Miradas punzantes, despectivas y descaradas; susurros hirientes e irrespetuosos, y gestos sarcásticos, humillantes y hasta desafiantes. No son pocos, no nos engañemos, los que "cargan" con esas poderosas armas contra el diferente que solo puede defenderse con la impotencia, la rabia, el dolor y la perplejidad ante comportamientos, actitudes e ideologías que atentan contra la diversidad y la dignidad del ser humano. Esa ira a veces deja paso al miedo, a que la marginación intolerable, injustificable y reaccionaria, la provocación de esas miradas, de ese lenguaje y de esas actitudes, que no dejan de asombrar, terminen en conflicto. Y las preguntas se repiten: "¿Por qué?", "¿qué tiene el color de mi piel?", "¿qué misteriosa amenaza escondo?". Sencillamente, no hay respuesta. Solo el odio irracional que, seguramente, esconde el temor a lo desconocido, a que se los cuestione con otra forma de pensar, de percibir la realidad, con otra cultura, otra lengua... Es el terror disparatado. Se aferran a los muros que limitan su mundo y tratan de encerrarnos a todos tras ellos. Quienes comparten, quienes hemos compartido la vida envueltos en esa diversidad, sin importarnos el color de la piel, dispuestos a beber de otra cultura, sabemos lo que se sufre y lo que se llora; lo que es luchar contra viento y marea, contra una sociedad arcaica y llena de prejuicios rancios, insultantes, irrespetuosos e intolerables. Es doloroso comprobar cómo se alejan, aunque se les llenaba la boca en favor de los derechos humanos, muchos y muchas que se decían amigos y amigas.

A ese amplísimo grupo pertenecen los que, desde un simulado silencio atronador y despótico, se creen con derecho a decidir quiénes y cómo pueden disfrutar de una vida digna. No levantan la voz -no se les vaya a visualizar-, pero imponen de forma sibilina unas reglas que han ido escribiendo, y continúan imprimiendo en la sociedad, desde sus mentes perversas y estrechas, desde una potestad que se arrogan, que nadie les ha conferido, para practicar una suerte de selección de la raza humana. Detrás está el racismo, la xenofobia que tan de moda se ha puesto lamentablemente para combatir "la invasión", el grito desesperado de la inmigración, la rebelión de quienes malviven explotados en sus países de origen, donde esta caterva de indecentes pretende mantenerlos a "raya" para blindar su confort, ese que es posible a costa de la mísera vida de africanos, latinos, árabes, chinos? "¿A qué vienen aquí?", que no manchen el blanco impoluto de este nuestro país, tan puro, honesto, solidario y espléndido con los marginados que se quedan tras los limpios muros de Occidente. Son los mismos que se atreven a dar lecciones de moralidad, que defienden que todos somos iguales ante su dios; los que se atreven a apuntar quién es merecedor de pisar suelo español y quién no; y de qué color debe ser la piel de esos privilegiados, solo bienvenidos si tienen una buena cuenta corriente.

Esos "ciudadanos" que velan por la "civilización y el orden occidentales" son los mismos que, mientras pisotean los derechos humanos y se llaman españoles "patriotas", dicen defender la democracia y luchar por una sociedad mejor y más justa?, por supuesto, siempre que todos y todas tengamos su misma ideología, su misma cultura, su misma lengua y el mismo color de piel, y sexo masculino. Son los mismos que miran de reojo a las mujeres, esas "charlatanas", "descerebradas", "mandonas", "provocadoras", "inconscientes", "liantas", "retorcidas", "botarates"?, a esas que se quieren desmadrar, que piensan y son independientes. A quienes huimos del silencio, de la marginación, del destierro en el que hemos vivido para disfrutar de la condición de ciudadanas, de seres humanos y de la libertad que esta panda de retrógrados misóginos, machistas, incultos cavernarios y cafres están decididos a usurparnos a la menor. No nos callarán. Son ellos los que no pueden pertenecer al club selecto de una sociedad libre e igualitaria.

Y quien calla otorga. Todos otorgamos cuando no reprochamos públicamente las actitudes, los comentarios de quienes, como ocurrió el pasado 20 de febrero con la zamorana Ana Sánchez, utilizan el gran eco de las redes sociales, en este caso de Twitter, para blandir la bandera de la xenofobia y del machismo que mata a las mujeres por el mero hecho de serlo. El inteligente, brillante y lenguaraz tuitero, Miguel López López, respondió con "En "negro" te pagan a ti todos los días chata" a la crítica política de la socialista Ana Sánchez hacia los casos de corrupción del PP, partido del que, según parece, el lúcido analista que defendió a esas siglas con un mensaje tan vil es simpatizante. El comentario insultante, en el que llamaba también "verdulera" a Ana Sánchez, aludía al color de la piel del marido de la secretaria de Organización del PSOE de Castilla y León. Tras un perfil falso, @miguelopezpez, cerrado a raíz del incidente, este insolente no pudo ocultar su verdadera seña de identidad ideológica. Bajo ese seudónimo se definía como alguien que va "con la verdad por delante. Siempre trato de contarte lo que veo. Molesta?...". Pues esta vez se pasó de frenada con su brillante "visión". Confío en que lo conduzca ante los tribunales, donde los demócratas, los que defendemos los derechos humanos por convicción y con todas las consecuencias, ventilamos las injusticias y los delitos.

¿Ironías?: el inconsciente lo traicionó el mismo Día Mundial de la Justicia Social. Mientras él insultaba y vejaba a Ana Sánchez, a su marido y a su hija, a todos los "negros" y "negras", y a todas las mujeres, otros y otras recordábamos a Rosa Luxemburgo, activista judía comunista y feminista, su famosa frase: "Por un mundo en el que seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres". Por los que queremos seguir siendo diferentes. Por los que amamos la diversidad.