bajo otra.-¿Pero sin la piel?-Con la cuerna y la asadura.-Pues ¡regalarse, rapaz!Y se despiden sin más, seguros de volver a encontrarse. Han hablado rastreando la intención, huyendo uno y otro de la palabra exacta. Pero no han dejado de mirarse. Sólo mirándoles los comprendimos nosotros».Alejandro Casona. Memoria de las Misiones Pedagógicas. Foto Saura

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La vidita aún les aguardaba una desgracia mayor. Aquella presa en construcción que debía ser objetivo del documental encargado por Moncabril reventó un gélido 9 de enero de 1959 vertiendo desde 1.700 metros de altitud ocho millones de metros cúbicos. Aquel ingenio que debía rescatarles del olvido costó la vida a 144 personas: «El pueblo quedó totalmente destruido (€) Adiós Inés, Celestino, Fidel, Dominga, Máximo, Casimiro, Rosina, adiós -definitivamente- a Ribadelago».

Décadas más tarde, la labor de investigación de Guillermo Hepténer recuperó 13 minutos de aquel documental, velado al rebobinar los carretes de película, muy sensibles y que se imantaban con facilidad. A Ducay le costó reconocer que aquellos eran planos rodados por él y nunca estuvo de acuerdo ni con el montaje ni con la música de esa Carta de Sanabria, un film que nunca vio la luz como su autor quería.

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El autor, frente a su obra, 60 años más tarde

«El jovencísimo Carlos Saura encontró en Sanabria un venero de temas para realizar una serie de fotografías de calidad y belleza excepcionales. El sentido plástico y el instinto visual son algunas de sus grandes dotes creativas». (Diario de Eduardo Ducay). En la foto de J. L. Fernández, Saura en la exposición celebrada en la Alhóndiga en octubre de este año.--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------