Desde el andén de la estación de tren de la ciudad húngara de Györ, Sara Iglesias Martín pudo ver el rostro de muchos sirios, la incertidumbre dibujada en sus caras, "la preocupación de no saber a dónde les llevarían, cuál sería el destino" del vagón en el que viajaban, si acabarían en Alemania, como esperaban. En las estaciones, la policía se ocupa de cercar a los refugiados, de aislarles, "no les dejan moverse, les mandan zumbando para el tren". Otro cerco: la picaresca, la de algunos húngaros que permanecen "como al acecho" para aprovecharse de la miseria del otro. "Estaban como esperando a ver si alguien bajaba del tren para abordarle, me dió miedo.

"El desconcierto" de los viajeros sirios era más que evidente, apunta Sara. Les esperaba un futuro incierto. Así se lo contaron a uno de sus amigos, otro zamorano que se equivocó de vagón y viajó con los desterrados por la guerra. Un desconcierto inevitable tras "salir prácticamente con lo puesto y pasar días de país en país para llegar a Hungría y no poder salir hacia ninguna dirección".

En las calles de la ciudad de Györ el matrimonio zamorano vio grupos de sirios "y, alrededor, gente que esperaba para sacarles el dinero". Pero la policía era más rápida, disolvía e "indicaba a todo el mundo que no se acercara. Sutilmente, te decían que no tuvieras contacto con los refugiados". La zamorna Sara Iglesias trató de ayudar a una amplia familia apostada junto a un edificio, en una plaza, algunos sentados en el suelo, con niños pequeños. "Había una pastelería al lado y pensé acercarme para decirles que si querían les compraba unos pasteles porque tenían niños pequeños, de ocho o nueve años". Le fue imposible llegar siquiera a saludarles. "Cuando la policía vio que me dirigía hacia ellos, se aproximó a los refugiados para decirles que "ahí no". No te dejaban ni preguntarles si necesitaban alguna cosa", la ciudad era muy pequeña "y estaba muy controlada". De nuevo, "personas normales, como tú y yo", que lo ha perdido todo. Huidos de la guerra.