El toreador se estira en un natural eterno, subterráneo. El Núñez del Cuvillo prueba el sabor del albero francés. Istres se frota los ojos, llora. Enrique Ponce rompió el domingo la barrila de los adjetivos. Ocho orejas y dos rabos (uno simbólico) y, sobre todo, se llevó en el esportón el nivel, el límite. Ya nunca más habrá medida en la tauromaquia. El de Chiva torea hoy en Zamora. Llega mejor que nunca en un año dulce, para gustarse. La afición lo va a ver. A su lado, Sebastián Castella y Miguel Ángel Perera. Un cartel de lujo que lidiará toros triunfadores, los de Alcurrucén. Ponce reflexiona en esta entrevista sobre su hazaña en Istres, su cambio del traje de luces al esmoquin, su posición sobre los antitaurinos (los "peligrosos", dice, son los antitaurinos políticos). No tiene pinta de que vaya a dejar pronto los trastos. Por teléfono, se le nota emocionado. En vivo y en directo es el arte.

-¿Ha sido la de Istres la tarde más emotiva de su carrera como matador?

-Sin ninguna duda. Ha sido de las más emotivas. Se dieron muchas circunstancias, muy bonitas todas: la música especial, el juego de los toros, el público volcado. Me sentí muy bien, tanto que ni noté el fuerte viento. Una tarde emotiva e histórica para mí.

-¿Que siente un torero cuando logra ese grado de perfección, esa conexión con el público?

-Eres consciente de lo que está pasando. Se produce una conexión absoluta con los espectadores. Es imposible casi hasta soñar que todo pueda salir así, tan perfecto, tan armónico, tan especial. Hubo una comunión absoluta.

-¿Por qué decide aderezar la encerrona con elementos singulares como la música especial y, sobre todo, por qué cambia el traje de luces por el esmoquin a partir del quinto toro?

-Desde que me propusieron matar seis toros en Istres, yo quise que el festejo fuera especial. Les propuse cambiar la música. En vez de pasodobles, otro tipo de melodías. Elegí los temas. Hubo coros y un tenor. En el paseíllo sonó "El toreador". Después la Salve rociera, algunas bandas sonoras como la de La Misión, Río Bravo...

-¿Y lo del esmoquin, no era consciente en esos momentos de que estaba alimentando la polémica, de que habría taurinos que no entenderían que dejara a un lado el traje de luces?

-Lo había pensado tres o cuatro días antes. Primero les mandé a los organizadores del festejo una foto para el cartel tomada en el Teatro Real y les encantó. Y lo del esmoquin hay que entenderlo como algo extraordinario. Lo hice porque me di cuenta de que la tarde no era como las demás. Toreaba en solitario, todo estaba saliendo muy bien. Creo que después de haber matado más de 5.000 toros, tengo derecho a un gesto. Nunca me había vestido de calle para torear. El que no lo entienda es que no quiere ver ni tiene la sensibilidad para apreciarlo. Yo siempre he sido muy respetuoso.

-Lleva 27 años de alternativa. Usted lo ha dicho en alguna ocasión: me iré cuando me canse. Como no se ha cansado, ahí sigue: ¿Va a haber más gestos como el de Istres?

-No lo sé. Me sentí muy bien. Maté seis toros, pero con el viento, es como si hubiera matado 12. Pero lo que pase a partir de ahora no lo sé.

-¿Con una parte de la sociedad en contra, es más necesario que nunca que la fiesta nacional se haga notar, que intente romper moldes?

-Hay que hacer gestos, demostrar la importancia del arte del toreo, gritarlo a todos los vientos...

-¿Cómo se puede luchar contra el viento en contra que golpea desde muchos ángulos la fiesta nacional?

-Los toreros debemos demostrar lo que somos. Buscar la perfección, darlo todo por la afición. Y no nos queda otra, debemos aguantar el tirón. El antitaurinismo de la calle siempre ha existido. Ese no me preocupa, aunque ahora tenga más cobertura por las redes sociales...

-¿Qué antitaurinismo le preocupa entonces?

-El de los políticos. Esos que tienen capacidad de decisión y cierran plazas por intereses de todo tipo. Por eso la afición debe saberlo y votar en consecuencia

-¿Pintan bastos en el futuro de la fiesta nacional?

-No está mal el futuro de la fiesta. En los últimos años ha habido una movilización general de los aficionados y del mundo taurino en general. Hasta los jóvenes se han movido. Hay peñas, colectivos muy activos. La afición ha perdido los complejos. Hay que conseguir que los medios de comunicación nacionales se impliquen en la difusión de la fiesta nacional, que es cultura, como ya hacen algunos periodistas como Pedro Piqueras y Pepe Ribagorda.

-Los taurinos aseguran que la defensa de la fiesta hay que llevarla a todos los foros, también a los europeos.

-Sí, sí, claro. A las universidades, a los parlamentos. Hay que explicar que la tauromaquia es arte, pero también es un negocio, una fuente importante de empleo. Millones de personas disfrutan de ella y miles viven directamente de esta actividad económica. Los ganaderos necesitan apoyo porque posibilitan el mantenimiento de una raza brava, única, que vive para la lidia, que se crece con el sufrimiento. Mientras haya un toro bravo habrá un torero. Y no es verdad que la fiesta nacional esté subvencionada. Aporta mucho más que recibe. Los espectáculos taurinos llenan las ciudades, el impacto económico es muy grande, mayor que la de otros espectáculos como la música, por ejemplo.

-¿Se torea ahora mejor que nunca?

-Se torea de forma más limpia. Es difícil comparar las épocas. Hay más espaciosidad, más temple. La lidia se está perfeccionando mucho.

-¿Que tiene preparado para Zamora?

-Llego en un momento extraordinario y quiero demostrarlo. Tengo muchas ganas de torear en Zamora, una ciudad y una provincia con una gran afición.