"No quiero saber nada más de la Guerra Civil", dice Herminio Ramos, cuya sombra sigue paralizada en bronce en la plaza de San Ildefonso. "Me duele que se escarbe en tal monstruosidad".

El cronista oficial de Zamora tenía diez años cuando las camionetas de la Falange, los reclutamientos en ambos bandos y los chivatazos llegaron a Zamora, y más concretamente a su pueblo, La Tuda. Fue él quien salvó a su padre Bonifacio de irse "probablemente a la pared del cementerio", declarando que la escopeta por la que le inculpaban se la había regalado la fundadora de la Falange en la capital. A sus 91 años, Herminio Ramos recuerda con viveza cada detalle, pero se reafirma: "Hay que mirar al futuro y no irse 80 años atrás".

Sin embargo, la guerra sigue presente, día a día, en la vida de Amable García y Pilar Merino. Se conocieron en la cárcel y se dieron su primer beso en un Consejo de Guerra, delante de la policía franquista. Y desde entonces hasta ahora. Pilar lo dice claro: "La guerra fue horrorosa. Tenemos recuerdos malos, pero sobre todo tenemos amigos. Amigos de verdad. Todavía no puedo hablar sin soltar unas cuantas lágrimas".

La pareja no tuvo la suerte del historiador y vivió la misma historia turbulenta que muchos zamoranos: el asesinato de varios familiares.

Amable García tenía 13 años y estudiaba en el instituto Claudio Moyano cuando comenzó la sublevación. La detención de su padre, Francisco, llegó en verano y, en septiembre, ingresó en la prisión de Toro. Días después de entrar en la celda, Francisco fue llevado al paredón de fusilamiento junto con otras 40 personas.

El padre de Pilar, que coincidió en la cárcel con el de Amable durante un breve periodo de tiempo, subió a la camioneta falangista y desapareció en un traslado entre Zamora y Toro, supuestamente, cuando ella tenía diez años. "Nunca supimos ni dónde quedó ni qué fue de él. Todo se quedó en el camino". Desde ese momento, Pilar, que no se había preocupado mucho por la política debido a su temprana edad, cortó relación con todo lo que tuviera que ver con el bando nacional y amoldó sus ideas. Nunca se alistó en un partido político, pero "lo llevo dentro", asegura. "A mí nadie me quita la muerte de mi padre".

Fue su rechazo al franquismo lo que llevó un día al inspector a su tienda para enviarla primero a la cárcel de Valladolid, donde conoció a su marido, y después al centro penitenciario de mujeres de Ventas, en Madrid, donde estuvieron recluidas, entre otras, las Trece Rosas. "Hice muchas amistades en la cárcel de Valladolid y a todas las liberaron antes que a mí", cuenta. "Aproveché conocer a un general, primo de mi madre, para pedir el traslado a una cárcel de presas políticas. Lo que quería era estar con gente que me aportara sabiduría".

Sabiduría de la que también quiso impregnarse Herminio Ramos, quien se hundió en libros, periódicos y revistas sobre la Guerra Civil después de estar a punto de perder a su padre y de ver el trato que recibían el resto de víctimas, tanto de un bando como del otro. "Lo viví a plena carga. Se convirtió casi en una obsesión", añade.

"La historia es historia"

Amable García, que estuvo en tres cárceles distintas durante seis años, siempre esperó que los "llamados estados demócratas" -Reino Unido, Francia y Estados Unidos- acabaran con la ultraderecha, "pero fue todo lo contrario y en 1946, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, yo comencé mi condena", recuerda.

Y es algo que sigue presente en el siglo XXI. A raíz de las victorias de partidos de ultraderecha en varios países de la Unión Europea, como Heider en Austria o Le Pen en Francia, resurgen los debates y las etiquetas en España, algo que Herminio Ramos rechaza por completo. "Me parece monstruoso que 80 años después se remuevan las cosas de la guerra", añade. "Utilizar argumentos de la Guerra Civil está fuera de contexto ya. Hábleme de política, de actualidad. La historia es historia, con sus aciertos y errores".

Para Amable, militante honorífico del PCE Zamora, es "poco viable" que se sigan apoyando las ideas fascistas. "La vida es digna y asesinar es algo muy trágico". Su mujer, quien confiesa sentarse en el sofá todos los sábados para seguir los debates políticos en la televisión, coincide con él. "Cuando vi el golpe de Estado de Turquía me temblaron las manos. Veía un reflejo de lo que vivimos y pensaba que podrían caer en la misma situación del 18 de julio de 1936", cuenta.

En cuanto a los resultados electorales del pasado 26-J, los tres testigos de una temporada caótica con continuos cambios de gobierno lo tienen claro: lo único que quieren es que se forme uno estable y "decente, que funcione". Sobre la guerra, lo de todos estos años: un limbo entre la memoria y el olvido, entre el recuerdo y el perdón.