Lo que nació hace diez centurias como defensa inexpugnable de la vieja Zamora tiene ahora que desprenderse de las mordazas que sus defendidos le pusieron. Triste destino el que los zamoranos dieron a su lienzo protector. El que se enfrentó a los musulmanes, a los portugueses y a los propios castellanos. El que dio a la capital el nombre de "la bien cercada" y el que la puso en la literatura a través de "El Cerco de Zamora". El que vio cómo en su momento más débil, cuando ya no tenía más enemigos que frenar, le adosaron edificios para aprovechar sus sillares como paredes de viviendas. Esas que ahora están condenadas a desaparecer.

Perteneciente al primer recinto amurallado de Zamora, la avenida de la Feria protegía la ciudad formando un entramado defensivo en el que participaban las Peñas de Santa Marta, Trascastillo, San Martín hasta llegar al palacio de Doña Urraca, para atravesar la actual Plaza Mayor y cerrar el círculo en el barranco de Balborraz. La incorporación de dos recintos más de fortificación hicieron de la capital una quimera para aquellos que a lo largo de los siglos intentaron asaltarla.

Llegó el siglo XVIII y su función cayó en franco declive, aunque no fue hasta 1868 cuando se le dio la puntilla a este tipo de edificaciones. En ese año, la Junta Consultiva de Guerra declaró a Zamora como "plaza no fuerte", lo que suponía la inutilidad completa de un recinto amurallado que solo cumplía entonces una función defensiva. Y ahí comenzó la peor de las pesadillas para la fortificación. Partes del lienzo se vendieron a particulares, otras se derribaron de manera arbitraria y las que mejor suerte corrieron quedaron ocultas tras nuevas edificaciones.

Los ataques al patrimonio de Zamora se sucedieron a lo largo de los años hasta la misma década de los sesenta del pasado siglo, cuando cayeron en 1961 los últimos cubos entre las puertas de Santa Clara y San Pablo y, en 1963, todo el lienzo de Alfonso IX, saltándose el Ayuntamiento toda recomendación relacionada con el ámbito de la cultura.

Su nefasta suerte pareció cambiar, sin embargo, a finales de los años noventa, cuando la administración de Antonio Vázquez logró un primer acuerdo con Iberdrola para liberar el espacio de muralla ocupado por el número 33 de la avenida de la Feria. Este se convertiría en el primero de los cerca de treinta edificios de este tramo lineal que caería presa de las excavadoras con el impulso del Ayuntamiento de Zamora.

Vázquez continuó su política de acuerdos con entidades para liberar tramos de muralla, tales como Caja Duero, Caja España o Caja Madrid. También abrió la puerta a las expropiaciones, como hizo con un garaje de autobuses. Incluso introdujo la fórmula de las permutas urbanísticas en el año 2005 ante la inexistencia de más donaciones.

Rosa Valdeón continuó por el camino de la expropiación, aunque en este caso, forzosa. Así ocurrió en los números 31 y 11 de la avenida de la Feria, a petición de los propietarios.

El horizonte pinta ahora más claro para la muralla, cuya defensa en la Edad Media ha sido correspondida en estos tiempos.