La actual situación laboral en España, especialmente en el mundo de la construcción, fue el empujón definitivo para que José Alberto González Quintano, un ingeniero de caminos toresano, se decidiera a volver a hacer las maletas y aceptar la propuesta de trabajo que le ofrecían en Angola. No es la primera vez que trabaja fuera. «Estuve viviendo y trabajando en Brasil entre 2007 y 2011 con una promotora española y como para casi todas, la crisis nos alcanzó seriamente, así que tuve que regresar a Madrid, donde vive mi familia», recuerda.

Precisamente, su experiencia en América le ayudó a hacerse con este nuevo trabajo. «A través de la bolsa de empleo del Colegio de Caminos me llamaron de una empresa de ingeniería alemana que está establecida en Angola. Como ya hablaba portugués de mi estancia en Brasil y tenía experiencia tanto en obra civil como en edificación, me hicieron una propuesta casi de entrada. De hecho, tuve una entrevista en el mismo aeropuerto de Barajas, durante una escala del propietario de la empresa, y allí mismo me ofrecieron el trabajo», explica.

De Angola describe que es un país donde aún existen todas las necesidades de un lugar desarrollado. «Desde abastecimiento de agua potable y energía eléctrica en todo lo que no sean grandes ciudades hasta saneamiento, transporte público, educación o sanidad adecuadas», enumera. Reconoce que es similar «a la situación que atraviesa todo el continente africano», pero que aquí se ve agravada por el clima de posguerra que aún existe. «Por ejemplo, el interior del país todavía está plagado de minas antipersonas y seguirá así durante bastantes décadas. Diariamente se relatan casos de niños con amputaciones de miembros por jugar en zonas fuera de los caminos y áreas conocidas», relata.

Su residencia habitual está ubicada en el barrio de Talatona de Luanda, la capital. «Es el barrio de los expatriados», algo así como la zona noble y con más servicios de la ciudad. «Aún así, es bastante caótico, empezando por el tráfico, de hecho, dicen que la guerra civil no ha terminado y que lo único que han hecho es cambiar las armas por los coches». La ciudad cuenta con cinco millones de habitantes, «con calles de un trazado poco racional y apenas asfaltadas, lo que unido al nivel medio de los conductores, la mayoría con vehículos 4x4, desemboca en atascos continuos y a cualquier hora. Estoy aprendiendo a tener paciencia», asegura.

Las labores que lleva a cabo su empresa en Angola se centran en la gestión de proyectos de obras públicas, desde carreteras hasta abastecimiento de agua o proyectos de residencias sociales, para las administraciones locales. «Profesionalmente es bastante interesante, porque el trabajo es muy variado y además se acometen proyectos de grandes magnitudes, ya que aquí está todo por hacer, al contrario que en Europa», reconoce. En el lado de los contras se sitúa la forma de trabajar en ese país. «Su ritmo es muy diferente al que estamos acostumbrados, aunque de nuevo, por mi experiencia en Brasil, ya tengo medio camino recorrido en este sentido», añade.

A pesar del trabajo, también tiene tiempo para el ocio, aunque asegura que la ciudad «es carísima, incluso para los europeos. Todavía me estoy preguntando cómo consiguen subsistir los angoleños que ganan 250 euros al cambio». Las únicas excepciones son el tabaco y el combustible, que tiene los precios protegidos y fijados por el gobierno, «además de que el país es productor de petróleo», puntualiza. Las alternativas para pasar el tiempo libre «no son tan extensas como en España, pero aun así hay restaurantes, bares, discotecas y centros comerciales. En general allí te encuentras a extranjeros o a la elite local, los pocos millonarios que despilfarran el dinero como nuevos ricos que son», especifica el ingeniero.

La distancia no le hace perder el contacto con su país en un lugar donde lo único que saben de España «es que somos campeones del mundo en fútbol». Para estar informado sigue los medios de comunicación por Internet. «En la televisión por cable veo noticias europeas y hablo por Skype con regularidad con la familia», que reconoce que será difícil que vaya a verlo. «Apenas lo logré cuando estaba en Brasil, así que aquí creo que será más complicado», admite. Para quitar esa morriña con la tierra, tiene acordado con la empresa el poder viajar a casa cuatro veces al año. «Con eso se hace más llevadero el destierro», asegura.