Ayer llegué a Zamora en tren, de una forma muy similar a como arribé a aquella ciudad de los años 70 para quedarme tal vez para siempre. La llegada en AVE me ha hecho revivir aquel tren que me traía de Galicia hace ahora 39 años justos, 39 años de historia del ferrocarril en la provincia. Aquel alumno de primero de BUP de la Universidad Laboral recaló en Zamora un 3 de octubre de 1976 en una estación de Renfe todavía sumida en el triste color gris del tardofranquismo. Era la primera vez que montaba en este medio de transporte que luego utilizaría muy a menudo. Creo que se llamaba aquel tren el TER, un pequeño convoy que cruzaba España de oeste al centro, que partía desde Ferrol para recorrer parte de la Ruta de la Plata -de Astorga a Salamanca- y que realizaba una de sus múltiples paradas en una estación zamorana entonces muy animada día y noche por emigrantes que iban y venían, militares que cumplían su mili aquí o allá, monjas y curas, agricultores y viajantes, y también estudiantes de las universidades laborales. Qué distinto aquel TER que abría sus puertas en Astorga para que subiese una señora muy mayor que vendía sus mantecadas, que se detenía en Benavente -porque Benavente tenía tren para el que no lo sepa- y que entraba por el barrio de Las Llamas en la ciudad.

El TER duró muy poco porque una decisión política suprimió, por motivos de rentabilidad económica, cerrar la arteria ferroviaria que unía Gijón con Andalucía, que recorría el camino de Tartesos y de la Vía de la Plata romana. Entonces aquellos alumnos gallegos de la Laboral nos vimos obligados a cambiar de tren, a pasar de viajar de día a hacerlo de madrugada en el Rías Altas que llegaba a Zamora desde Madrid pasada la media noche y que invertía toda la madrugada en llegar a Santiago y a continuación a La Coruña. Era toda una aventura realizar este viaje en el que siempre se vivían historias inolvidables que podría dar para escribir libros enteros. Eran coches compartimentados en los que terminabas conociendo a tus compañeros de viaje como de toda la vida tras compartir largas conversaciones, sueños y hasta las fiambreras que se intercambiaban de mano en mano.

Porque aquella estación zamorana era un punto de encuentro de toda la ciudad, también en la cantina por las noches. Los jóvenes zamoranos de entonces, y los tunos más, en aquellas épocas en las que el resto de los bares cerraban muy pronto, terminábamos casi siempre en el bar de la estación en el que se unían la noche y la madrugada, el cubata y el primer café con leche, las borracheras y el bostezo matinal. Pero siempre con el encanto romántico del tren, algo que nunca otro medio de transporte será capaz de ofrecer.

Con el tiempo, me acostumbré al coche, y el tren pasó a mi carpeta de recuerdos, pero ayer esa carpeta se volvió a abrir y tal vez, con el AVE, quede abierta de nuevo a los sueños de las vías.