Merlín, Mimzy, Hansel y Opaline se acercan obedientes bordeando las encinas. El sol avanza sobre la carretera de Bermillo y los animales se encaminan con tranquilidad hacia las cuadras. Se dejan poner las cabezadas dócilmente y obtienen un terrón de azúcar como recompensa. La operación se repite varios días a la semana, mientras esperan a los alumnos de equitación que acuden al club hípico. Entre ellos hay un jinete muy especial, Ana Capellas. Tiene 29 años y sufre de parálisis cerebral. Con un grado de minusvalía del 84% se encarama sobre el lomo de Merlín, un poni grande que con sus 149 centímetros de altura está muy cerca de ser caballo. Monta sin silla, lo hace sobre las mantas para sentir el calor que desprende el cuerpo de Merlín. Es solo una de las características de la hipoterapia, una terapia integral que utiliza a los caballos como herramienta terapéutica en procesos de rehabilitación a nivel neuromuscular, psicológico, cognitivo y social.

Ana conoció la equinoterapia en un centro de León. «Pasó doce días con los caballos en una actividad de Asprosub y volvió encantada», explica entusiasmada Daciana Jano, madre de Ana.

Daciana y Juan José Capellas siempre han apostado por la socialización de su hija. «Gran parte de su vida escolar la ha realizado en colegios de docencia regular. Como se integró muy bien con los compañeros optamos por la socialización para que aprendiera cosas que aún no había aprendido». Por eso ella monta a Merlín junto al resto de alumnos sintiéndose volar a casi dos metros del suelo, como si el propio mago hubiera conseguido hechizarla. «El calor del caballo es muy beneficioso para ella y el ejercicio que realiza le fortalece las piernas», afirman sus padres. La relación entre Ana y los caballos es muy estrecha. Aprende a poner todos los aparejos, a recoger sus cosas y hace ejercicios con los animales sobre el terreno para mejorar su ubicación espacial».

La experiencia es casi tan mágica para Ana como para sus padres, que disfrutan al ver como su hija se integra con el resto del grupo. «Hay que tener muchísima paciencia con este tipo de niños. Por ejemplo, tiene una gran memoria pero sin embargo no controla el tiempo. Lo primero que tenemos que hacer como padres es asumir que estos niños tienen un problema y afrontarlo para que su vida sea lo mejor posible», sentencia su madre.

Junto a las cuadras, Opaline, una yegua de 170 centímetros campeona de varios concursos de salto, remueve la arena con una de sus pezuñas reclamando atención. Tres adolescentes de entre 15 y 16 años se afanan por preparar a los caballos antes de la sesión semanal de hipoterapia. Estos jóvenes con necesidades especiales realizan la actividad que el club que les ofrece de forma gratuita desde hace dos meses. «Faltan subvenciones para que los chicos puedan hacer tareas como estas, al aire libre y lejos de un despacho. Esta terapia alternativa les ayuda a reconocer y verbalizar sus sentimientos, hablar de sus preocupaciones y ganar seguridad en sí mismos», sentencia la trabajadora social que les acompaña. Diego (nombre ficticio para proteger su anonimato) limpia las crines de Opaline con seguridad. «Al principio ni me acercaba a ella. Ahora, cuando cabalgamos, me siento feliz».