Tenían el protocolo en la cabeza. Cuando algún vecino moría en extrañas circunstancias, acudían al lugar, tapaban la cara del fallecido y aguardaban la llegada del juez para proceder a levantar el cadáver. En andas, subían el cuerpo del finado hasta el cementerio y lo trasladaban a una pequeña sala, en la esquina del camposanto. Era un espacio habitualmente utilizado como almacén, pero, en ocasiones excepcionales, se transformaba en sala de autopsias.

El forense acudía al pequeño cuarto provisto de un maletín en el que transportaba las herramientas para practicar el examen. Para cuando abriera el cuerpo del finado, allí no debía haber nadie más que los familiares... pero el médico no podía obviar que, para el pueblo, la autopsia era un auténtico acto social. Tras tomar las pruebas precisas con las que certificar la causa del deceso, el especialista cosería la piel, vestiría al fallecido y, de nuevo con la ayuda de los vecinos, le darían sepultura. En caso de suicidio, lo harían en un terreno de tierra sin bendecir, dentro del recinto, o justo al lado. A menos que el sacerdote consintiera lo contrario.

El ritual es común a todos los pueblos zamoranos. En muy pocos, sin embargo, se conservan las reliquias de aquellas prácticas lejanas. Quienes han subido al camposanto de Andavías estos días, han podido observar que en la última esquina del cementerio hay un pequeño cuarto, casi en ruina, sin puerta. En el interior, junto a cruces de sepulturas almacenados y restos de útiles propios del lugar, aparece, intacta, la mesa de autopsias. Al fondo, carcomidas, las andas de madera con las que los vecinos transportaban a los muertos décadas atrás y una especie de féretro abierto, última morada del desdichado antes de iniciar el sueño eterno.

En Andavías, son muchos los que conocen la sala de examen, aunque pocos aciertan a ofrecer datos concretos sobre su uso. Entre los vecinos más veteranos, varios recuerdan haber estado en la una de las últimas autopsias, la de un hombre que falleció ahogado en un pozo en el ecuador de los años ochenta. "Yo he sido siempre algo valiente, aunque aquello daba respeto. Aunque yo no era familiar, logré colarme dentro. Después de examinar el cuerpo, lo cosió y lo llevamos al cementerio nuevo, que entonces comenzaba a construirse. Allí apareció una sepultura de piedra y un cuerpo incorrupto. El médico tomó un hueso, lo partió y nos dijo que tendría más de doscientos años. Al final, aquello se tapó y procedimos al entierro", rememora un conocido vecino del pueblo.

Cementerio de Andavías, donde se encuentra la antigua mesa de atopsias.

Otro habitante de Andavías, bastante más joven que el anterior, también fue testigo de aquella autopsia. "Fue un acto casi público, todos querían estar allí. La gente acudía porque el entierro iba a tener lugar a continuación. La puerta estaba abierta de par en par y los niños se asomaban por una de las ventanas. Era el morbo de ver presenciar aquello", explica. Esta persona certifica que el cuarto del camposanto está "igual que entonces", hace tres décadas, y apuesta que las condiciones del lugar no han variado en el último siglo. Hoy, el tejado está vencido por el peso de la estructura, pero las andas y la mesa de ladrillo y cemento delatan la práctica ya clausurada. En su opinión, las andas han estado presente "desde los años veinte, cuando la gripe se propagó por el lugar y la estructura solía usarse para subir los cuerpos al cementerio".

Mientras estas dos personas prefieren ocultar su identidad porque el asunto no deja de ser sensible, José Antonio Mateos, cronista de Andavías, comparte, sin dudar, sus recuerdos de niñez. El historiador tenía 13 años cuando un hombre se quitó la vida de un disparo. "Oímos un disparo y a una persona chillando. Vimos al señor en el suelo, muerto, junto a una escopeta. Fue realmente impactante. Le taparon la cara hasta que llegó el juez y luego se lo llevaron al cementerio para hacer la autopsia", rememora. Nada de particular, advierte el cronista. Nada que no ocurriera en otros pueblos. De no ser porque, extrañamente, en Andavías están acostumbrados a un excesivo número de suicidios.

El ritual cesó hace tres décadas. Los coches fúnebres, los velatorios? El tratamiento de la muerte "se ha vuelto más aséptico, más frío". José Antonio Mateos reivindica que entonces se le miraba a la muerte a los ojos, todo era "más humano". Así fue durante siglos. Y de aquello quedan las reliquias en Andavías, donde cualquiera puede subir, como entonces, al camposanto, para certificarlo.