Una tarde calurosa enmarcó el acto más importante del año en la Real muy antigua e ilustre Cofradía de Caballeros Cubicularios de San Ildefonso y San Atilano, cuyo capítulo volvió a ser un verdadero foco de atracción a eso de las siete de la tarde. Con un protocolo cuidado al milímetro, caballeros y damas y miembros de hermandades invitadas cubrieron a pie los escasos metros que separan el convento de las monjas marinas del templo arciprestal de la ciudad. Con todos los asistentes a la ceremonia, las puertas de la iglesia se cerraron para celebrar una sencilla ceremonia que todavía hoy no deja a nadie indiferente.

Con la mirada puesta en las arcas que guardan los restos de san Ildefonso y san Atilano -cuya custodia es misión fundamental de los cubicularios- el capellán José Francisco Matías inició la ceremonia. Precisamente, el acto más importante abrió el ritual, con la investidura de cinco caballeros y cuatro damas. Acompañado de su padrino, acudió al altar el primero de los nuevos hermanos, el contraalmirante Francisco Javier Romero Caramelo. Arrodillado, el primero de los caballeros entrantes pronunció en alto un "sí, juro" preguntado sobre el cumplimento de los estatutos y los fines de la cofradía. La venera -insignia que se coloca en el cuello- fue el único atributo que recibió el contraalmirante sobre su traje de militar. El apretón de manos con el mayordomo presidente, el doctor Francisco Javier García Faria, selló la entrada en la "muy antigua e ilustre".

A continuación, el resto de caballeros. Óscar Martín de Feito, Carlos Feito Martín, Juan Prieto Corpas e Isaac Santiago. En este caso, les fue impuesta la capa, el birrete y la venera en el acto de juramento.

El turno para la entrada de las damas lo inauguró la científica zamorana María Rosario Heras, a la que siguieron Concepción García, Elena Güzmez y María Cruz Díaz. Vestidas de luto, ellas recibieron el lazo simbólico que representa su pertenencia a la cofradía.

Con nuevos caballeros y damas, la iglesia vivió la misa capitular, un ceremonial concelebrado por varios sacerdotes en el rito mozárabe. Todo para terminar en el verdadero fin de la cofradía, la veneración de las reliquias de san Ildefonso y san Atilano. Como broche, cena en el Parador y entrega de títulos a los miembros entrantes.