Respetar la autoridad, dejar de pensar que el hogar puede ser una democracia y educar en valores son algunas de las pautas que el psicólogo Javier Urra defiende para mejorar la situación de las futuras generaciones y evitar que los padres se sientan incluso amenazados por sus hijos.

-"El pequeño dictador crece" es su último libro. ¿Se le ha dejado avanzar porque no se le ha sabido enderezar?

-Se está haciendo mucho, pero este tipo de situaciones son un auténtico tsunami. Yo llevo avisando desde los años 80 de este problema y al principio creyeron que exageraba, pero ahora se ha visto que se ha duplicado el número de denuncias de padres agredidos por hijos. Existe un problema social grave que preocupa mucho a la Fiscalía General del Estado.

-¿Cuándo comienzan a descubrirse los síntomas?

- La media de edad del estallido del problema está en los 16 años y aproximadamente un 60% de los agresores son varones. Se empieza a muy corta edad y el problema va a más, pasando de insultos a vejaciones o rotura de objetos. Y luego, en algunos casos, la agresión física. El 100% de las víctimas son las madres, aunque el padre también lo sea en ocasiones.

-¿Tienen un perfil definido?

-Hay niveles socioeconómicos y culturales de todo tipo y procedentes de toda España. Hay incluso hijos de maestros y médicos, profesionales preparados en lo teórico y dedicados al cuidado de los demás que luego no pueden con sus hijos. Es verdad que existe un porcentaje de padres con diversas patologías pero también padres magníficos con tres hijos y solo uno lo llevan mal. Aquí hay también mucho de subjetividad, de sentirse querido o rechazado.

-¿Cómo se ha podido llegar a este punto?

-Es un tema sistémico. La culpa no siempre es de los padres, pero tienen una sensación muy mala. Se sienten víctimas de los hijos pero no los pueden echar de casa. Sin embargo, la sociedad les culpabiliza y eso les genera un gran problema. Empieza a haber grupos terapéuticos para tratar estos casos.

-¿Parte de la culpa puede ser una relajación en la educación?

-Sin duda. Ahora tenemos muchos menos hijos, antes morían mucho más y si no se portaban bien se ponían en garantía social, a trabajar en el campo o en un taller. La sociedad se ha relajado y se ha perdido el respeto a la autoridad, ya sea el policía, el profesor o el abuelo. Además, con las nuevas tecnologías se encuentran por delante de los padres. También se ha extendido una idea muy errónea, que es que la sanción puede traumar al niño, cuando es parte de la educación. Y no hablo de castigos o golpes. Otro error ha sido el de querer democratizar el hogar. La casa no puede ser una democracia, sino que debe tener unos padres que adultos que pongan unos criterios y normas por el bien de los hijos. A todo se suma el sentimiento de culpabilidad que tienen los padres.

-¿En qué sentido?

-En que están poco con los hijos. Y es un sentimiento que no comparto. El problema está quizá en que los padres quieren que los hijos sean felices, otro error, porque la vida no es una búsqueda continua de felicidad, también hay momentos de aburrimiento, momentos duros... A los hijos hay que fortalecerlos para la vida, para los procesos de separación, para los disgustos, para los desahucios, para el paro o para la pérdida del abuelo.

-¿Cómo se deben explicar entonces situaciones como los atentados de París?

-Sobre todo con naturalidad, que sepan que los padres también están impactados. Hay que explicarles que la gente mala es aquella que por la razón que fuere cree que tiene derecho sobre la vida de otro. Pueden discutirse las ideas o quitarse la vida, eso es algo más personal, pero nunca quitársela a otra persona. Y también hablarles del fanatismo y explicarles que un fanático es alguien que no quiere cambiar de tema pero que no admite por miedo el debate sobre ese tema. Los padres no debiéramos de esperar a que pregunten los niños estas cosas, hay que tratar estos temas con rigor y tratar con respeto a los hijos, siempre transmitiéndoles seguridad.

-Con todo este panorama, ¿todavía hay hueco para la esperanza sobre el ser humano?

-La esperanza es una obligación ética, porque la sociedad va a mejor sin duda, pero un hecho tan dramático como el de París conmociona al mundo. Está bien que nos alarmemos por estas cosas, porque la sensibilidad está ahí. El mundo siempre vivirá en la complejidad pero el ser humano es un animal, a veces racional, que va mejorando, aunque poco a poco, porque no hace mucho que hemos bajado del árbol. No se le puede pedir de repente que sea un ángel.