Silencio por la sorpresa que produce lo incomprensible, por la desolación que trae consigo lo irreparable, porque nadie tiene derecho a quitarles la vida a los demás.

La ciudad de París está conmovida por la muerte, la ciudad más cosmopolita del mundo no puede resistir tanto dolor. Sus habitantes deambulan por las calles con la mirada perdida, con la sensación de indefensión que origina el miedo y la rabia.

En estos días, la Plaza de la República se ha convertido en el emblema de la unidad. La portentosa escultura de Marianne, realizada por los hermanos Morice en el último tercio del siglo XX, personificación de la República Francesa, tiene un gorro frigio que representa la libertad y sujeta en la mano derecha una rama de olivo, símbolo de la paz. En la mano izquierda sostiene una tabla en la que se puede leer "Droits de l´homme" (derechos humanos). Pero los franceses no olvidan que en su cintura lleva una espada, que no es otra cosa que la metáfora de la defensa de la libertad y de la paz.

A sus pies acuden miles de ciudadanos a rendir su homenaje a la nación de todos. Un silencio emocionante pone los pelos de punta.

Los lugares en los que se produjeron los atentados son en estos días los centros en los que confluyen todos los sentimientos. Una bicicleta entre millones de flores, que tal vez perteneció a alguna de las víctimas, cientos, miles de mensajes en los que se expresan las reacciones de una sociedad sobrecogida ante tanto terror.

Pero sobre todo, lo más impresionante son los dibujos de los niños que narran lo sucedido con sus únicas herramientas, la inocencia y la ingenuidad, y que representan la esencia de lo que ha sucedido. Unos hombres armados han entrado en un lugar al que muchas personas habían acudido para escuchar música y han sembrado la muerte y nadie sabe por qué, por qué ellos. Han sembrado la muerte y lo que es aún peor, el ansia de venganza de un pueblo pacífico, de una ciudad que si por algo se ha distinguido a lo largo de su historia es por su hospitalidad, por querer ser y ser la ciudad de todos, uno de esos pocos lugares en el mundo en el que todos nos sentimos como en casa.

Pero París, como antes Nueva York o Madrid, superará la tragedia y seguirá siendo una ciudad extraordinaria. Pasear por ella en estos días no es tan fácil, acceder al metro o los establecimientos comerciales obliga a pasar rigurosos controles, todo es más lento, pero todo se produce con la comprensión absoluta de los ciudadanos, que después del ataque irracional y absurdo sienten la amenaza detrás de cada esquina.

Esta ciudad es fuerte porque ha sufrido mucho y por ello, porque es fuerte, recuperará la sonrisa que será la mejor arma para defenderse del mal y del dolor. Volverá a sonar la música en los escenarios de la muerte para combatir los terribles recuerdos, para destruir el miedo, es el principal enemigo de la felicidad.