Beato de Liébana fue un monje singular. Sin jerarquía eclesiástica alguna, y desde el más absoluto anonimato, se atrevió a desafiar a Elipando, el todopoderoso arzobispo de Toledo y máxima jerarquía de la Iglesia hispano-gótica peninsular. Sin embargo, no fue el sorprendente enfrentamiento, merecedor de la intervención de Carlomagno y de la atención del papado, incluso, quien le convirtiera en referencia obligada para muchos. Fueron sus «Comentarios al Apocalipsis», una recopilación de textos sobre el enigmático Libro de las Revelaciones escrito por el profeta Juan.

Realmente, la obra no suponía nada especial. Recogía la tradición de la liturgia hispana que desde el Concilio IV de Toledo estaba obligada a leer el «Apocalipsis» en todas las misas, de Pascua a Pentecostés. Sin ningún valor histórico o artístico parecía condenada al olvido, pero perduró en el tiempo. En torno al setecientos setenta y seis de nuestra era, mientras los redactaba en un pequeño monasterio del valle cántabro de Liébana, Beato no podía imaginar que doscientos años más tarde unos artistas excepcionales los harían imperecederos.

Hacia mediados del siglo X la ilustración de documentos alcanzó en los Campos Góticos un esplendor inesperado. A esta «tierra de nadie » situada en el noroeste peninsular, entre los reinos astures y el califato, comenzaron a llegar monjes que huían del acoso de Abderrahmán III. Se trataba de los mozárabes y con ellos comenzaría un proceso estético que habría de eclipsar a otras manifestaciones artísticas de la época. Sucede que los monasterios levantados entre los ríos Duero, Esla, Órbigo y Carrión, se vieron invadidos, inesperadamente, por aquellos frailes que, como consecuencia de su aislamiento, llegaban de al-Ándalus totalmente impermeabilizados a los renovadores aires romanos. Su forma de vida estaba arabizada. Tanto, como la liturgia de sus celebraciones.

La relación entre ambas comunidades, probablemente, fue incómoda. A diferencia de sus hermanos del sur, los monjes de los reinos norteños estaban abiertos a las innovaciones del occidente cristiano y eran favorables a la renovación que Roma pretendía implantar con el apoyo de la poderosa abadía de Cluny. Es fácil imaginar las dificultades. Sin embargo, la situación propició que la cultura hispanavisigoda, impregnada de rasgos bizantinos y orientales después de años de convivencia con los musulmanes, se mezclase con las nuevas formas de la Europa carolingia que llegaban de más allá de los Pirineos.

El resultado fue un arte sorprendente por su expresividad plasmado en la ornamentación, normalmente, de libros religiosos. Antifonarios, biblias, misales y evangelios supieron del buen hacer de los miniaturistas, sin embargo, merece atención especial la iluminación de los «beatos». Con esta denominación genérica se conoce la infinidad de copias que se hicieron de los «Comentarios al Apocalipsis» de Beato de Liébana. Salieron de los scriptoria mozárabes, alcanzaron enorme difusión y se las llama «beatos » por ser este el nombre del monje cántabro que las inspiró.