Por la tienda o la rúa, por San Andrés o Viriato, con su zancada siempre apresurada, al ritmo que le gustaba poner en todas las cosas. Así pasó Raúl por la vida de Zamora, siempre un paso por delante en tantas cosas de la ciudad. Resurta difícil de explicar, pero hacía tres cosas al mismo tiempo. Y bien. Era una virtud, sin duda. Desde el mostrador, sin moverse de él, era capaz de dirigir, coordinar y diligenciar varias actuaciones a la vez, propias del establecimiento o adheridas a su vocación de mecenas. Para él no existía la palabra imposible, la rechazaba sistemáticamente. En sus manos y en su cabeza bullían las ideas como un torrente. Y para él no existía el tiempo perdido. Ni con él se perdía nunca el tiempo, ni siquiera en la conversación, amena, ágil, directa, tantas veces irónica y siempre fácil. Era hombre de ideas fijas pero que si tenía que desmontar algunas de ellas, lo hacía con discreción y elegancia, dando un paso atrás como un señor. Puso empeño en rehabilitar edificios de singular porte que, sin su tesón, hoy probablemente estarían caídos. En la fisonomía antigua de la ciudad queda perenne la huella de Raúl. Para ello echó mano, entre otros, del consejo de su cuñado (su hermano mayor, me decía) y amigo a la vez, Felipe de Castro. Para las líneas rectas, las medidas y los andamios, echó mano de su hijo José Luis de Castro, que le sirvió de guía y escudo en tantas obras, aportando el conocimiento técnico al que no podía llegar Raúl. Y con la destreza e ingenio de Paco Somoza, remozó, restauró, limpió y decoró esas casas sin vida que, apoyadas unas en otras, se quebraban de abandono en el paisaje más querido de Raúl, las arterias más antiguas y memorables de la ciudad desangrada de vida. Raúl le comentaba a Paco la idea que él no podía dibujar pero sí veía en su imaginación y el buen gusto que tenía, en ocasiones rayano un capricho con el que, además, acertaba. Con Paco y Pepe trabajó con la intensidad que fraguó su vida, con la inquietud de saber que el tiempo pasa pero no vuelve y él no quería perder. Y entre sus aficiones destacó la de las antigüedades, en la que se movió con tesón para encontrar y adquirir esos pequeños tesoros que la ignorancia o la abulia dejaban echar a perder. En la pintura, su pasión, y entre tantos amigos zamoranos artistas, siempre tuvo una especial predilección por José María Mezquita. Hablaba de él con la pasión de un amigo, pero también con el saber de un profesional del arte. Se adentró, con distinta suerte, en el mundo de las galerías y salas de exposiciones. Y renovó con su buen estilo y atractivo indudable, diversos rincones de la ciudad, San Andrés, Viriato o Maestro Haedo, en los que no prendió la llama de la actividad al sobrevenir una época de la vida que ya castigaba duramente al comercio, pero al menos fueron recuperados para sostener el urbanismo de la ciudad ya decadente. Sus establecimientos tuvieron siempre el sello de una personalidad, dedicación y conocimiento que lo convirtieron en precursor de tantas modas, novedades y estilos que llegaban primero a los escaparates de sus tiendas. Fueron muchos años de un espléndido catálogo de pieles y de telas, que definían la categoría de la firma, etiqueta de garantía y distinción. Era la sabia prolongación de sus padres, Julio y Gloria, que habían plantado un día en el jardín de sus abuelos una rosa de oro que él y su imprescindible hermano Julio han sabido cultivar hasta esta hora.

Solo la enfermedad frenó su tremenda vitalidad. Pero él no se rendía fácilmente y no lo ha hecho nunca, ni siquiera cuando se le acercó la muerte y lo llamó por su nombre. Porque todavía no hace muchas semanas aparecía por la tienda aunque ya su voz, quebrada por el dolor, no fuera la enérgica y jocunda que caracterizaba nuestras conversaciones tiempo atrás.

Lo dijo muy bien Paco Somoza hace unos días en este mismo diario al despedirlo: "Con Raúl perdemos, pierde la ciudad, a una persona que, desde una posición discreta y silenciosa, ha contribuido durante muchos años de su vida, a salvaguardar una parte importante de nuestro patrimonio".

Raúl, amigo, la verdad es que la vida y Zamora te deben una. Todavía tenías muchas cosas que hacer aquí, pero... Descansa en paz.