"Es la cofradía familiar por excelencia", definía el presidente, Florián Ferrero, encantado de ver tanta gente en el recorrido a La Hiniesta "feliz y alegre. Eso es lo más importante". Atrás quedaron tiempos difíciles como aquel año 1974 en el que trece romeros hicieron el camino, y de ellos "seis no eran hermanos de la cofradía". Abrir la hermandad a todo el mundo, sin distingos y sobre todo la incorporación de la mujer fueron claves para sentar las bases del actual auge de la celebración. Los romeros comparten esta reflexión. Eduardo Reguilón viene por "la hermandad de la gente. Aparte de la devoción a la Virgen es la unión de todos los hermanos". La orgullosa abuela de uno de los niños de primera comunión que recitaron las poesía, Alan Montalvo, destacaba lo mismo: "el compañerismo de la gente y pasar un buen rato". La charanga La Escala y dulzaineros y tamborileros de la Escuela de Folclore (y su "mambo número 8" de La Concha) amenizaron el camino a autoridades, romeros (entre los que había muchos políticos camuflados) y lugareños hasta la llegada al pueblo. Unos se fueron a bares y tascas y otros entraron en la espectacular iglesia de Santa María La Real, donde el obispo concelebró la misa con un nutrido grupo de sacerdotes. Un don Gregorio Martínez enormemente alegre de "ver esta manifestación de pueblo, de fe, mezclado todo, como tiene que ser" y con su sermón sobre "la necesidad que tenemos de acudir a la madre de Dios como un talismán fundamental en nuestra vida".

Tras la misa, una larga fila de fieles esperaba para subir al camarín de la pequeña imagen mariana de la iglesia, donde se conservan las importantes pinturas del templo, pasando antes bajo las andas de La Concha.

Terminada la ceremonia religiosa continuaba el ambiente festivo por el pueblo, en torno al vermú, la cerveza o el vaso de limonada. La comida, cada cual como quiso: unos con sus bocatas, otros en casas de amigos y familiares del pueblo o los cofrades en el almuerzo organizado por la hermandad de La Concha en el pabellón municipal. En este convite, servido por una empresa de catering se degustaron entremeses ibéricos, langostinos y chuletón, con su postre.

Hacia las cinco y media de la tarde tocaba regresar a Zamora, en una procesión similar pero distinta, con parada en la ermita de Valderrey. La llegada a Zamora, por la zona de las Vistillas debido a las obras del AVE, no pudo hacerse por la entrada de Valorio, uno de los momentos mágicos de la romería que seguramente a partir del año que viene se pueda volver a recuperar, si las infraestructuras ferroviarias cumplen los plazos. El paso por la ermita de los Remedios y la llegada a la iglesia de San Antolín, ya acabado el día, puso el punto y final a la edición número 726 (ahí es nada) de la que, sin duda, se ha convertido en la romería más popular de la ciudad y una de las más relevantes de toda la provincia. Hasta el tiempo, lluvioso prácticamente sin solución de continuidad desde Semana Santa, hizo un hueco para que la primavera se colase en tan entrañable caminata mariana.