El escondite inglés, la rayuela, la cadeneta o la rana son algunos de los juegos tradicionales que dieron muchas horas de diversión a quienes ahora ya son padres o abuelos. Los factores socioeconómicos de hace setenta años condicionaban la vida de los niños de la época. Salir a la calle sin vigilancia de los progenitores y tener juguetes sencillos, a menudo de fabricación casera, estaba a la orden del día. Con el tiempo, peonzas, chapas y tabas fueron sustituidas por videoconsolas, tablets o coches teledirigidos. Pero no hay que alarmarse: los niños en la actualidad también se divierten con poco si se les enseña. Así lo demuestra la quincena de pequeños que estos días participan en el taller didáctico "Juegos Tradicionales del Mundo", organizado en el Museo Etnográfico.

"Nos estamos poniendo en la piel de los niños de antes, y hemos comprobado lo fácil que resulta pasárselo bien sin utilizar la tecnología", explica la niña Clara Chapado mientras juega a la rana. Clara se apuntó al taller junto con su hermana, y las dos reconocen, orgullosas, que sus abuelos ya les habían hablado de los juegos tradicionales. "Están contentos de que hayamos venido aquí para que estas tradiciones no queden solo en la memoria", añade Carmen, hermana de Clara.

"La mejor técnica para transmitir conocimientos es la diversión. Aquí los niños aprenden aspectos etnográficos de los juegos de sus abuelos y sus padres y disfrutan haciéndolo", asegura Mariel Rodríguez, la educadora que dirige el taller.

Las actividades están planteadas desde un punto de vista moderno y uno de los objetivos es fomentar la igualdad de sexos. "Antes, las niñas jugaban a las cocinitas y a las muñecas y los niños a la pelota; aquí juegan todos juntos sin discriminación sexista" afirma la responsable.

Por último, el taller también educa en valores como el respeto a los demás y la deportividad. "Es necesario que aprendan a perder y entiendan que lo más importante es participar y divertirse", concluye Mariel Rodríguez.