Su gran afición a la lectura y su interés por aspectos alejados a la cotidianidad hicieron que durante sus vacaciones Javier Martín Lalanda, profesor titular de Universidad de Salamanca que imparte didáctica de las matemáticas en Magisterio en el Campus, comenzara, hace más de un cuarto de siglo, a traducir libros que le interesaban.

El primer autor que encaró fue Charles Nodier, en concreto una selección de cuentos que publicó Siruela en el año 88. Tras ese título han venido autores del romanticismo inglés como Walter Scott, Henry Rider Haggard, Conan Doyle o Bram Stoker, el autor de Drácula de quien editó "La joya de las siete estrellas", sin olvidar autores estadounidenses de los años 30, 40 o 50 hasta rozar el medio centenar de volumen.

Su hacer se centra en temática fantástica de finales del XIX y XX "porque es una etapa muy creativa porque hay muchos nutrientes literarios"; y en textos medievales, puesto que "me considero un individuo medieval y lo medieval me interesa", explica al tiempo que especifica: "La literatura fantástica del XIX y de inicios del XX es por afición literaria y la otra por una cuestión de estética".

Martín Lalanda ha trabajado con firmas editoriales como Siruela, Alianza, Cátedra o Anaya, donde dirigió una colección de literatura fantástica que tuvo veinte números. "Siempre tuve claro que quería trabajar con firmas potentes porque conllevan una buena calidad", sostiene este hombre que estudió Físicas e hizo la tesis doctoral en Literatura Medieval y que suele ofrecer los títulos a las firmas aunque en alguna ocasión le han ofrecido un volumen que pudiera encajar en sus intereses.

En su vertiente de editor ha impulsado la puesta en valor de títulos que nunca habían sido traducidos al castellano como "La carta del Preste Juan", de autor anónimo del siglo XII; o "Libro de la Orden de Caballería".

A la hora enfrentarse a un texto se empapa de la vida y del entorno del autor incluso en una ocasión "me encargaron un artículo sobre una autora inglesa contemporánea y quería leer veinte obras de ella. Con ocho ya me di cuenta de que hacía siempre lo mismo y rehusé la petición", concreta este hombre que ha trasladado al castellano textos desde el inglés y el francés, aunque también comprende el italiano y algo de alemán.

Desde su punto de vista un buen traductor tiene que empatizar con el autor y "optar por no ser literal, sino por captar el espíritu" del escritor y concreta que en las obras de alta literatura priman las descripciones, que "permiten cotas poéticas" y en las de fantasía abundan los diálogos que "son mucho más laboriosos y los diálogos tienen que ser flexibles para que no chirríen".

Personalmente esta labor callada y que carece de reconocimientos públicos le reporta "un cambio en la manera de pensar". "No me gusta lo cotidiano porque es muy repetitivo. Estamos muy sujetos al sentido cíclico de la vida y es una manera de romper un poco", sostiene.

Por su experiencia defiende que existe una "falta de respeto del editor al público lector" y concibe el libro, como un DVD con extras y apéndices. "Me da igual que sea un libro en papel o un "ebook" debería de existir un comentario introductorio al autor y a la obra", describe siendo consciente de que esta innovación supondría un incremento económico de la obra.

Pese a haber trabajado con Luis Alberto de Cuenca en una ocasión, no ha mantenido un contacto con los círculos literarios ni de traductores. "Solo conozco a una persona que hace lo mismo que yo y tampoco se dedica profesionalmente a la traducción", confirma.

Este verano se plantea, sin prisas, empezar a traducir unos relatos de un autor Ian Abercrombie sobre un mundo medieval imaginario.

Un trabajo en la sombra que da luz a la literatura.