Hubo un tiempo en el que fumar "no mataba", "ni provocaba infartos", ni tampoco "aumentaba el riesgo de cáncer de pulmón". Hubo una época, tan lejana que ya hace tiempo que se borró de la retina, en la cual fumar no solo no era malo, sino que era un símbolo de prestigio y elegancia. Y como en todo, había diferentes estatus, no era lo mismo fumar en pipa que cigarrillos y pocos eran los que se podían permitir un Winston o un Marlboro.

De esto saben, y saben mucho, Santiago Piñuel y su esposa María Teresa Peña, que regentan el estanco de la calle Ramos Carrión. El año que viene ponen punto y final a un negocio que cogieron hace más de 35 años.

Nada más llegar volvemos a un estanco de los de antes, con estanterías en la que los paquetes se amontonan a la vista de cualquier cliente que se adentre por la puerta. Comienzan las preguntas y en poco tiempo cualquier directriz o instrucción salta por los aires ante la intensidad que impone María Teresa que responde por ella, por su marido y hasta modifica las cuestiones a su gusto. La veterana estanquera, la vendedora que todo el mundo conoce y que conoce a todo el mundo, la intensa preparadora de escaparates atractivos hubiera concurso o no, tiene una historia que contar y piensa comenzar por el principio.

El estanco, que antes se situaba en un inmueble contiguo, pertenecía al padre de Santiago, José Piñuel, quien lo había solicitado al Ministerio de Hacienda a principios de los años setenta y le fue concedido por méritos de guerra. No sería hasta los años 80 cuando Santiago se hizo con el local, y hasta que dos años después María Teresa, maestra de oficio, se convirtiera en vendedora de cigarrillos, puros y cualquier tipo de enser relacionado con el mundo del fumador.

María Teresa y Santiago se conocieron en la iglesia, viviendo una fe religiosa y una creencia que nunca han abandonado. Cuando les preguntas por la Semana Santa a ambos se les ilumina la cara. Ellos son unos privilegiados, desde su establecimiento prácticamente disfrutan de casi todas las procesiones de Zamora. "No nos aburrimos, somos muy semansanteros", afirman ambos, que también detallan que viven "el Triduo Pascual con respeto de buenos cristianos".

Los estanqueros no solo han visto pasar a Longinos y al Cristo de las Injurias por delante de su local, sino también han visto pasar el tiempo y los cambios que con ellos han llegado. Desde el asfalto de la calle, que anteriormente era de brea al empedrado de granito o la cuarcita actual, o de cualquier otro menester arquitectónico no es lo que más destacan en la evolución sufrida por Zamora. "Las Edades del Hombre de 2001 fueron una revolución turística para nuestra ciudad, la gente descubrió Zamora y a partir de entonces se ha notado mucho".

María Teresa lleva preparada toda la conversación con un álbum bajo el brazo, donde guarda cada recorte de periódico en el que se habla de su estanco y también fotos y recuerdos de aquellos tiempos que constantemente evoca con nostalgia durante la conversación. El tema principal será el tabaco, no se les puede culpar ese es su oficio.

La estanquera lamenta amargamente el trato que han recibido los negocios dedicados a la venta de cigarrillos. "En mi condición de cristiana no me sentó bien que dijeran que el tabaco mataba a la gente". Considera que han sufrido una verdadera inquisición y que no es tan fiero el león como lo pintan. Ella continúa mostrando fotos que combina con comentarios sobre el pasado: foto de ella y su marido en una excursión a una tabacalera -"el tabaco es una cultura"-; foto de un escaparate preparado para el concurso de escaparates de San Pedro - "ahora los jóvenes beben mucho alcohol y se drogan el doble" -; foto de ella cuando era joven- no puede evitar que se le escape una sonrisa, mientras pasa rápidamente a la siguiente página con vergüenza propia de una adolescente. Mientras tanto, su marido va de acá para allá, atiende a los clientes y de vez en cuando se acerca a la trastienda para confirmar como el segundo de a bordo de un submarino cada opinión que vierte su mujer. Es la unión que crea los años.

María Teresa y Santiago cierran, escriben el epílogo de 36 años de trabajo, no sin nostalgia pero sí con ganas de descansar, que ya toca. Nada en este tiempo se convirtió en humo.