El viernes de la semana pasada se hacía público el contenido de la tercera edición de Domo Musical, el ciclo de conciertos promovido por el Cabildo Catedral de Zamora para los próximos días del mes de julio. El primero de ellos, a celebrar el día 10, correrá a cargo del prestigioso grupo Schola Antiqua, dirigido por Juan Carlos Asensio, e interpretará por primera vez de forma completa la Misa de San Ildefonso, según un Misal votivo, datado en los siglos XIV-XV, y conservado en la Biblioteca Lázaro Galdeano, de Madrid. Es, pues, un honor y un privilegio escuchar en nuestra Catedral la mencionada obra musical, por ser Zamora la que alberga las reliquias del santo toledano y por tratarse del patrono principal de la ciudad.

El objetivo de esta colaboración es recordar los rasgos biográficos de San Ildefonso y las representaciones artísticas que de él posee la S. I. Catedral. De este modo, los asistentes al concierto mencionado podrán degustar mejor la obra musical teniendo como trasfondo estas breves notas.

San Ildefonso es un destacado Padre de la Iglesia hispana en la época visigoda. Nació en Toledo en torno al año 606, en el seno de una familia noble. Según los datos suministrados por el propio santo, San Julián y Cixila, fue monje y abad del monasterio de Agalí, a las afueras de su ciudad natal, y fundador del monasterio femenino deibiense. Tomó parte en varios concilios toledanos, y en 657 sucedió a San Eugenio en la sede metropolitana de Toledo, en cuya ciudad murió el 23 de enero del año 667. Es autor de importantes escritos teológicos, litúrgicos y biográficos, entre los cuales destaca el tratado “De virginitate perpetua sanctæ Mariæ”, considerada su obra cumbre.

Según la tradición, la santa mártir Leocadia se levantó de su tumba para ofrecerle un trozo de tela de su mortaja en presencia de Recesvinto, y la Virgen María descendió del cielo para imponerle una casulla como obsequio por la defensa que hizo de su virginidad maternal. Ambos temas son los más recurrentes en las representaciones iconográficas del santo.

Al morir, su cuerpo fue sepultado en la iglesia toledana de Santa Leocadia, a los pies de su predecesor; no obstante, la invención de sus reliquias tuvo lugar en la iglesia de San Pedro de Zamora el 26 de mayo de 1260, en tiempos del obispo don Suero Pérez, según refiere el testimonio escrito de Juan Gil de Zamora, franciscano coetáneo del suceso. Este hecho se ha explicado mediante el traslado de sus restos desde Toledo hasta Zamora a partir del repliegue cristiano hacia el Norte de la Península tras la invasión árabe o durante la repoblación mozárabe de la ciudad en tiempos de Alfonso III “el Magno”.

Para recibir mayor culto público, sus reliquias fueron elevadas en 1496 a la capilla alta de la iglesia arciprestal de San Pedro y San Ildefonso, donde reposan en su correspondiente arqueta -junto a las de san Atilano- tras una reja con varias cerraduras, cuyas llaves están encomendadas a diversas instituciones religiosas y civiles. Visitadas a lo largo del tiempo por reyes y nobles, la pugna mantenida insistentemente por los de Toledo para recuperarlas provocó varios disgustos a la ciudad, que se siempre se consideró celosa guardiana de ellas.

A los pies de la nave central de la Catedral, desbordando el perímetro original del edificio y ocultando su portada occidental, se edificó una capilla dedicada a San Ildefonso, fundada por el cardenal zamorano Juan de Mella (1440-1467), con la autorización del Cabildo en 1460 y la aprobación del papa Pablo II en 1466.

Su fachada contiene un ciclo pictórico dedicado al santo toledano, realizado a fines del siglo XVI por un artista hasta ahora desconocido. En él están representadas cuatro escenas: la consagración episcopal, la aparición de Santa Leocadia, la procesión hacia la catedral toledana en la fiesta de Santa María, y la descensión de Nuestra Señora o imposición de la casulla.

Para el altar de la mencionada capilla Fernando Gallego pintó un retablo a fines de la década de 1470, la obra más temprana de cuantas de él se conservan. El cuerpo inferior alberga tres tableros dedicados también al santo: la aparición de Santa Leocadia, la descensión o imposición de la casulla, y la veneración de sus reliquias tras su hallazgo. Para esta última escena, el pintor siguió la reseña histórica de fray Juan Gil de Zamora. El frontal de altar, del siglo XVIII, lleva un relieve con la imposición de la casulla entre los escudos de los Mella.

En cuanto a escultura existen tres representaciones del santo arzobispo en la Catedral. La primera de ellas, desde el punto de vista cronológico, es el relieve contenido en uno de los respaldos de la sillería alta del coro, realizado en madera de nogal por el taller de Juan de Bruselas entre 1502 y 1505. Está representado frente a San Atilano en el ciclo de los pastores, de pie, con los ornamentos episcopales, portando la cruz patriarcal y un libro abierto.

Del mismo modo, pero sin libro y con su mano izquierda sobre el pecho, en una escultura tallada en madera y policromada, de autor desconocido, situada sobre la cajonería de la sacristía, y posiblemente realizada en torno a 1746, momento en que el obispo Onésimo de Salamanca y Zaldívar costeó diversas obras de reforma y ornato de este ámbito catedralicio.

Finalmente, la escultura confeccionada en mármol y parcialmente policromada y dorada que se halla en el intercolumnio izquierdo del retablo mayor, labrada en Granada en 1771, y donada un año después por el chantre Juan Jacinto Váraz y Vázquez.

En cuanto a la pintura de caballete solo existe un lienzo pintado al óleo, situado en la calle izquierda del retablo de Santa Inés, atribuido al pintor vallisoletano Diego Díez Ferreras, que lo realizaría hacia 1675. El santo, revestido con capa pluvial, tiene en sus manos una pluma y un libro aludiendo a sus escritos. Un filacteria que se extiende desde un rompimiento de gloria contiene las palabras que según el relato de Cixila pronunció Santa Leocadia cuando se levantó de la tumba para agradecer al santo sus escritos en defensa de la virginidad de María: “Illdefonse per te vivit Domina mea”.

Y en el campo de la orfebrería, la Catedral conserva tres obras más. La exquisita figura de plata sobredorada

que alberga el templete del tercer y último cuerpo de la custodia procesional, finalizada por el platero zamorano Pedro de Ávila en 1515. La contenida en uno de los varales que sirven para sostener el palio, labrados en plata por Antonio Rodríguez de Carbajal en torno a 1598, año en que finalizó también el zócalo superior de la custodia, aunque su importe se le acabaría de abonar en 1607. Y, por último, el relieve labrado posiblemente por el platero Manuel Flores en 1760, y que remata las gradas del altar del monumento.