"Es algo que no deseo ni a mi peor enemigo". Así de taxativa se muestra A. M. S., una joven zamorana que ha superado la anorexia y que quiere que su ejemplo sirva de apoyo y esperanza para aquellos pacientes y familias que están sufriendo ahora mismo la enfermedad. "Cuando alguien me comenta que conoce a una persona que está dejando de comer, siempre me ofrezco a darle la "charlita" pertinente", bromea.

En cierto modo se siente afortunada, porque considera que ella reaccionó a tiempo. "Tuve suerte porque acepté relativamente pronto que estaba enferma. Además, dicen que el 50% de la recuperación es reconocer el problema", explica.

En su caso, la adolescencia fue el punto de partida. Con apenas 13 años, las dudas y la falta de autoestima hizo mella en su personalidad. "Hasta entonces había sido la hija perfecta, buena estudiante, muy independiente y deportista. Pero me faltaba algo, lo busqué en dejar de comer y me parecía que mejoraba de ese modo, aunque está claro que no era así. Fue lo peor que podía haber hecho", se lamenta.

En este sentido, acusa a la sociedad de los cánones de belleza que defiende. "Vivimos en un mundo donde los estereotipos y las apariencias importan más que las ganas de gustarse a uno mismo, donde se refuerzan los mensajes a favor de la delgadez en los medios de comunicación y en la publicidad, donde influye tu apariencia hasta a la hora de encontrar un puesto de trabajo", enumera. Lo curioso es que ella miraba los cuerpos de las chicas que salían en las revistas "y me daban asco, las veía muy delgadas. Sin embargo, frente al espejo yo no me veía así", compara.

La anorexia le llegó a imponer una rutina diaria en su lucha contra la comida. El desayuno lo tiraba por el fregadero y también se deshacía del bocadillo que llevaba al instituto. Además, después de comer y cenar iba al baño, donde tenía una bicicleta estática, para hacer una hora de ejercicio. "Comer era una de mis mayores pesadillas, sentía delante del plato auténtico pánico. Veía la comida y solo quería echar a correr. Siempre me parecía que había demasiada, aunque nunca llegué a vomitar", puntualiza.

Uno de los peores recuerdos que tiene durante su tratamiento son las comidas en el hospital. Llegaron a ingresarla con 42 kilos de peso, con su estatura de 1,70. "Se me podían contar fácilmente las costillas", asegura. Iba allí todos los días a la hora de comer, con enfermos mentales "de todo tipo". Junto a otras dos chicas con su mismo problema, eran especialmente observadas por los enfermeros. "Para ellos éramos las pacientes que intentaban engañarlos con la comida. Siempre nos ponían más cantidad en el plato que al resto", describe.

Por su experiencia, el papel de los familiares es esencial para la recuperación. "Tú te sientes como un monstruo y además todo el mundo te juzga, así que aunque le sea muy difícil, porque también lo pasa mal, la familia debe apoyar al enfermo", aconseja.

La Asociación Zamorana contra la Anorexia y la Bulimia (AZAYB) fue un punto de inflexión en su recuperación. Sus padres llevaban tiempo insistiéndole en que fuera a un psicólogo, pero ella se negaba. Cuando sintió que "había tocado fondo" supo que era el momento de pedir ayuda. "Me dije que adelante, que si tenía que engordar, engordaría, aunque supusiera una especie de castigo para mí, pero quería acabar con todo eso", recuerda. Fue el sufrimiento por el que estaban pasando sus padres lo que le hizo reaccionar. "Nunca había oído hablar de la asociación antes, pero me reuní con la psicóloga y por primera vez en mucho tiempo dormí bien esa noche. Fue una de las primeras personas con las que pude hablar que no me culpaban, que incluso en cierto modo me llegaban a entender", agradece. Sus padres siguieron acudiendo a las reuniones de este colectivo. "Trabajan como un punto de apoyo, de descarga y de desconexión para los familiares", describe.

Por ese mismo motivo reclama la ayuda de psicólogos y psiquiatras especialistas en trastornos alimenticios. "No sirve para nada ir al médico de cabecera cuando tienes peso bajo, porque lo único que va a decirte es que debes comer más. Lo que se tiene es una enfermedad mental, así que es ahí donde hay que trabajar", exige. Recuerda con especial cariño una psicóloga en prácticas que le atendió. "Logró que pasara de desayunar dos a tres galletas, algo que no había conseguido nadie antes. Y es que es importante tanto la capacidad que tenga uno mismo para cambiar como los pequeños gestos que te ayuden", aconseja.

Considera que ha logrado recuperar el timón de su vida cuando con 18 años comenzó la carrera. "Todavía no me habían dado el alta médica, pero cuando dije que quería estudiar en la universidad de Salamanca y no me pusieron impedimentos para que me quedara a vivir allí, supe que estaba empezando a recuperar las riendas", se sincera. "Llevo tres años haciendo mi vida totalmente normal e incluso me he ido de Erasmus", se enorgullece.

Después de tantos baches y obstáculos superados, todavía se siente en proceso de recuperación. "Siempre quedará algo, porque, por ejemplo, seguiré pidiendo la Coca-Cola light", confiesa. Pero cada paso es importante. "Después de muchos años, he comenzado a comer carne y le he dado una gran alegría a mis padres. Mi madre se ofrece a hacerme barbacoa todos los días", sonríe. Y es que se trata de un camino lento. "Poco a poco uno va recuperándose, esto no es algo que se consiga de la noche a la mañana", advierte.

"Es necesario que la sociedad tome conciencia, tenga una perspectiva crítica y no permita que se menosprecie a nadie por su condición o su peso", demanda, remarcando que la belleza "es algo muy relativo" y haciéndose eco de una de las proclamas de AZAYB: "Quiérete, eres irresistible". Un lema que, según reconoce, ha tardado diez años en empezar a aprenderlo.

La psicóloga de AZAYB, Victoria López, responderá a las preguntas de los lectores el próximo miércoles 25 de febrero ¡Envía tu pregunta!