La adjudicación directa de una subvención de trescientos mil euros por la Junta de Castilla y León para el proyecto de un nuevo Museo de Semana Santa ha dado lugar a un debate en el que la Junta de Fomento zamorana ha comenzado por repartirse la piel del oso antes de cazarlo. De ahí que todo quisque hable de cómo debe ser el "nuevo museo", cuando es evidente que aún falta mucho para que se convierta en realidad. Esta estrategia de amagar ya la adelantó Rosa Valdeón en su etapa de alcaldesa, ingresando unas perrillas a cuenta. Conviene recordar al respecto que la iniciativa no ha partido de la Administración autonómica, sino de un grupo político -UPL - que ha conseguido lo mismo -en realidad algo más- para la vecina León. Pese a todo no está de más que se hable del asunto, ya que hasta el momento solo se hacía en campaña electoral, con el resultado de todos conocido, es decir, ni chicha ni limoná. Aunque resulta aburrido hablar de la cosa, creo que nadie negará la necesidad de un nuevo Museo, y digo bien nuevo, porque es evidente que la cantidad consignada no daría ni para la ampliación del actual. Si los que han echado las cuentas -ignoramos cómo- dicen que su construcción tendría un coste de dos millones de euros, de paso deberían decirnos de dónde sacarán el resto, y si la partida adjudicada se puede guardar o hay que justificarla en este año. Al ruido se han unido los que quieren construir un edificio fabuloso, que sea "per se", más atractivo que el contenido. O sea que no mamamos y ya pringamos. Hombre que esto se diga sin pudor, por más que exprese una aspiración que a todos nos gustaría, no deja de ser un desprecio hacia nuestros pasos, de los que creo deberíamos estar legítimamente orgullosos. Tampoco nos han dicho si ese magnífico edificio, que habría de construir Frank Gehry, Calatrava o el último premio Pritzke, Alejandro Aravena -que no tienen otra cosa mejor que hacer- se haría con los dos millones de euros que necesitamos. Igual, diciendo que es para Zamora, nos hacen un apañico. Solucionado este intrascendente asunto, también preocupa la ubicación, aunque lo que sobran son sitios: que si en San Martín, que si en el abandonado Convento de las Concepcionistas, que si en el patio del Colegio Gonzalo de Berceo o en el del Seminario... Eso es lo de menos, no importa quién sea el propietario, se le echa, se modifica el PGOU, y a otra cosa. La Semana Santa todo lo puede. Más unanimidad hay en cómo ha de ser el nuevo Museo: no puede ser un "almacén de pasos", como en el que ahora están. Según los expertos debe ser algo más, si bien no nos han querido desvelar en qué consiste ese "más". Puestos a elucubrar hay quien, en un arrebato de puritanismo artístico, se ha pasado veinte pueblos, proponiendo que en el nuevo Museo no se exhiban todos los pasos. Para semejante viaje no se necesitaban alforjas, pues con reformar el actual aún sobrará sitio. Hombre, si nos ponemos dignos a la hora de valorar la calidad artística de los pasos solo se podrían exhibir, siendo magnánimos, una docena. Y el resto ¿dónde los meteremos? Bien, hagamos un Museo nuevo y dejemos el actual para los que no pasen el examen. Una cosa más al hilo de lo dicho: ¿quién va ser el guapo que haga la selección? Se imaginan que en el Museo del Prado se retirasen los pintores que no igualasen la calidad de Velázquez, Rubens, Caravaggio o Goya. El patrimonio imaginero de la Semana Santa de Zamora es un todo, para bien y para mal, y como tal deberá estar representado en el nuevo Museo, si algún día se construye. Otro cantar será el proyecto museístico, que habrá que dejar en manos de verdaderos expertos, no de "opinadores". Estos decidirán también si debe aderezarse con todo eso que hoy tanto gusta: lo virtual y otras mandangas. Pero antes de nada, hay que pensar, aunque sé que a los que no están acostumbrados les cuesta. Como en la economía doméstica hay que saber con cuánto dinero contamos o podríamos contar, y a partir de ahí elaborar un proyecto "ad hoc". De manera que si no hay para un coche de lujo habrá que arreglarse con un utilitario. Así que lo primero será bajar de las nubes, y negociar con los representantes de las administraciones públicas y los posibles mecenas privados hasta dónde se puede llegar, porque no creo que, conociendo su inveterada tacañería, estén dispuestos a firmar un cheque en blanco. Buscar una nueva ubicación tampoco estimo ha de ser cosa fácil. De hacerse en terrenos privados habrá que añadir a su coste el del suelo. Conviene recordar a propósito que cuando se hizo el actual el obispado no le perdonó a la Junta el valor del solar de la antigua casa rectoral de Santa María la Nueva. Asimismo, si se opta por levantarlo "ex novo" en el solar que hoy ocupa, habrá que adquirir el suelo necesario y conseguir mayor coeficiente de edificabilidad. Si todo saliese bien, quedarían por resolver otras cuestiones no menos complejas, como si seguirá siendo propiedad de la Junta pro Semana Santa, y quién deberá correr con los gastos de mantenimiento y personal, por poco que necesite. Es sabido que la actual instalación no requiere de grandes gastos de mantenimiento -los de envergadura pudieron hacerse con ayudas públicas-, porque, entre otras cosas, no tiene un climatizador, ni grupo de presión contra incendios, ni elevadores, etcétera, sin embargo el nuevo edificio los precisará. Dudo pues que la modesta capacidad económica de la Junta pueda afrontar los gastos de mantenimiento de un nuevo edificio. En fin, para no cansar y evitar se frustren las legítimas ilusiones, conviene ir "piano", hacer números, comprometer ayudas, y hechos los deberes, entonces sí, lanzar las campanas al vuelo. ¡Ojalá que todo salga bien!