"Él estaba obsesionado con Zamora y su museo, quería incluso recobrar la obra y no vivió tranquilo en ese sentido". Así narra el artista Tomás Crespo la espinita clavada del escultor de Cerecinos de Campos en relación a la época previa a la creación de la Fundación Baltasar Lobo, una deuda que sigue viva ya que "solo tiene un almacén y así no se puede estudiar su obra, se necesita el museo que se le prometió, si bien no todo es culpa de los zamoranos, hay más circunstancias como que él no dio la obra de la mejor manera", añade el zamorano Ricardo Flecha. Ambos artistas, junto a José Luis Coomonte y Antonio Pedrero, fueron ayer los protagonistas de una mesa redonda en torno a la figura de León Felipe dentro del ciclo de conferencias que organiza el museo de Zamora.

Tanto Coomonte como Pedrero y Crespo conocieron en persona a Baltasar Lobo, "el mejor escultor de Castilla y León, sin duda, aunque Zamora no lo ha entendido porque su museo sigue peregrinando", planteó Coomonte minutos antes de la conferencia. Fue, además, muy duro en sus palabras: "Zamora a veces me recuerda un poco al cuadro de Goya de Saturno devorando a un hijo sin ni siquiera digerirlo". Pedrero, por su parte, coincidió en tildar al autor de Cerecinos de Campos como "un exponente del siglo XX, el más importante de las artes después del Renacimiento", un siglo "que yo concibo como un pasillo largo donde se abren puertas y ventanas de la mano de Picasso para abrir a los demás paisajes nuevos y diferentes. Lobo entró en ese pasillo", planteó Pedrero, que dibujó la figura de un Baltasar Lobo "rebelde, pero con una ternura y fineza inalcanzable por ningún otro escultor, en contraposición a su forma de ser: rudo, castellano, sencillo...". Así lo recuerda también Tomás Crespo, que le conoció de la mano de Antonio Pedrero en un paseo hacia una corrida de toros en Zamora: "Me dio la impresión de no estar ante una figura del arte, sino con un campesino de camisa blanca remangada que se sentaba en la zona de sol para sentirse al lado de su gente". Crespo aprovechó la mesa redonda -que llenó el Museo de Zamora- para rendir homenaje a Jesús Hernández Pascual, ya que "fue el primer en contactar con él". Su anarquismo inicial le llevó a "tener un desprecio absoluto por el Franquismo y no quería saber nada ni por España ni por Zamora, pese a ser becado por la Diputación, y nosotros, gracias a Hernández, le acercamos a Zamora".

Coomonte, con su habitual discurso llano y cargado de sentido del humor, insistió en las características de su obra, unas piezas "en las que hay alegría a pesar de vivir en el periodo de entreguerras". Alabó también la "finura" de sus esculturas, ya que "para entender a Lobo hay que abrazar su obra, que es orgánica, que se desliza..."

Flecha, sin embargo, no le conoció en vida, aunque sí en obra y, sobre todo, en investigaciones. "Lobo buscó un pedestal donde lucir sus obras y encontró en Zamora un sitio ideal, pero hubo muchas personas que se subieron encima para parecer más altas".