Con solo 16 años está viviendo una de las mejores experiencias de su vida. La zamorana Elena Alonso Pinilla estudia este curso en el instituto J. H. Bruns Collegiate en Winnipeg, provincia de Manitoba, en Canadá. Y todo gracias a una beca de la Fundación Amancio Ortega. "Yo no sabía ni que existían y fue todo gracias a mi centro. Sin ellos, no estaría aquí", agradece a los profesores del instituto Maestro Haedo, que fueron quienes le dieron el pasado año el empujón para que intentara conseguir una de estas ayudas, convirtiéndose en la única zamorana que lo lograba.

Estados Unidos y Canadá son los lugares donde esta beca permite estudiar 1º de Bachillerato. La joven tenía clara la segunda opción desde el principio, "por la seguridad que inspiraba. Parecía, y ahora sé que lo es, más tranquilo que Estados Unidos. Es uno de los países con mejor calidad de vida del mundo y es famoso por sus parques nacionales y, en general, por su preciosa naturaleza", apunta.

Comparte su día a día con una familia, lo que le hace estar totalmente inmersa en las costumbres de la zona. "Mi familia aquí no puede ser más diferente a mi familia real. Mientras que en mi casa solo vivimos tres, porque mi hermano vive en el extranjero, aquí normalmente estamos nueve o diez personas. Es una familia numerosa, que tiene hasta un perro", describe. "La verdad es que me siento muy afortunada, son muy agradables y se preocupan mucho por mí y por la otra chica internacional que acogen también este año. Desde el primer día me sentí muy cómoda, como en casa", agradece.

Taquillas, algo muy típico

Sobre el instituto, la estudiante zamorana asegura que la diferencia de tamaño es considerable comparado con el Maestro Haedo "a pesar de que tiene dos cursos menos. Pero no tiene ventanas, como curiosidad". Las taquillas, un elemento típico en estos centros son su salvación. "Puede parecer una bobada, pero suponen una ayuda increíble, porque entre libros de texto, abrigo, gorro, mochilas y demás, si no las usas pareces una auténtica mula de carga. Solo entrar en el instituto hace que merezca la pena los impuestos tan altos que cobran. Tienen ordenadores por todas partes y la mitad del sistema de deberes funciona electrónicamente", describe.

También hay diferencia en los estudios. "El curso está dividido en semestres y las asignaturas van cambiando. Las clases duran una hora y cuarto y, en cuanto a las materias, la elección es mucho más libre. No tienes que elegir itinerarios, simplemente las asignaturas que te gusten. Y no todas son tan teóricas como en España. Hay clases de cocina, drama, costura, metalurgia o arte. Hay más deberes, pero menos cosas que estudiar cada día, es decir, se aprende más con la práctica que memorizando apuntes", explica.

Por supuesto, la buena acogida no le impide echar muchas cosas de menos de su ciudad natal. "Mi familia y mis amigos lo primero", subraya. "Echo de menos salir de casa solo dos minutos antes de que empiecen las clases, ir al Conservatorio, los pinchos y los helados de La Valenciana, caminar hasta la biblioteca los sábados por la mañana y los paseos por Santa Clara los viernes por la tarde", enumera. Y es que salir a dar una vuelta no está entre los planes de los canadienses. "Y no les culpo, porque hacerlo a 40 grados bajo cero no apetece demasiado", justifica. Incluso echa de menos la niebla zamorana y, aunque le encanta la nieve, lleva "ya cuatro meses sin ver el suelo y me he resbalado más veces de las que me gustaría reconocer", bromea.

Casas y jardines

Además, Zamora y Winnipeg son muy diferentes. "Primero por tamaño, tanto en extensión como en población", comienza. "Salvo en el centro, el resto de la ciudad es bastante plano. Casi todo el mundo vive en casas unifamiliares y por todas partes hay trozos sin edificar, parques y lagos. Esto da una sensación mucho más natural y menos de ciudad, pero a la vez dificulta mucho el transporte", apunta. Así, coger el autobús o montarse en coche se ha convertido en una rutina diaria "cuando en Zamora rara vez los uso", compara.

Confiesa que también está aprovechando el tiempo para hacer de embajadora de la ciudad. "Siempre que tengo ocasión aprovecho para contar cosas sobre Zamora, siempre buenas. De hecho, al llegar aquí le regalé a la familia un libro sobre la ciudad en inglés y lo hemos comentado juntos muchas veces. Me hace ilusión verles leyéndolo de vez en cuando", asegura.

El día a día en el instituto y la inmersión total que hace junto a la familia de acogida le están dando una gran fluidez con el idioma, otro de los objetivos de esta beca. "Es el tema en el que más he evolucionado, no aprendo lecciones magistrales de gramática, pero cada día descubro una palabra nueva y se nota que me es mucho más sencillo mantener una conversación, entender lo que me dicen y seguir las clases. Cometo errores y sigo sin entender cosas, pero el idioma ya no parece un obstáculo", finaliza.