Cuatro años atrás, un pastor marroquí residente en Zamora escuchó al arrendatario del terreno asegurar que en la finca colindante a la nave en la que guardaban el ganado -frente a la popular pradera de la ermita de Valderrey- había enterrado "un tesoro". El empleado se tomó la supuesta confesión tan al pie de la letra que comenzó a horadar el subsuelo de una antigua vivienda en ruinas en varios puntos, efectuando agujeros profundos, pero de pequeño diámetro. Trabajaba de noche, con la ayuda de escasos medios y, al parecer, con la colaboración de otro pastor de origen portugués. Este lunes, el compañero encontró varios efectos personales del marroquí -la cartera, los zapatos y el teléfono móvil- junto a la última de las galerías. Del pastor, ni rastro.

Este es el relato que precede a la operación que ayer pusieron en marcha la policía junto a los bomberos de la ciudad a eso de las dos de la tarde, cuando una excavadora de grandes dimensiones se desplazó a la finca donde desapareció el pastor para comenzar a remover varios metros cúbicos de tierra en busca del marroquí. La operación, en apariencia, parecía relativamente sencilla: liberar el terreno que circunda a la galería, de casi diez metros de profundidad, para poder acceder al cuerpo del pastor. Ocho horas más tarde y después de desplazar ingentes cantidades de tierra en una zona de difícil acceso, la excavadora logró remover unos cuatro metros de profundidad de materiales. Con la ayuda de luz artificial, los bomberos tenían previsto prolongar las tareas en la noche lo que fuera necesario hasta dar con el cuerpo del desaparecido.

La historia parece sacada de una novela juvenil, pero es tan real como el testimonio de los vecinos de la zona de Valderrey. "Llevaban cuatro años haciendo agujeros con la ayuda de herramientas tercermundistas, como escaleras de hierro o de cuerda y poleas que fijaban en los pinos que hay sobre la antigua casa para sacar la tierra", narra el propietario de una finca colindante, quien tenía una línea de luz en el terreno, hoy en manos de varios herederos. "Nunca los llegué a ver y no creo que los dueños de la finca lo supieran. Venían de noche y hacían las galerías con ayuda de linternas", precisa el vecino. Una de las muchas curiosidades que encierra el caso es la fórmula que utilizaba el pastor marroquí para horadar el terreno. "Los agujeros eran escalonados, no verticales", asegura el propietario de la finca aneja. Los trabajos de la excavadora dejaron ayer al descubierto la última de las galerías, donde se podía apreciar igualmente el uso de neumáticos para consolidar el agujero y poder acceder al fondo.

El vecino más próximo sostiene que incluso llegó a informar a la policía de la existencia de los agujeros, "no porque buscaran algo, sino porque quizá estaban tratando de esconder alguna cosa". Lo que vio un agente que acudió a la zona sin estar de servicio no le debió de parecer llamativo. El caso es que el pastor marroquí, con la supuesta colaboración de su compañero -ambos vivían en Roales desde hacía tres años-, continuaron practicando agujeros bajo la vivienda principal e incluso en el subsuelo de otra construcción más pequeña que distaba unos metros.

El pastor marroquí, de 38 años, cuyo cuerpo no había sido localizado al cierre de esta edición, es una persona muy conocida por los vecinos de las fincas de Valderrey. Algunos de ellos, quienes lo definen como una persona afable, confiesan que llegaron a ayudarlo en ocasiones entregándole ropa y otros efectos. Uno de los propietarios de las huertas cercanas afirma que lo vio con las ovejas el sábado por última vez. Este lunes festivo ya no había noticias del marroquí, supuestamente atrapado en el último tramo de la galería, de la que ayer por la noche quedaban más de seis metros de profundidad por descubrir.