La Basílica de San Pedro del Vaticano acogió el pasado día 16 de mayo una misa en rito mozárabe, presidida por el Arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez, a la que asistieron más de 300 peregrinos toledanos. Al finalizar, se leyó un mensaje del papa Francisco en el que invitaba a «mantener vivas las raíces por las que el mensaje de Cristo nos ha llegado». Era la cuarta vez en la historia en que se celebraba la eucaristía en este antigua forma litúrgica española. Las otras tres veces anteriores fueron en 1963, en 1992 y en 2000; de ellas, la segunda estuvo presidida por el Papa, el hoy san Juan Pablo II. Hasta 1080 fue la liturgia oficial de la Iglesia en España.

Es un hecho no demasiado sabido que Zamora es una de las provincias donde arraigó la cultura mozárabe. Hubo comunidades mozárabes en la ciudad de Zamora y en las comarcas de Tierra del Pan, Tábara, los Valles y la Carballeda. Buena parte de esa herencia de agrupa en torno a la parte superior de la Vía de Plata. Allí, además de la liturgia, la mozarabía impregnó el arte y la lengua; de la primera quedan restos en diversas iglesias, como el San Pedro de la Nave y San Salvador de Tábara, mientras que la segunda impregna algunas expresiones y numerosos topónimos: Tardemézar, Ayoo, Cunquilla de Vidríales, San Pedro de Ceque, Villanueva de Azoague, Revellines, Matilla de Arzón, Benegiles, Abezames, Vezdemarbán, Algodre, Monfarracinos, Madridanos, y Venialbo. Tales repoblaciones se produjeron mayoritariamente entre los siglos IX y X.

Uno de los episodios más conocidos de la herencia mozárabe, expresión de las comunidades cristianas en territorios musulmanes, fue el traslado de los restos de san Ildefonso desde Toledo a Zamora, donde aún se custodian en la iglesia arciprestal de San Pedro. Ante las aspiraciones toledanas por recuperarlos, se creó en el siglo XIII la Real Cofradía de Caballeros Cubicularios, en cuyas celebraciones anuales se utiliza aún la antigua liturgia mozárabe. Fue el santo toledano, en el siglo VII, uno de los primeros en anticipar el dogma de la Inmaculada Concepción, promulgado oficialmente en el siglo XIX.

Tal formulación fue históricamente una de las pretensiones de presencia española en Roma, intercediendo ante los papas para lograrlo. Uno de los medios fue la difusión de la figura de san Ildefonso, especialmente de su obra La virginidad perpetua de santa María. Al santo toledano se dedicó en 1440 la Iglesia de Santiago y san Ildefonso, en Piazza Navona, que fue el templo de la Corona de Castilla y León en la ciudad eterna, función que cumplió en parte hasta 1818. Al venderse, parte de su patrimonio pasó a la actual Iglesia Española de Montserrat y Santiago, construida en 1518 y refundada en 1803, mientras que el resto de obras acabó en la Colegiata de la Santísima Trinidad y Santo Tomás de Villanueva en Genzano, cerca de Roma. No fue la de Navona el único templo dedicado al santo toledano en Roma, ya que los Agustinos Descalzos españoles impulsaron en 1667 la Iglesia de San Ildefonso y Santo Tomás de Villanueva cerca de la Piazza Spagna, donde se encuentra la Embajada de España ante la Santa Sede y la columna de la Inmaculada que fue erigida en 1857 por Fernando II de las Dos Sicilias, reino históricamente tan unido a España.

Para impulsar las actividades religiosas y asistenciales de las citadas iglesias de Castilla y León, y de Aragón, el salmantino Alonso de Paradinas puso en marcha en 1450 la Obra Pía española, a partir de legados recibidos desde 1354. La llegada a Roma del clérigo salmantino, junto con Juan Rodríguez de Toro, se produjo en 1423, acompañando al cardenal zamorano Juan de Mella, obispo de Zamora desde 1440, quien en 1467 fue precisamente uno de los primeros eclesiásticos en ser sepultados en el templo castellano-leonés de Roma.

Sergio Rodríguez es el director del Instituto Cervantes en Roma.