La educación emocional se convierte en una herramienta básica para que los padres puedan comprender primero y ayudar después a sus hijos con Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad, según afirma la psicóloga Mar Gallego dentro de la III Semana Zamorana de TDAH.

-¿De qué manera se muestra el TDAH en la adolescencia?

-Tiene unas características diferentes con respecto a la infancia. La hiperactividad, que es más visible en etapas anteriores, disminuye a nivel externo, pero sigue habiendo una inquietud interna en el joven que muchas veces se manifiesta en pequeños movimientos con el bolígrafo o con la pierna al estar sentado. La falta de atención sostenida se mantiene, lo que dificulta muchas veces sus tareas a nivel académico para poder estudiar. La impulsividad sigue y se junta con que la adolescencia es una etapa de desarrollo hormonal, con lo que compromete sus relaciones sociales. Además, esa impulsividad hace que las tareas no las pueda desarrollar de forma tan controlada o tan regular como otros chicos y no puede ser tan organizado, tanto con sus cosas materiales como con su agenda. Todo ello condiciona su relación con el ambiente.

-¿Cómo puede ayudar en este sentido la educación emocional?

-Se plantea como una necesidad desde que muchas investigaciones se dan cuenta de que aquí hay un problema de regulación de las emociones por esos condicionantes que hay detrás. La educación emocional se convierte en una herramienta fundamental, primero para conocer el estado emocional y después para saber cómo relacionarse con los otros. Esta educación ayuda a regular y gestionar las propias emociones para interactuar de manera positiva con los demás.

-Así que no solo sería beneficioso para chicos con TDAH, sino para los adolescentes en general. ¿Podría incluirse como asignatura?

-Se plantea como una necesidad, pero no solo en la clase, sino en cualquier circunstancia de la vida, como los entornos familiares, que son un nicho privado donde no tiene cabida esta sistematización a través de programas estandarizados, sino que los padres, en su buen hacer, intentan educar a los chicos de la mejor manera posible. Aunque muchas veces se ven desbordados por este torbellino emocional que supone la adolescencia y requiere no solo educar, sino tener ellos mismos esa educación emocional para partir de un conocimiento que puedan transmitir.

-¿Cómo tienen que afrontar los padres la situación de sus hijos con TDAH?

-Educar a nuestros hijos es un acto de responsabilidad, cualquiera que sea su condición. En el caso del TDAH, los padres tienen que estar especialmente formados e informados. Tienen que ser padres expertos para conocer las características que hay detrás del comportamiento de su hijo. De otra manera, van a atribuir intencionalidad a conductas que no la tienen, condicionadas por los rasgos del trastorno y que van a hacer que el joven se porte de una manera o reincida en una conducta que los padres no comprenden si no saben que existe ese condicionante. También hay que saber que estos chicos necesitan mucha motivación externa. Precisamente por los rasgos del trastorno, no pueden guiarse adecuadamente hacia un objetivo y llevarlo a cabo con éxito. Muchas veces hay que estar impulsándolos desde fuera y estar detrás de ellos. Muchas veces más tiempo que con otros jóvenes que a estas edades, al final de la adolescencia sobre todo, ya tienen cierta madurez para dirigirse. Hay que tener en cuenta que el TDAH va a ser como una cuerda que tira para atrás del potencial que tenga el chico, que no tiene nada que ver con el potencial intelectual o sus características cognitivas. Pueden ser válidos intelectual o socialmente, pero siempre van a contar con esa condición que va a restar a ese potencial.

-¿Y qué conlleva esa situación?

-Esa irregularidad en su rendimiento despista al entorno, tanto a padres como a docentes. De ahí sale la típica frase de "cuando quiere, puede". Y no es eso, sino que está sometido a este vaivén que escapa a su voluntad. Todo eso hay que tenerlo en cuenta para intentar ayudarlo

-¿A qué se debe que haya salido a la luz este trastorno en los últimos años, que se le dé mayor importancia?

-El TDAH no es un trastorno nuevo. Ha tenido distintos nombres y tiene mucha investigación detrás. Se ha popularizado porque además de haber más instrumentos diagnósticos para detectarlo, hay una mayor sensibilidad hacia las necesidades de los niños. Esto nos permite más categorizar algunos problemas que antes no se hacían visibles, como problemas de lectura y escritura, por ejemplo. Antes era porque el profesor decía que el alumno era un bruto y lo que tenía era una dislexia.

-¿Qué beneficios tienen estas jornadas de difusión?

-Me parece fundamental, tanto en la capital como en la provincia. Primero, porque acercan el conocimiento del trastorno a la calle y lo desmitifican. La palabra trastorno tiene una connotación peyorativa, pero no deja de ser un extremo en una conducta dentro de otro tipo de conductas normales que va a mostrar el niño. Por otro lado, además se lleva una comunicación en conjunto que es positiva y adaptable para muchas familias, porque es perfectamente válida para cualquier adolescente. Y los chicos con TDAH también lo son. Estamos hablando de jóvenes con una condición particular, pero donde tiene que prevalecer su condición humana.