Las fuentes escritas arrojan afirmaciones rotundas que no han podido ser contrastadas por la arqueología. Esta es la principal idea que Hortensia Larrén, arqueóloga territorial, trasladará a los alumnos del curso "Arte en Zamora XI" en una conferencia dedicada a "actualizar" el conocimiento científico de Toro (20.00 horas). La afirmación echa abajo el mito y Arbocala, la ciudad vaccea y más adelante romana, se convierte en una especie de "Atlántida" que persigue su territorio original. "Por las características, prospecciones, dimensión y restos exhumados, Arbocala está más cerca del yacimiento de El Alba, en Villalazán, que de la ciudad de Toro".

Contrasta, subraya Larrén, el bagaje histórico y monumental toresano con las evidencias materiales. "Llevamos muchos años estudiando la ciudad y los hallazgos no permiten corroborar de manera absoluta lo que dicen los textos". La arqueóloga ofrece una razón principal: las investigaciones realizadas son puntuales y están asociadas a proyectos de restauración específicos, puntuales.

Viajemos a los orígenes de Toro. Tradicionalmente, explica la arqueóloga, se ha hablado de un "año cero" prerromano, como índica el verraco pétreo que, según algunos estudiosos, estaría detrás del nombre de la ciudad. "Cuando intentamos ver qué ocurre en el subsuelo, los hallazgos contemporáneos al toro que puedan probar esa relación son muy pocos". Eso no quiere decir que el asentamiento primigenio no fuera prerromano, sino que los vestigios encontrados, localizados en el término de La Baltrasa, no tienen la "entidad suficiente" como para hablar de las ciudades que citan las fuentes.

¿Y qué hay de Arbocala? "Hay una serie de fuentes escritas que hablan de ciudades como Ocellum Durii, identificada con Zamora, o Arbocala, relacionada con Toro", afirma Larrén Izquierdo. Dicho vínculo, afirmado por la historiografía decimonónica, "no tienen su contrastación arqueológica".

El viaje posterior en el tiempo hasta nuestros días tampoco es demasiado generoso en restos antiguos. A la investigadora le llaman la atención las evidencias de estructuras de silos o cubetas y elementos de carácter cerámico que "no están vinculados con una ocupación clara". Podría pensarse que las murallas son testigos de un hondo pasado, pero Hortensia Larrén aclara que sus materiales "nos han llegado resquebrajados" o, integrados en el casco urbano, "han pasado a mejor vida".

Si las fuentes escritas arrojan una sombra de duda, más claras son otras evidencias, a ojos de la investigadora. Es el caso de un documento único, excepcional: el grabado que Anton van Wyngaerde dedico a Toro en el siglo XVI. "En las barranqueras, ahora arrasadas, aparece un gran número de iglesias que han podido documentarse desde el punto de vista arqueológico", precisa Larrén. Trazos del dibujante hispanoflamenco que han podido corroborarse cuatro siglos más tarde.

En todo caso, asegura Larrén, las ciudades afrontan a lo largo de su historia un proceso de "explosión económica, social y urbana" que diluye las pruebas del pasado... y eso también ocurrió en Toro. Conferencias como la que hoy pronunciará la arqueóloga territorial -una habitual del curso románico de la UNED- deben contribuir a "concienciar" a los ciudadanos sobre su patrimonio, su identidad. "Cuando el patrimonio no nos afecta es magnífico; cuando ocurre al contrario, no lo es tanto", se lamenta la arqueóloga.