Es difícil describir la categoría humana de un amigo cuando es tan gande. Reducir su recuerdo a su infinita generosidad sería injusto; recordar su inteligencia brillante y sorprendente sería incompleto; hablar de su simpatía no permitiría reproducir sus respuestas instantáneas y agudas.

Eduardo era una persona extraordinaria, amigo de sus amigos y consecuente con sus principios y conviciones, era la mejor repreentación de la entrega, nada le pertenecía y lo suyo, sin embargo, nos pertenecía a todos.

Eduardo ha sido un profesional de los buenos; las puertas de su despacho estaban abiertas de par en par para quien precisara de sus servicios. Sus conocimientos se agrandaban cada día con su humildad y su incomparable sensatez.

A nosotros, sus amigos que tanto lo queremos, nos deja una preciosa herencia, la suerte de haberlo conocido, multitud de buenísimos recuerdos y la compensación de saber que le ha dado dos vueltas a la vida y que nadie podrá ya quitarle lo «bailao».