A sus 86 años, José Jiménez Lozano posee una vitalidad envidiable y una lucidez que impresiona, capaz de gobernar cualquier conversación por más interlocutores que haya. De la mano de Gregorio González Olmos, cuya novela "Yucé, el Sefardí" fue prologada por el autor abulense, Jiménez Lozano ha traído su saber y su experiencia este viernes a Zamora, donde actualmente se habla mucho de la cuestión judía, aspecto tratado ampliamente por el literato en novelas y ensayos. Por eso, más que una entrevista, Jiménez Lozano da pie a una intensa conversación de la que cabe, ante todo, escuchar y aprender.

-Quienes han escrito sobre usted coinciden en que nunca le ha gustado el protagonismo?

-Hablar de un tema interesante sobre un tema concreto no me disgusta, pero ese afán de notoriedad que tienen los políticos no va conmigo.

-Esa es una actitud muy escasa hoy en día, ¿por qué?

-Es una cuestión de carácter y, particularmente, no tengo que hacer ningún esfuerzo para estar en segundo plano.

-Lo cual no quiere decir que no le guste que lean sus libros y que la gente le ofrezca su cariño?

-Naturalmente, para eso se publica. El escritor necesita saber que lo que escribe le ha llegado al otro de alguna manera y cuando eso ocurre, es impagable.

-Ha sido periodista, escritor, poeta? ¿por qué comenzó estudiando Derecho?

-Porque había que ganarse la vida. Incluso quería ser juez, pero en Madrid comencé a acercarme a los periodistas y a la información. Como consecuencia, ingresé en la Escuela de Periodismo, porque me parecía un oficio importante, una dedicación profesional que ustedes deberían cuidar mucho y no "abaratarse". En mi época, cuando había una visita a casa de la duquesa de Alba, decía la propia duquesa: "Pasen a la cocina y tomen algo"? Era una profesión mal pagada y los informadores se reían de sí mismos.

-La profesión tampoco pasa por un momento álgido actualmente?

-Lo sé? El principal problema de los periódicos son sus dueños. Antes, eso estaba regulado y los propietarios no podían tener más de un tanto por ciento del medio. El periodista, por su parte, no debe convertirse en juez, sino contar las cosas con objetividad. ¿Cómo se consigue? Muy fácil: no tenemos que ser neutrales y a veces no debemos tampoco serlo y cuando hacemos una interpretación, nuestra firma debe estar detrás. Esta proliferación de medios que existe en la actualidad ha hecho que baje la calidad, no solo porque hay muchos que no deberían estar ahí, sino porque el periodismo, que arriesga bastante contando determinadas cosas, debería estar mejor pagado.

-Es decir, que la mala situación de los profesionales afecta directamente al resultado final, ¿no es cierto?

-Sin duda ninguna.

-Empezó como colaborador en El Norte de Castilla, después fue redactor y finalmente director, ¿cómo asumió todas las etapas de la profesión?

-Yo, sobre todo, he sido redactor de mesa. Actualmente, las instituciones y las empresas tienen a alguien que hace de mediador con los periodistas. Eso no teníamos entonces, y por eso había que buscar la noticia. A mi me encargaron pronto la crónica internacional por la pequeña experiencia que tenía de empedernido lector de periódicos de fuera. Y luego me he movido mucho por las editoriales, por eso, me considero un poco menos periodista. Yo creo que no lo es quien escribe columnas o editoriales, sino el que da la noticia.

-¿Cómo fue su experiencia como cronista en el Vaticano? ¿Fue determinante su firme convicción religiosa?

-No fui a Roma por ninguna razón religiosa, que sería un asunto más personal, sino para escribir para mi periódico, la revista Destino y el Diario de Lérida. Mi interés fue, ante todo, cultural y fue una experiencia muy enriquecedora.

-¿Qué diferencia el periodismo de la literatura?

-Totalmente distinta. En literatura hay que fingir y en el periodismo, no. Tampoco se puede hablar de temas en la literatura, sino de historias? historias que no están decididas de antemano. Sin embargo, el periodista solo tiene que respetar las historias que se encuentra.

-Su capacidad de creación se multiplica cuando deja a un lado la función periodística, ¿verdad?

-Así es, pero escribir literatura es una cosa distinta: si a usted le sale, le sale. O lo ve usted claro o luego el resultado no se lo cree nadie.

-¿A usted "le salía"?

-Me salía y, cuando no, me he callado.

-Se lo digo porque su producción corresponde a su madurez personal?

-Porque siempre le he tenido mucho respeto a eso de escribir. Empecé muy tarde. -No sé si estaba suficientemente preparado o confiado, pero con mis primeras novelas me doy cuenta de que no lo estoy haciendo el tonto o, por lo menos, la respuesta de quien me lee es positiva. Aún así, tampoco puedo decir que entonces estuviera demasiado pendiente de la reacción de la gente.

-Cuando trabajó en su primera novela, ¿disfrutó o sufrió?

-Se sufre bastante, aunque luego está la recompensa del lector. Esto de escribir es como lo de pintar, es algo venenoso. El escritor nunca se encuentra saciado, cuando termina un libro, va al siguiente.

-¿Cuáles han sido sus inquietudes principales a la hora de escribir?

-Uno ve un personaje y ve una historia. El que cuente una historia de judíos no quiere decir que tenga inquietud por el judaísmo, aunque sí debe existir cierta familiaridad con el tema. El personaje se encuentra uno con él por casualidad y comienza a escribir sin saber muy bien donde va a terminar. Uno necesita, en este caso, del lector. Sobre todo del lector inocente, que todavía lo hay, que me sirve más que cualquier otra persona. El editor me puede decir la calidad de la expresión, pero lo otro quizá no. El lector inocente es el que siente y se da cuenta de esas cosas.