El periodista madrileño Carlos Hernández de Miguel inició hace año y medio una investigación para reconstruir el paso de un familiar por el campo de concentración de Mauthausen, adonde fueron deportados 9.000 españoles. Por el camino, halló historias como la del zamorano Ricardo Rico que le hicieron reflexionar: no podía contar solo un relato, tenía que reunirlos todos. El resultado es el libro "Los últimos españoles de Mauthausen", trabajo que desgrana a continuación.

-Este libro arranca en su voluntad de contar la historia de un familiar que vivió el horror de los campos de concentración. Finalmente habla de los 9.000 españoles que experimentaron el infierno de Mauthausen, ¿por qué?

-Todo comienza en una búsqueda familiar: un tío que marcó mi infancia por las cosas que me intentó inculcar y que se convirtió en lo más parecido a un abuelo. Falleció en 1992, yo era muy joven y nunca le llegué a preguntar por los campos de concentración. Siempre me quedó la espina clavada y hace año y medio surgió la oportunidad de hacer un libro sobre su vida. Cuanto más me fui metiendo en la investigación, más me emocioné y me indigné, hasta que llegué al convencimiento de que tenía que contar las 9.000 historias de los españoles deportados. Es lo que a mi tío le hubiera gustado.

-Seguro que ahora le gustaría hacerle multitud de preguntas a su tío. Si pudiera elegir una sola, ¿cuál sería?

-¡Qué difícil! No me había parado a pensarlo? Probablemente, le preguntaría qué hizo, mental y emocionalmente, para sobrevivir al infierno al que se enfrentaba todos los días.

-En esa búsqueda, ¿cuál ha sido el documento más sorprendente?

-Del lado profesional, lo más valioso fueron los telegramas que encontré en los archivos del Ministerio de Exteriores, se notaba que estaban en carpetas donde no tenían que estar. Se trata de pruebas concluyentes de la responsabilidad franquista en determinadas actuaciones. En un ámbito más personal, lo más sorprendente fue descubrir las fotografías de un prisionero español, Francisco Boix, quien robó los documentos que se utilizaron en los juicios de Nuremberg y Dachau. Cuando se produce la liberación, Boix coge una cámara de los SS y realiza fotografías de lo que ve: en una de esas imágenes descubro a mi tío.

-En "Los últimos españoles de Mauthausen" cuenta la trágica historia de los deportados desde el principio. ¿Por qué cree que es tan desconocido el primer capítulo, que se refiere a los represaliados emigrados a Francia antes de ser capturados?

-He intentado que el lector tenga la información de todo lo que ocurrió en los campos de concentración, y todas las razones que llevaron a los españoles allí. Nuestro país desconoce, o no recuerda, el primer capítulo: el maltrato de los exiliados por parte de la democracia francesa, un episodio terrorífico para los represaliados. Fueron recibidos como delincuentes, como perros?

-Se llega a hablar de los "monstruos españoles"?

-Así es, tremendo. Cristóbal Soriano, de Barcelona, me contaba que entraron por la frontera catalana a Francia, donde escuchaba decir a las madres: "¡No os acerquéis, que se comen a los niños!". Hubo una campaña brutal de desprestigio contra los "rojos españoles", a quienes el Gobierno y la prensa franceses habían tachado de "asesinos de monjas, violadores" mientras que las mujeres eran "prostitutas porque fumaban?". Fueron recluidos en campos, no de refugiados, sino de concentración. Allí murieron más de 14.000 personas de frío, enfermedad o hambre.

-Y entonces los españoles fueron engañados para que se alistaran en el Ejército francés y combatieran el nazismo, ¿no es cierto?

-La mayoría no se alistaron voluntariamente, los obligaron a integrarse en las fuerzas galas. Si eran republicanos, de izquierdas, que luchaban contra el nazismo, ¿por qué no corrieron a alistarse? Muy sencillo: los españoles habían sido tratados como animales por los franceses. Hay que entender que los republicanos no quisieran unirse a una Francia que no veía con malos ojos el nazismo y los regímenes totalitarios. Aquella guerra no era "su" guerra. Se demostró cuando el Gobierno "filonazi" del mariscal Pétain tomó el mando.

-Hace un año, nos contaba que su investigación comenzaba a demostrar que el dictador Franco abandonó a los españoles republicanos a su suerte, ¿ha podido terminar de constatarlo?

-No solo lo he constatado, sino que mi tesis es más contundente. La conclusión no es que dejara a estos españoles abandonados, sino que hizo una actuación directa, decidida y organizada para eliminar a estos disidentes. Tras la invasión alemana, lo primero que hace Franco es enviar listados de líderes republicanos exiliados para que Francia los entregue a la Gestapo. Ahí está el caso del presidente de la Generalitat Lluís Companys y otros dirigentes fusilados. Luego está la cuestión de los prisioneros de guerra, capturados por los alemanes y destinados a campos regidos por la Convención de Ginebra. Solo españoles son sacados de allí y enviados a Mauthausen, donde habían sido destinados solo los soviéticos, los polacos o los checos, o los propios judíos.

-Y aquí comienza el terreno de las historias personales, desde el trance del viaje en tren hasta la tortura y el exterminio. ¿Qué testimonios le han emocionado más?

-En cuanto a los trenes, el que más me ha impresionado es el relato del cordobés Virgilio Peña. Lo entrevisté por teléfono, pero cuando le pregunté por el transporte, me dijo: "No me siento con fuerzas para contártelo por teléfono. Si vienes a verme, te lo explico". Lo visité en su casa del sur de Francia y me reveló las condiciones terroríficas del tren: el viaje duró varios días, no tenían agua ni comida, aquello estaba atestado y se veían obligados a hacer sus necesidades en un bidón situado en un rincón de camino a Buchenwald. Virgilio reconoció que había sobrevivido lamiendo los tornillos de la pared del vagón: hacía frío, se condensaba agua y chupaba las gotas.

-Y al llegar a los campos de concentración, el momento de la despedida de los familiares para siempre?

-Todo era un drama, pero el mayor sufrimiento era el de aquellos que habían sido encerrados junto a un ser querido, un hermano, un padre, la madre? Es el caso de José Alcubierre, cuyo padre fue enviado a Gusen donde fue pateado hasta la muerte.

-¿Qué otros relatos le llamaron especialmente la atención?

-También me impactó la historia de Ramiro Santisteban, de Cantabria, encerrado con su padre y su hermano. Intentaban trabajar en grupos diferentes porque sabían que no soportarían que le pegaran a uno de ellos. Por la noche, trataban de no contarse las desgracias, pero no dejaban de cuidarse. Los tres consiguieron llegar con vida al día de la liberación tras cuatro años y medio de sufrimiento en Mauthausen. Lo que son las cosas: el padre murió de tuberculosis meses después y el hermano fue asesinado por la Guardia Civil cuando entró en España para visitar a su madre.

-¿Qué hacían los presos para poder salir adelante?

-Ellos coinciden que lo mejor era no pensar en nada, no acordarse de su tierra, de sus seres queridos, no darle vueltas a lo que habían visto? Solo pensaban en llegar vivos hasta la noche y poder descansar. Santisteban me contaba que el grado de deshumanización al que se llega cuando ves muertos todos los días es tal que cuando había alguien sobre el suelo, solo mirábamos el color del triángulo. "Si era azul decíamos: vaya, ha muerto uno de los nuestros". Quien entregaba su pan por la noche, aparecía tirado en la alambrada al día siguiente.

-Una veintena de zamoranos acabaron en Mauthausen. ¿Ha recogido alguno de estos casos en su trabajo?

-Castilla y León fue una de las comunidades con menos deportados, unos 320. De Zamora, hablamos de 22 vecinos de la provincia. Entre los testimonios que he recogido, está el de Ricardo Rico, donde impresiona el grado de detalle con el que cuenta su sufrimiento en Gusen, el paso por el terrible molino de piedra, cómo los SS y los capos se divertían apaleando a los presos. He recopilado el relato de cuatro castellanoleoneses, aunque ninguno está vivo. Si llegué a Rico fue por LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA, donde supe que había dejado por escrito sus vivencias recopiladas por el historiador Javier Alfaya al final de la dictadura, una época muy complicada.

-Los archivos le han ayudado a recomponer la historia, por ejemplo, del zamorano Agustín Villamor, ¿verdad?

-He encontrado historias de todos los colores porque los nazis eran muy germánicos y dejaban constancia de casi todo. El trabajo tremendo de historiadores como Benito Bermejo ha permitido rescatar la información que los alemanes no pudieron destruir al final de la guerra. Siguen apareciendo casos y algunos me llegan al alma. Como el prisionero madrileño al que investigué porque tenía el mismo número que mi tío. En Mauthausen, cuando moría un preso, se reciclaba todo, el traje con los agujeros de bala y la sangre y también el número. Después de buscar y buscar, localicé a su hija y me encontré con que ella no sabía que su padre había muerto en un campo de concentración?

-Y le dio la noticia?

-Le tuve que dar la noticia el año pasado, 74 después de que muriera su padre. Recibió con dolor la verdad, y al tiempo, con una satisfacción tremenda. Había vivido con la duda de que su padre la pudo abandonar. Cuando le conté que había muerto en Gusen, se sintió aliviada. Esto dice mucho de la memoria de este país.

-¿Por qué?

-Si yo, con mis propios medios, he podido hallar este caso en 2014, ¿cómo el Gobierno español no se ha encargado en cuarenta años de democracia de buscar a estos familiares directos par contarles lo que ocurrió y estuvieran tranquilos??

-Hay imágenes tremendas de la liberación de Auschwitz donde algunos presos muestran una tímida sonrisa a las cámaras de los soviéticos, ¿había algo por lo que alegrarse?

-Cuando les preguntaba por este día, el de la satisfacción de la liberación, me transmitieron su enorme amargura. Había tantos muertos, perdieron a tantos compañeros, se enfrentaron a tal caos y saqueos? que la felicidad de sentirse libres duró solo un instante. En el caso de los españoles, no sabían dónde ir: no tenían ni familia, ni casa ni país.

-Auschwitz acaba de conmemorar los setenta años de la liberación, ¿qué ha sido de Mauthausen?

-La liberación de Mauthausen se celebra el cinco de mayo, fue el último campo liberado, en este caso, por los norteamericanos. Habitualmente, hay una participación importante de familiares y colegios españoles, especialmente de Cataluña. Me da mucha envidia cómo afrontan este tema en Europa, en Francia, en Alemania? Han sabido reconocer el desastre, afrontarlo y enseñarle a sus jóvenes y a sus hijos todo el horror para que no se repita. Mauthausen se llena de autocares de escolares? y sin embargo, en España no tenemos nada de esto. Nuestra historia está enterrada, con un criterio erróneo. No se trata de reabrir heridas, sino de dar el paso que otros asumieron ya.

-Envidia a Francia, Alemania o Austria? ¿qué sentimiento le produce España?

-En el aspecto de la memoria, mi país me da vergüenza? Me avergüenzo de que en España haya calles dedicadas a Franco, a Primo de Rivera? Cuando vas a Alemania y le cuentas esto, no se lo creen. Ellos jamás dedicarían una plaza a Hitler o a Mussolini. Debemos contar la verdad. No podemos comparar a quienes combatieron junto a Hitler mientras asesinaba a millones de personas en Europa con los que luchaban del lado de los países democráticos. Aquí, por ese espíritu de la Transición, hemos confundido reconciliación con olvido, y no es lo mismo. La historia es como es: Franco fue un dictador y se acabó. Y luego podemos matizar.

-Hay una placa en Auschwitz escrita en judeo-español que recuerda a los sefardíes muertos, ¿son también los grandes olvidados por este país?

-Solo por el espíritu cristiano al que tanto apelaba, Franco pudo hacer muchísimo por los judíos sefardíes, haber salvado a decenas de miles de personas. Hitler era absolutamente leal a sus colaboradores, y nunca actuaba sin consultarles. Preguntó a Franco sobre este asunto, pero la reacción fue la indiferencia. Sin embargo, los diplomáticos españoles, que veían esta tragedia, informaban al minuto. Eran de ideología franquista, pero actuaron como héroes en contra del criterio de sus superiores.

-Un relato de Álvaro Colomer habla de la impotencia del periodista ante el relato de un testigo de los campos, ¿le ha pasado esto mismo? ¿Le ha superado la investigación en algún momento?

-Me ha superado todos los días. He tenido muchas pesadillas, he llorado más que en el resto de mi vida, y cada vez que me he visto frente a frente con un superviviente, la sensación ha sido contradictoria: había emoción, cariño y tristeza. Esta investigación me ha marcado para siempre.