El carnaval como corazón de una ciudad y de sus gentes. Con esta idea compareció ayer Miguel Ángel García en el Museo Etnográfico de Castilla y León dentro de las jornadas "Punto de fuga: diálogos para moverse en la postmodernidad". García, uno de los mejores letristas del carnaval gaditano, impartirá hoy una actividad titulada "Taller de chirigota, construyendo cuplés de carnaval". La cita, a las 12.00 horas en la biblioteca del Etnográfico con entrada libre.

-La carnavalización de la ciudad. ¿En qué consiste esta idea?

-Es el proceso que sigue el carnaval desde que es creado por parte de las clases más populares, de una manera anárquica y casi libertaria, hasta que se convierte en una forma de desarrollarse con la gente y crea una identidad colectiva. Vemos también que esto genera tensiones con el poder, con las instituciones, un pulso generalemente no violento entre el poder, que trata de convertir el carnaval en una actividad controlada, y el pueblo, que defiende lo que considera suyo.

-¿Existen aún hoy este tipo de tensiones?

-Sí. Hay una tendencia que quiere convertir la copla de carnaval en un producto reglado y vendible y frente a eso otro tipo de fiesta que no se puede reglar, que se vive en las calles.

-¿Hay, por tanto, presiones a los letristas de carnaval sobre cómo escribir sus productos?

-En los últimos años han sido muy directas, incluso represión policial con respecto a algunas manifestaciones carnavaleras en la calle, algo que ha generado cierta tensión en el ambiente.

-Habla de los últimos años. ¿Se ha relajado ahora el ambiente?

-Con el último alcalde de Cádiz sí, es una persona que participa desde niño en el carnaval y lo entiende bien. La "tensión" viene ahora sobre la manera de escribir las coplas para el teatro, algo que tiene que ver con la mercantilización del producto.

-A primera vista, Zamora y Cádiz parecen dos ciudades muy distintas en muchos aspectos. Sin embargo, las murgas zamoranas viven un proceso similar, con una presencia cada vez más elevada en las calles. ¿Qué tienen las fiestas como el carnaval, capaces de propiciar comportamientos iguales en ciudades no tan parecidas?

-El carnaval es la fiesta por antonomasia, y además tiene un cierto toque de rebeldía y contestación al poder. Siempre surgen voces divergentes que buscan otros ámbitos de desarrollo menos controlados, como la calle. Es la consecuencia de institucionalizar una cosa que pertenece, por su propia naturaleza, al pueblo.

-¿Qué temas se pueden y no se pueden tocar en una murga?

-Todos se pueden y se deben tocar. Lo que pasa es que en el contexto del teatro a veces es muy difícil abordar ciertos temas. El tema catalán es ahora muy delicado, como lo fue el conflicto vasco en sus años más duros. Pero, pese a todo, los letristas del carvanal pueden tener los mismos límites que un articulista de un periódico.

-Zamora fue hace dos años ejemplo de una crítica política mal realizada, cuando una murga usó para su espectáculo pasajes de la vida privada de la entonces alcaldesa. ¿Es este un límite?

-No es algo habitual que ocurra esto, pero cuando pasa sucede que mucha gente entiende que esa no es la manera de hacer las cosas. El público, por lo general, no aprecia estas letras porque se busca otro tipo de crítica.

-Este tipo de límites o temas tabú, ¿son idénticos en el teatro y en la calle?

-No, y no es por censura. Lo que sucede es que en el teatro se compite y hay que usar recursos, a veces obligatorios, para que el público esté contigo. Es una manera de influir al jurado. Hay que tener cuidado con ciertos límites para que el público no se ponga en contra. En la calle el artista es más libre en todos los sentidos. También el público, que puede quedarse o irse. Las letras, las músicas, el número de componentes... todo es más libre en la calle.

-Además del "control" político, ¿que otros aspectos influyen en el crecimiento de las murgas de calle?

-También son más imprevisibles. En la calle no sabes por dónde te van a salir, qué chistes van a hacer o qué instrumentos van a usar. En el teatro todo está tan reglado que a veces se vuelve demasiado predecible.