"Malas ideas". Ese es el título del disco que Un poquito de cianuro estrena este domingo en la plaza del Seminario, dentro del festival de conjuntos zamoranos Mubaza. Un buen título? o no. Depende a qué se refieran estos veteranos del rock. Porque una de las grandes novedades de la cita tiene cuatro cuerdas, un largo mástil y una piel color madera. Así, sin barnizar. La historia del bajo que lucirá por primera vez el cantante, Alfonso Martín, refleja que no todo entre los impulsores del veterano Cianuro son "malas ideas". Más bien todo lo contrario.

Al menos, así lo entienden los protagonistas de este pequeño relato, que arranca con el reciente fallecimiento de Lemmy Kilmister, uno de los integrantes del conocido grupo Motörhead. "La fábrica americana Rickenbacker creó un bajo especial para Kilmister, modelo 4003, una versión muy roquera que llegaron a utilizar los Beatles. Yo quería ese bajo, pero encontrarlo era muy difícil", explica Alfonso Martín. El cantante y bajista del grupo adquirió un instrumento Rickenbacker, cogió una fotografía del modelo "Kilmister" y se fue al taller de un buen amigo: el artesano zamorano José Antonio Pérez.

"Tallar los motivos de un bajo es uno de los encargos más peculiares que he recibido. Vi que Alfonso quería cumplir un sueño, estaba muy ilusionado y yo tarde poco en ilusionarme también", explica José Antonio, tallista de prestigio tras modelar la mayor parte de las nuevas mesas de los pasos de Semana Santa. Ahora se trataba de componer motivos "más personales", dice Alfonso, sobre la madera del instrumento.

Para cumplir el encargo, José Antonio realizó un diseño previo sobre una "dualidad" roquera: "El mástil nos obligaba a hacer un diseño doble: en un lado, rosas sin espinas; en el otro, espinas sin rosas". El tallista llevó a la práctica lo acordado? salvo por un detalle. "La mayor sorpresa es que había recreado una clave de Fa, porque el bajo es un instrumento que se lee así", explica Alfonso. Dibujos hechos sobre nogal, con el mástil en fresno americano -como la casa Rickenbacker-, más claro, para "buscar el contraste".

Si en un concierto, incluso la humedad cambia el sonido de un violín, cabe preguntarse si el nuevo armazón había modificado el sonido del bajo. "Es un instrumento de algo más de cuatro kilos, algo más pesado de lo habitual. El ensamblaje ha funcionado bien y se puede decir que el sonido incluso ha mejorado", confirma el músico.

La otra pregunta oportuna es si José Antonio va a cambiar las procesiones por los escenarios, aunque parece que no, de momento. "Es cierto que la talla en madera presenta un amplio abanico de posibilidades, pero no quiero abandonar las mesas porque es algo que viene de mi padre. Prefiero decir que soy un tallista que coquetea con la escultura", reconoce el artesano.

Y si a los pasos, cuando estrenan mesa, les falta "la calle" para que los espectadores disfruten, al bajo de Un poquito de cianuro le faltan unas buenas canciones roqueras. Será el domingo cuando suene para el público y quizá Alfonso cuente la historia de su nueva joya. O quizá no. "La gente que me rodea ya sabe cómo ha ido todo", expone. Pero estarán igualmente encantados de participar en el festival organizado por la joven asociación Mubaza, en la que, confirma, "todo son proyectos".

Y tiene mérito. Porque quizá los músicos son algunos de los artistas más golpeados por los nuevos tiempos, por el márqueting y el ocaso de una industria que presta sus oídos a proyectos "más artificiales". Sobre el escenario estará el nuevo bajo Rickenbacker. No es el "modelo Kilmister", sino un hermano pequeño de las mesas que procesionan en Semana Santa, pero suena con la misma Pasión.