Barrio de Pinilla, 1940. Como cada día, tres muchachos de la zona con apenas ocho años emprenden el largo camino que separa la margen izquierda del río Duero y la vieja estación de ferrocarril. Tiran de un carro fabricado por ellos mismos. Su objetivo: recoger la carbonilla suelta tras limpiar la zona para venderla y sacar unas pesetas con las que sobrevivir. Son "niños de la guerra". La hambruna pasa factura y hay que buscarse la vida como sea. Entre ellos se encuentra Andonino García. Doni, como así le conoce todo el mundo.

Barrio de Pinilla, 2015. Es miércoles y los vecinos esperan en las aceras para disfrutar de la carrera de los autos locos. Entre los cuatro prototipos que salen a la pista destaca uno por su extraña factura. Parece un carro de carbonero, una suerte de cajón de madera que sirve para recoger el mineral. A un costado, una leyenda. "Este modelo, fabricado en 1940 en el barrio de Pinilla, se utilizó para ganarse la vida subiendo y bajando todos los días del año". A los mandos se encuentra un hombre de 82 años. Andonino García. Doni, como así le conoce todo el mundo.

"Era una época muy mala de hambruna y pobreza y teníamos que hacer lo que fuera para sobrevivir", recuerda Doni García, el protagonista de esta historia. Doni nació en Asturias y de muy pequeño se trasladó a vivir a Zamora, asentándose en el barrio de Pinilla. Vino con su madre y sus cuatro hermanos. Aquí nacieron otras cinco hermanas, todas niñas. "En una familia con más de diez personas lo único que podíamos hacer era salir a buscarnos la vida. Año 1940, recién pasada la guerra, cualquiera puede imaginarse cómo era la situación", explica García.

Y así lo hizo. Se juntó con otros tres muchachos del barrio, más o menos rondando todos la misma edad, fabricaron un carro como el de la fotografía y cada día se trasladaban hasta la estación de ferrocarril para intentar pasar el día. "Recogíamos carbón, carbonilla... Lo que pilláramos", detalla un nostálgico Doni García. La mecánica era siempre la misma. "Siempre andábamos rondando la estación. Íbamos a la zona donde las máquinas limpiaban los vagones para cargar otra vez. Y ese era nuestro momento. Cuando tiraban lo que les sobraba, lo cogíamos nosotros", explica. "Otras veces, las menos, los vagones paraban en el mismo barrio de Pinilla, donde la vía, para descargar. Y allí íbamos todos a apañar lo que quedaba", recuerda Doni.

Una vez cargado el carro, llegaba el momento de hacer negocio. "En Pinilla, en invierno, la calle entera estaba llena de estufas", rememora este asturiano con sangre de Zamora. "Aunque es cierto que la mayoría lo vendíamos en las Tres Cruces, allí es donde estaba el negocio", indica.

La Zamora de la posguerra obligaba a ser más listo que nadie para llevar el pan a la mesa. Y Doni, evidentemente, procuraba serlo. "Nosotros llevábamos la mercancía en sacos. Entonces había básculas de barra. Lo que hacíamos era amarrar una cuerda a los sacos y pisarla, para a continuación tirar de ella. Cuanto más tirábamos, más pesaba. Esas eran las maldades que preparábamos", comenta entre risas. Por cada uno o dos sacos, dependiendo del día, recuerda, ganaban un abanico de entre 10 y 15 pesetas.

Fue de casualidad como Doni García se enteró del concurso de autos locos. Un día, de visita en Sanabria, lo vio en la televisión local y se le ocurrió hacer un homenaje a esos niños que, como él, tuvieron que hacer de todo para sobrellevar una de las épocas más duras de España. Carbonero por necesidad, pero con orgullo.