"Es como si a un heroinómano le dices que tiene que superar su adicción tomando esa droga tres veces al día". Así define Beatriz la frustración que sufre una persona adicta a la comida que sabe que tiene que controlarse pero que, fisiológicamente, no puede dejar de comer. Después de años de dietas, nutricionistas, endocrinos, y tratamientos psiquiátricos y psicológicos con escaso resultado, los especialistas por fin pudieron poner nombre a lo que ella ya sabía que le pasaba: era adicta a la comida. Tenía Trastorno Alimentario Compulsivo (TAC) o Trastorno por Atracón, un nuevo problema alimentario que, a diferencia de otras patologías del mismo tipo como la anorexia o la bulimia, fue incluida en el DSM-5 -Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales- de forma muy reciente, en el año 2013.

"Perdí mis hábitos saludables cuando trabajaba en Londres de au-pair. Como no me gustaba lo que comía la familia, empecé a salir casi a diario fuera. Me di cuenta de que iba a comer todos los días comida rápida porque me lo pedía el cuerpo, por necesidad, como una adicción. Me anestesiaba con comida hasta que me caía dormida", cuenta la joven zamorana. "Pensé que se solucionaría cuando volviera a España, pero no fue así. Pedí ayuda y comencé con dietas y medicación de ansiolíticos y antidepresivos, y después con sistemas de comidas planificadas. Al principio funcionaron, pero en cuanto me saltaba la rutina me sentía culpable y frustrada y todo volvía a empezar", explica Beatriz que entonces comenzó a colaborar en una web de autoestima para chicas con sobrepeso y oyó hablar del Trastorno Alimentario Compulsivo. "Era algo que encajaba totalmente con lo que yo sentía, así que me puse a trabajar con el psiquiatra, el psicólogo y el nutricionista. Fue un alivio dar con lo que me pasaba porque sé que ahora estoy en un tratamiento que, aunque es largo, puede curarme. Quiero concienciar a todo el mundo para que se sepa que esta enfermedad existe y, si hay gente que cree que puede tener este problema, no se frustre ni se sienta extraña y acuda a los especialistas", concluye.

De la misma manera que una anorexia no se puede solucionar diciéndole al paciente que coma más, este tratamiento lento -que, dependiendo de la persona, puede extenderse hasta tres años- tiene que ver con mejorar la autoestima y la capacidad de aceptar las emociones sin taparlas con comida, ya que los atracones son la consecuencia de causas muy diversa índole que hay que trabajar con los expertos. "No se puede hablar de una adicción a la comida como tal porque no es una enfermedad reconocida en los manuales, pero los atracones compulsivos tienen rasgos de pérdida de rasgos adictivos", explica Mar Gallego, especialista en Psicología Intantil, un tipo de pacientes que también pueden presentar este tipo de trastornos alimentarios.

"La comida es un origen de placer que genera en las personas situaciones de bienestar y que en este tipo de pacientes acaba por convertirse en un desahogo o punto de salida de emociones que hay detrás. Son personas que siguen comiendo más allá de su apetito y que buscan sentirse bien, pero que terminan sintiéndose culpables por los atracones, por lo que buscan volver a satisfacerse con comida", cuenta Gallego, que afirma que "es necesaria la ayuda de expertos para salir de este bucle que de otra manera tiene difícil solución".

"Tanto en los casos de adultos como en los de niños, lo que hay que ahondar en el verdadero origen del problema, que con frecuencia suelen ser situaciones de ansiedad, frustración, tristeza y otro tipo de emociones que hay que aprender a gestionar. El problema no es la comida, por lo que la solución no es una dieta. De hecho, hay personas con este tipo de trastorno que ni siquiera son obesas", recalca la psicóloga, que, en caso de sospecha, hace un llamamiento para "acudir a los profesionales para no enredarse en situaciones frustrantes que no lleven a ninguna parte, sobre todo en niños pequeños, donde algunos trastornos alimentarios son tratados como "cosas de niños" y no se les da la importancia que merecen", concluye. Gracias a los profesionales, Beatriz y otros afectados por este problema ya han dado el primer paso hacia la recuperación total que les permita volver a comer por placer sin temor a la báscula ni a sí mismos.